—Carla, descríbeme la habitación de Lee con todo detalle.
Opal, que estaba sirviendo el café, inclinó con cuidado el pitorro de la cafetera hacia la taza de Bic.
—¿Por qué?
—Te he advertido muchas veces que no me respondas a una pregunta con otra pregunta.
La voz fue amable, pero Opal sintió un escalofrío.
—Perdona, es que me has sorprendido. —Lo miró, e intentó sonreír—. Con esta chaqueta de terciopelo estás muy atractivo. Bien, veamos… Tal y como te expliqué, su dormitorio y el de su hermana se encuentran a la derecha de la escalera. La mujer de la inmobiliaria me dijo que los Kenyon convirtieron las habitaciones más pequeñas en cuartos de baño, para que cada dormitorio dispusiera de uno individual. En la habitación de Lee hay una cama doble con cabezal forrado, una cómoda con espejo, el escritorio, una librería, dos mesitas de noche y un diván. Es una habitación muy femenina, con la colcha y las cortinas estampadas con flores blancas y azules y moqueta azul. Tiene dos armarios roperos bastante grandes y está bien ventilada.
No estaba satisfecho y ella entornó los ojos para concentrarse.
—Ah, sí, hay fotografías familiares sobre el escritorio y un teléfono en la mesita de noche.
—¿Hay una fotografía de Lee cuando niña con el bañador rosa que llevaba cuando nos la llevamos?
—Creo que sí.
—¿Crees que sí?
—Estoy segura.
—Te olvidas de algo, Carla. La última vez que hablamos acerca de esto, me dijiste que había varios álbumes de fotos en la primera estantería, y que te había dado la impresión de que Lee los había estado mirando u ordenando. Y había algunas fotografías sueltas de Lee y de su hermana, de cuando eran pequeñas.
—Sí, eso es.
Opal sorbía el café nerviosa. Pocos minutos antes había pensado que todo iba bien. Disfrutaba de la lujosa salita de la suite del hotel, acariciaba el suave tacto de su bata-peinador de terciopelo Dior…, pero ahora veía la mirada de Bic: ojos febriles, mesiánicos. Con el corazón encogido asumió que él se disponía a pedirle que hiciera algo peligroso.