Brendon Moody volvió a Teaneck, Nueva Jersey, el miércoles por la noche, después de una semana de pesca con sus amigos de Florida. Su esposa, Betty, lo esperaba despierta. Le explicó la detención de Laurie.
¡Laurie Kenyon! Brendon era agente del Departamento del fiscal de Bergen diecisiete años atrás, cuando la pequeña de cuatro años desapareció. Hasta su jubilación, había formado parte de la Brigada de Homicidios y conocía muy bien a Sarah. Negando con la cabeza, puso las noticias de las once. El tema principal era el asesinato en el campus. El reportaje incluía planos de la casa de Grant, de su viuda entrando en el domicilio, de Laurie y Sarah a la salida de la Comisaría, de Sarah haciendo unas declaraciones delante de su hogar en Ridgewood.
Brendon escuchaba con creciente preocupación. Cuando el reportaje terminó, apagó el aparato.
—Mal asunto —comentó.
Treinta años antes Brendon cortejaba a Betty, y el padre de ella solía decir con desprecio:
—Este pollito cree que es el gallo del lugar.
Había algo de cierto en la acusación. Betty tenía siempre la impresión de que cuando Brendon estaba inquieto o furioso, cierta electricidad recorría su cuerpo. Enderezaba la barbilla, se le alborotaba el ralo y canoso cabello, sus mejillas adquirían un tono rojizo, y sus ojos detrás de las gafas parecían más grandes.
A los sesenta años no había perdido ni un ápice de la energía que lo había convertido en el mejor investigador de la oficina del fiscal. Estaba previsto que al cabo de tres días visitaran a la hermana de Betty, en Charleston.
—¿No podrías hacer algo? —le sugirió ella, a sabiendas de que le estaba dando carta blanca para escabullirse del viaje.
Brendon era ahora investigador privado y sólo aceptaba los casos que le interesaban.
—Y tanto —respondió con una sonrisa—. Sarah necesita a alguien en ese campus que sonsaque y reúna toda la información posible. Parece un caso sencillo. Betty, me lo has oído decir miles de veces y vuelvo a repetirlo. Cuando se adopta una actitud como ésa, lo único que puedes esperar es una reducción de la condena. Tienes que meterte en el asunto con la presunción de que tu cliente es tan inocente como un bebé. Ésa es la forma de encontrar circunstancias atenuantes. Sarah Kenyon es una chica encantadora y muy buena abogada. Siempre he dicho que algún día será juez. Pero ahora necesita ayuda. Mucha ayuda. Mañana iré a verla y a firmar.
—Si es que te acepta.
—Lo hará. Ah, Betty, como sé que odias el frío, ¿por qué no bajas tú sola a Charleston?
Betty se quitó la bata y se recostó en la cama.
—Será lo mejor. A partir de ahora, conociéndote, comerás, dormirás y soñarás con el caso Kenyon.