Bic puso el Telediario mientras almorzaban en el estudio de televisión de la Calle 71. El primer titular era:
ATRACCIÓN FATAL. ASESINATO EN LA UNIVERSIDAD DE CLINTON.
Opal tragó saliva y Bic palideció cuando vieron en la pantalla una fotografía de Laurie niña.
«A los cuatro años, Laurie Kenyon fue víctima de un secuestro. Ahora, a los veintiuno, está acusada de apuñalar hasta matarlo a un profesor al que, supuestamente, había escrito cartas de amor. Allan Grant yacía en la cama…».
En la pantalla apareció la casa con los alrededores acordonados y, a continuación, un primer plano de una ventana abierta.
«Se cree que Laurie Kenyon entró y salió del dormitorio de Allan Grant por esta ventana». Coches patrulla rodeaban el edificio.
Se entrevistaba a una estudiante muy emocionada.
—Laurie le gritaba al profesor Grant algo relacionado con mantener relaciones íntimas con él. Yo creo que Mr. Grant quería romper con ella y eso la volvió loca.
—Opal, apaga —dijo Bic cuando el reportaje terminó.
Ella obedeció.
—Se entregó a otro hombre —murmuró Bic—. Por la noche se metía en su cama.
Opal no sabía qué decir ni qué hacer. Bic temblaba. Su rostro estaba bañado en sudor. Se quitó la chaqueta y se remangó la camisa. Entonces extendió los brazos. El exuberante vello ahora era de un gris acerado.
—¿Recuerdas cómo se asustaba cuando le abría los brazos? —preguntó—. Pero Lee sabía que yo la quería. Me ha obsesionado durante todos estos años, tú eres testigo de ello. Opal. Y mientras yo sufría viéndola estos últimos meses, tan cerca de ella como para tocarla, preocupado por si había hablado de mí con ese doctor, representando una amenaza para todo por lo que he trabajado, ella le escribía basura a otro.
Sus ojos, desmesuradamente abiertos y brillantes, despedían chispas. Opal le dio la respuesta que él esperaba.
—Bic, Lee tiene que ser castigada.
—Lo será. Si tu ojo es causa de pecado, arráncatelo. Si tu mano es causa de pecado, córtatela. Resulta obvio que Lee se halla bajo el dominio de Satanás. Mi deber es enviarla a que obtenga el perdón del Señor, y eso lo conseguiré obligándola a utilizar el cuchillo contra sí misma.