El funeral por Allan Grant se ofició el sábado por la mañana en la iglesia episcopal de San Lucas, cerca del campus. El profesorado y los estudiantes acudieron a dar el último adiós al popular profesor. La homilía alabó su inteligencia, calor humano y generosidad.
—Era un educador excepcional… Su sonrisa iluminaba el día más sombrío… Hacía que las personas se sintieran satisfechas de sí mismas… Intuía cuándo alguien pasaba por una mala racha y siempre encontraba la forma de ayudarle.
Brendon Moody estaba en el servicio fúnebre como observador. Se hallaba especialmente interesado en estudiar a la viuda de Grant, la cual llevaba un vestido negro, muy sencillo en apariencia, con un collar de perlas. Sin saber cómo, Brendon había desarrollado a lo largo de los años un preciso conocimiento de la ropa. Con el sueldo de un profesor, aunque lo redondeara con su trabajo en la agencia de viajes, a Karen Grant debía de costarle un gran esfuerzo económico adquirir vestidos de grandes modistos. ¿Tendrían, ella o Grant, fortuna familiar? En la calle hacía frío y viento, pero la viuda no llevaba abrigo en la iglesia; eso indicaba que lo había dejado en el coche. El cementerio sería un lugar muy húmedo.
Lloraba mientras seguía al féretro. Una mujer muy hermosa, pensó Brendon. Le sorprendió que el decano y su esposa la acompañaran en la primera limusina. ¿Ningún familiar? ¿Ni un amigo íntimo? Decidió acudir al entierro.
Allí, su pregunta con respecto al abrigo de Karen quedó contestada. Se apeó de la limusina llevando puesto un visón negro largo hasta el tobillo.