Justin Donnelly había supuesto por su encuentro con el doctor Carpenter que Sarah Kenyon era una muchacha fuera de lo común, mas no había intuido el impacto que iba a causarle al conocerla. Esa primera tarde en su consulta, sentada frente a él con su actitud cordial y directa, nada, aparte de sus ojos, daba una idea de la ansiedad y de la pena que experimentaba. Su caro y discreto traje de chaqueta de mezclilla le hizo recordar que los colores apagados se consideraban apropiados para el luto.
También le había gustado que su respuesta inmediata, al conocer la posibilidad de que su hermana sufriera de personalidad múltiple, hubiera sido recopilar información antes de entrevistarse con él. Admiraba la inteligente comprensión de Sarah ante la vulnerabilidad de su hermana.
Cuando acompañó a la joven hasta el coche, estuvo a punto de pedirle que cenaran juntos. Después había ido al «Nicola’s» y la encontró allí. Pareció contenta de verle; entonces, él consideró de lo más natural pedirle que compartieran la mesa, y dejaran la única libre a la pareja que había entrado detrás de él.
Sarah inició la conversación. Con una sonrisa, le pasó la cestilla del pan.
—Me imagino que, igual que yo, usted come sobre la marcha. Llevo un caso de asesinato, y me he pasado todo el día entrevistando a los testigos.
Le habló de su trabajo como ayudante del fiscal; después, con toda premeditación, hizo que el tema de conversación recayera en él. Ya sabía que era australiano. Durante el ossobucco, Justin le explicó la historia de su familia.
—Mi tatarabuelo paterno vino desde Gran Bretaña, encadenado. Como puede suponer, no se habló de esto durante generaciones. Ahora es una cuestión de orgullo tener a un antepasado que estuvo invitado por la corona británica en el penal de la colonia. Mi abuela materna nació en Inglaterra, pero la familia se trasladó a Australia cuando ella tenía tres meses. Durante toda su vida, la abuela no dejó de suspirar por su país de origen. Lo visitó dos veces en ochenta años. Ésa es una de las obsesiones de los australianos.
Cuando tomaban el cappuccino la conversación se centró en su decisión de especializarse en enfermos con trastornos de la personalidad.
Después de esa noche, Justin hablaba con el doctor Carpenter y con Sarah una vez por semana como mínimo. El doctor Carpenter le informó que Laurie se mostraba cada vez menos dispuesta a cooperar.
—Finge —dijo a Justin—. Parece estar de acuerdo en que no debe sentirse responsable de la muerte de sus padres, pero no la creo. Habla de ellos como si fuera ajena al tema. Sólo recuerdos tiernos. Cuando se excita, habla y llora como una niña. Y sigue negándose a hacer los tests MMPI o Rorschach.
Sarah había informado que no veía signos de depresión suicida.
—Laurie no soporta ir a ver al doctor Carpenter los sábados. Dice que es malgastar el dinero, y que, además, es normal sentirse triste cuando tus padres mueren. Se anima cuando vamos al club. Sus notas trimestrales han sido bastante bajas en un par de asignaturas, así que me dijo que si quería hablar con ella, la telefoneara antes de las ocho. Después de esa hora quería estudiar sin interrupciones. Me parece que no quiere ser controlada.
El doctor Donnelly no dijo a Sarah que tanto él como el doctor Carpenter presentían que ese comportamiento de Laurie indicaba la calma antes de la tormenta. Continuó apremiándola a que estuviera pendiente de su hermana. Cada vez que colgaba el auricular, el doctor se daba cuenta de que empezaba a desear las llamadas de Sarah de forma muy poco profesional.