El doctor Justin Donnelly había ido a su casa de Australia para pasar las vacaciones de Navidad, con la intención de quedarse un mes. Allí era verano, y durante esas cuatro semanas visitó a la familia, salió con los amigos, se reencontró con sus antiguos colegas y disfrutó de la oportunidad de olvidarse del trabajo.
También pasó gran cantidad de tiempo con Pamela Crabtree. Dos años atrás, cuando él se trasladó a Estados Unidos, estuvieron a punto de comprometerse, pero ambos comprendieron que aún debía pasar algo más de tiempo; les faltaba preparación. Además Pamela tenía su carrera como médico neurólogo, y gozaba de bastante prestigio en Sydney.
Durante esas vacaciones cenaron, navegaron y fueron al teatro juntos. Pero por mucho que él desease estar con Pamela, por mucho que la admirase y le agradase su compañía, sentía una vaga sensación de descontento. Tal vez era algo más que compromisos profesionales lo que lo retraía.
El desasosiego que le corroía se fue centrando poco a poco en la imagen de Sarah Kenyon. Sólo la había visto una única vez en octubre, sin embargo, echaba de menos sus conversaciones telefónicas semanales. Deseaba no haber sido tan reacio a proponerle otra cena.
Poco antes de su regreso a Nueva York, Pamela y él hablaron seriamente del tema y acordaron que lo que hubiera podido haber entre ellos había terminado. Muy aliviado por la determinación tomada, Justin voló a Nueva York, donde llegó agotado del largo viaje a las doce del miércoles. Se dejó caer en la cama y durmió hasta las diez de la noche. Entonces escuchó los mensajes del contestador.
Cinco minutos después llamaba a Sarah. El tono de la voz cansada y tensa de la joven le formó un nudo en la garganta. Escuchó desolado la historia.
—Tiene que traer a Laurie a verme —dijo él—. Mañana he de poner algunos asuntos de la clínica en orden. ¿El viernes a las diez de la mañana?
—No querrá ir.
—Tiene que hacerlo.
—Lo sé… —Hizo una pausa—. Me alegro mucho de que esté de vuelta, doctor Donnelly.
«Yo también», pensó Justin, al colgar. Sabía que Sarah no se daba perfecta cuenta aún del sufrimiento que le esperaba. Laurie había cometido un asesinato en uno de sus estados de alteración de la personalidad, y eso podía dejar a la persona que era Laurie Kenyon fuera del alcance de su ayuda.