Justin Donnelly había organizado su agenda para poder hablar con Laurie cada mañana, de lunes a viernes, a las diez. También le había facilitado media docena de libros acerca de trastornos de personalidad múltiple.
—Laurie, quiero que los leas y comprendas que la mayoría de pacientes con tu mismo problema son mujeres que fueron violadas de niñas. Bloquearon lo que les ocurrió, igual que tú haces. Yo creo que las personalidades que vinieron en tu propia ayuda para soportar esos dos años estaban latentes en ti hasta la muerte de tus padres. Ahora han vuelto con toda su fuerza. Cuando leas estos libros comprenderás que esas personalidades alteradas intentan ayudarte, no quieren hacerte daño. Por eso confío en que hagas lo posible para permitir que hable con ellas.
El lunes por la mañana tenía la cámara de vídeo instalada en el despacho. Sabía que si Sarah decidía utilizar alguna de las cintas en el juicio, debía tener mucho cuidado en que no pareciera que ponía palabras en la boca de Laurie.
Cuando ella y Sarah entraron, les enseñó las cámaras, y les explicó que iba a grabar todas las sesiones.
—Laurie, después las pasaré para que las veas.
La hipnotizó por primera vez. Agarrada a la mano de Sarah, Laurie concentró su atención en el doctor, le obedeció cuando él le pidió que se relajara, que cerrara los ojos. Ya dormida, soltó la mano de su hermana.
—¿Qué tal estás, Laurie?
—Triste.
—¿Por qué estás triste?
—Siempre lo estoy. —Su voz era más chillona, vacilante, con un ligero balbuceo.
Sarah observó que la melena de Laurie caía hacia adelante, mientras los gestos se hacían más espontáneos hasta asumir una expresión infantil.
—… Me parece que estoy hablando con Debbie, ¿es así? —decía Justin Donnelly.
Recibió una inclinación de la cabeza.
—¿Por qué estás triste, Debbie?
—A veces hago cosas feas.
—¿Como qué?
—¡Deja a la niña en paz! No sabe lo que dice.
Sarah se mordió el labio inferior. Era la misma voz furiosa que había oído el viernes. Justin no parecía nada extrañado.
—Kate, ¿eres tú?
—Ya sabes que sí.
—Kate, no quiero hacerle daño ni a Laurie ni a Debbie. Ya han sufrido bastante. Si quieres ayudarlas, ¿por qué no confías en mí?
Una amarga carcajada precedió a la declaración que dejó helada a Sarah.
—No podemos fiarnos de ningún hombre. Mira ese Allan Grant. Se portaba bien con Laurie, y la metió en un buen lío. ¡Que se pudra!
—¿Significa eso que te alegras de que esté muerto?
—¡Ojalá no hubiera nacido!
—¿Quieres que hablemos de eso, Kate?
—No.
—¿Lo escribirás en el Diario?
—Esta mañana iba a hacerlo, pero esa chiquilla estúpida tenía el bloc. Y ella es incapaz de hacer la «o» con un canuto.
—¿Recuerdas lo que querías escribir?
Una risa irónica.
—Le interesaría más lo que no quiero escribir.
*****
En el coche, de vuelta a casa, Laurie volvía a estar agotada. Sophie ya les tenía el almuerzo preparado y Laurie, después de picotear un poco, se acostó.
Sarah se sentó en el escritorio y escuchó los mensajes. El gran jurado estudiaría la acusación contra Laurie el lunes diecisiete. Quedaban dos semanas. Si el fiscal convocaba al jurado tan rápido era que estaba convencido de tener el caso ganado. Y lo tenía.
Había un montón de cartas sobre la mesa. Revisó los sobres, sin molestarse en abrirlos, hasta que llegó a uno con el remitente en el extremo derecho. ¡Thomasina Perkins! La cajera que años atrás se había fijado en Laurie en aquel restaurante. Recordaba cómo el eterno agradecimiento de su padre había ido mermando debido a las cartas, cada vez más disparatadas, del drama. Pero Thomasina obraba de buena fe. En setiembre les había enviado un mensaje de condolencia. Ésa debía de ser otra muestra de buena voluntad. Sarah leyó la única hoja, en la que estaba el número de teléfono de la anciana.
Sarah lo marcó de inmediato.
Thomasina se hallaba al lado del teléfono.
—Nena, espera a saber lo que tengo que decirte. ¡El reverendo Hawkins en persona me ha telefoneado! No cree en la hipnosis, y me ha invitado al programa del próximo domingo. Me impondrá las manos y Dios susurrará en mi oído el nombre del hombre malvado que secuestró a Laurie.