—El jurado de Sarah aún no ha dado el veredicto —le explicó Laurie al doctor Carpenter—. La envidio. Se entrega tanto a su trabajo que puede dejar de lado cualquier asunto sobre el que no quiera pensar.
Carpenter esperó. Algo había cambiado en Laurie. Era la primera vez que mostraba cierta hostilidad hacia su hermana. La rabia contenida en sus ojos centelleaba. Entre Sarah y ella debía de haberse producido algún incidente.
—He leído varios artículos sobre este caso —dijo él, sin darle importancia.
—Por supuesto. Sarah la acusadora. Pero no es tan astuta como ella se cree.
Carpenter esperó de nuevo.
—Yo acababa de entrar en casa anoche cuando ella llegó. Todo fueron disculpas y lamentaciones por no haber estado allí para recibirme. Yo le contesté: «Oye, Sarah, hasta cierto punto, incluso yo tengo que ocuparme de mí misma. Tengo veintiún años, no cuatro».
—¿Cuatro?
—Ésa era la edad que yo tenía cuando ella estaba en aquella maldita fiesta, en vez de haberse quedado en casa conmigo. No me hubieran secuestrado.
—Usted se ha considerado siempre culpable de su secuestro, Laurie.
—También, pero mi hermana mayor tuvo algo que ver. Seguro que me odia.
Como uno de sus objetivos, el doctor Carpenter se había propuesto eliminar poco a poco la dependencia que Laurie tenía de su hermana, pero aquello era algo nuevo, parecía otra paciente.
—¿Odiarla? ¿Por qué?
—No tiene tiempo de vivir su vida. Ella debería ser su paciente. ¡Habría que oírla! Toda la vida la hermana mayor. Esta mañana he leído su viejo Diario, y escribió mucho sobre mi secuestro, mi vuelta a casa y lo distinta que me encontró. Supongo que le daba pánico. —Había satisfacción en el tono de voz de Laurie.
—¿Suele leer los Diarios de Sarah?
La mirada que Laurie le dedicó era de pura lástima.
—Usted es una persona que quiere saber lo que todo el mundo piensa. ¿Se le ocurre alguna forma mejor?
Su manera de sentarse, aquella postura desafiante, las rodillas juntas, las manos sobre los brazos del sillón, la cabeza inclinada hacia adelante, la expresión impasible. ¿Dónde estaba el suave e inquieto rostro juvenil? ¿Y la vacilante voz a lo Jackie Onassis?
—Es una buena pregunta, pero no tengo una respuesta corta para ella. ¿Por qué está enfadada con Sarah?
—Por el cuchillo. Sarah cree que he cogido un cuchillo de trinchar de la cocina.
—¿Por qué cree eso?
—Sólo porque ha desaparecido. Yo no lo he tocado. Sophie, nuestra asistenta, lo empezó todo. No me importa admitir que tengo la culpa de muchas cosas, pero no de ésta.
—¿Sarah la ha acusado o sólo le ha preguntado por el cuchillo? Hay una gran diferencia.
—Amigo, reconozco una acusación cuando la oigo.
—Yo tenía la impresión de que los cuchillos la asustaban. ¿Estaba equivocado, Laurie?
—Me gustaría que me llamara Kate.
—¿Kate? ¿Por algún motivo especial?
—Kate suena mejor que Laurie…, más maduro. Además, mi segundo nombre es Katherine.
—Eso podría resultar muy positivo. Abandonar actitudes infantiles. ¿Es así como se siente ahora? ¿Desea dejar atrás recuerdos de la infancia?
—No. Lo único que quiero es no tener miedo de los cuchillos.
—Estaba convencido de que le daban pánico.
—Oh, no, a mí no, Laurie es la que se asusta de cualquier cosa, y un cuchillo es su enemigo preferido. Mire, doctor, hay personas que sólo proporcionan tristeza y dolor al resto del universo. Nuestra amiga, Laurie, por ejemplo.
El doctor Carpenter supo en ese momento que Kate era el nombre de una de las personalidades alteradas de Laurie Kenyon.