Opal se presentó en la agencia inmobiliaria el lunes por la mañana, a las diez en punto. Betsy Lyons la estaba esperando.
—Mrs. Hawkins, lamento que ésta sea la última vez que pueda visitar la casa de los Kenyon, así que haga el favor de decirme lo que quiere ver y saber.
Era la introducción que Opal necesitaba. Bic le había indicado la necesidad de que sonsacara a la mujer cualquier información sobre el caso.
—Esa familia es una tragedia —suspiró—. ¿Qué tal está la chica?
Betsy Lyons se tranquilizó al ver que Carla Hawkins no parecía relacionar la casa con los grandes titulares de la detención de Laurie por asesinato. La recompensó siendo menos discreta de lo habitual.
—Ya se puede imaginar los chismorrees que hay por la ciudad. Todos lamentan su desgracia. Mi marido es abogado y dice que la defensa tendrá que recurrir a la disminución mental, pero que será difícil de probar. Laurie Kenyon nunca actuó de forma extravagante o alocada durante todos estos años. Será mejor que nos vayamos.
Opal guardó silencio en el coche. ¿Y si la fotografía trucada de Lee le despertaba la memoria? Aunque lo hiciera, también le recordaría la amenaza de Bic.
Aquel día, Bic estaba bastante neurótico. Había alentado a Lee para que se encariñase con el estúpido pollo. Los ojos de la niña, por lo general apagados y tristes, se animaban cuando salía al corral. Cogió al animal en brazos. Bic, que había cogido un cuchillo del cajón de la cocina, guiñó un ojo a Opal.
—Vas a ver todo un espectáculo.
Corrió, al tiempo que blandía el cuchillo delante de Lee. Ella estaba aterrorizada y abrazó el pollo con fuerza. Entonces, Bic lo agarró por el pescuezo. El animal chillaba y Lee, en una inusual demostración de valor, intentó arrebatárselo. Él la abofeteó con tanta fuerza que la niña cayó al suelo. Luego, mientras la pequeña intentaba incorporarse, Bic levantó el brazo y rebañó el cuello del animal de un solo tajo.
Opal había sentido que se le helaba la sangre cuando él lanzó el cuerpo del pollo a los pies de Lee donde aleteó salpicándola de sangre. Entonces Bic cogió la cabeza del animal y apuntó con el cuchillo hacia la garganta de la niña. Tenía los ojos centelleantes. Con voz aterradora juró que eso sería lo que le ocurriría si alguna vez hablaba de ellos con alguien. Bic tenía razón. Un recuerdo de ese día cerraría la boca de Lee, o la volvería totalmente loca.
A Betsy Lyons no le desagradaba el silencio de su pasajera. Por experiencia sabía que cuando la gente estaba a punto de comprometerse a comprar, tendía a la introspección. Era una pena que Carla Hawkins no hubiera llevado a su marido ni una sola vez a ver la casa. Mientras estacionaba el coche, se lo comentó.
—Mi marido ha dejado la decisión en mis manos —contestó Opal muy tranquila—. Confía en mí, y yo sé lo que le gusta.
—Eso es todo un cumplido —se apresuró a decir Betsy.
Se disponía a introducir la llave en la cerradura, cuando la puerta se abrió. Opal vio, desilusionada, la figura rechoncha con falda negra y suéter que resultó ser la asistenta, Sophie Perosky. Si la mujer las acompañaba. Opal no podría dejar la fotografía.
Pero Sophie se quedó en la cocina, y dejar la instantánea resultó más fácil de lo que esperaba. En todas las habitaciones se acercaba a la ventana para contemplar el paisaje.
—Mi marido me ha pedido que me asegure de que no estemos demasiado cerca de otras casas —explicó.
En el dormitorio de Lee vio un bloc con espiral sobre la mesa. La tapa estaba un poco levantada y por debajo asomaba el extremo de una estilográfica.
—¿Cuáles son las medidas de esta habitación? —preguntó, mientras se inclinaba por encima del escritorio para mirar por la ventana.
Tal y como esperaba, Betsy Lyons buscó el plano de la casa en el maletín. Opal hojeó rápidamente el bloc. Sólo había escritas tres o cuatro páginas. Las palabras El doctor Donnelly quiere que… le saltaron a la vista. «Lee debe de llevar un Diario». Nada le hubiera gustado más que poder leer los apuntes.
Tardó un instante en sacar la fotografía del bolsillo y deslizaría en la última mitad del bloc. Era la que Bic le había tomado aquel primer día, poco después de su llegada a la granja. Lee estaba de pie delante del árbol, tiritaba con el bañador rosa, y lloraba mientras se abrazaba a sí misma.
Bic había recortado la cabeza de Lee y había pegado el trocito en la parte inferior. Así, la foto mostraba el rostro de Lee, con los ojos hinchados por el llanto y el cabello alborotado, mirando de abajo hacia arriba su cuerpo, decapitado.
—En realidad, las otras casas quedan bastante distantes —comentó Opal cuando Betsy Lyons le comunicó que la habitación medía seis metros por dos y medio, unas dimensiones estupendas para un dormitorio.