El reverendo Bobby Hawkins tuvo la astucia de convertir el conflicto de Thomasina Perkins en una ventaja a su favor. Envió a un equipo de confianza a Harrisburg para interrogarla. Era razonable. El reverendo Hawkins y el consejo necesitaban estar seguros de que ningún periodista descubriera que ella había escrito la carta. A Bic también le interesaba la salud de Thomasina, sobre todo la vista y el oído.
Los resultados fueron satisfactorios. La pobre mujer llevaba trifocales y había sido operada de cataratas. La descripción de las dos personas que había visto con Laurie fueron imprecisas desde el principio.
—No nos reconoce en la tele y tampoco lo hará en vivo —dijo Bic a Opal mientras leían el informe—. Ha sido como el maná para la congregación.
El siguiente domingo por la mañana, Thomasina, absolutamente encantada, con las manos entrelazadas en actitud de plegaria, miraba con adoración el rostro de Bic.
Él le puso las manos sobre los hombros.
—Hace años, esta bondadosa mujer llevó a cabo un milagro cuando el Señor la iluminó al hacerle ver que había una criatura en peligro. Pero Él no concedió a Thomasina el don de recordar el nombre del degenerado que acompañaba a Laurie Kenyon. Ahora, Lee necesita ayuda de nuevo, Thomasina, te ordeno que escuches y recuerdes el nombre que se ha borrado de tu memoria durante todos estos años.
La pobre Thomasina era incapaz de contenerse. Allí estaba ella, convertida en una celebridad internacional de la televisión; no podía dejar de obedecer una orden del reverendo Bobby. Escuchó con la mayor atención. El órgano sonaba suave. De alguna parte le llegaba una voz:
Jim… Jim… Jim…
Thomasina irguió los hombros y gritó:
—¡El nombre que he estado buscando es Jim!