Bic estaba con los nervios de punta desde la última vez que había predicado en Nueva York.
—Ese viejo me tiene manía. Opal —dijo—. Está celoso por todas las llamadas y cartas que reciben felicitándome. He telefoneado a uno de los miembros del consejo para enterarme de por qué no había vuelto a saber de ellos, y ése es el motivo.
—Quizá sea mejor que nos quedemos en Georgia, Bic —insinuó Opal. Desvió los ojos de su mirada desdeñosa. Se encontraba sentada a la mesa del comedor rodeada por montones de sobres.
—¿Cómo han ido los donativos esta semana?
—Muy bien.
Cada jueves, en el programa local y cuando se hablaba en reuniones, Bic solicitaba donativos para obras de caridad en países del Tercer Mundo. Opal y él eran los únicos beneficiarios.
—No muy bien, comparados con los que la Iglesia del Espacio recibe cada vez que hablo.
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El 28 de octubre recibieron una llamada de Nueva York. Cuando Bic colgó el auricular se quedó mirando a Opal, con los ojos y el rostro radiantes.
—Garrison murió anoche. Me han pedido que sea el pastor de la Iglesia del Espacio. Quieren que nos traslademos a vivir a Nueva York lo antes posible. Nos pagan el alojamiento en el «Wyndham» hasta que hayamos elegido residencia.
Opal se disponía a abrazarle, pero se detuvo en seco. La expresión de Bic la aconsejaba dejarle solo. Él entró en su despacho y cerró la puerta. Pocos minutos después. Opal oyó una débil musiquilla y supo que, una vez más, había abierto la caja de música de Lee. Se acercó de puntillas y escuchó el coro de voces a través de la puerta.
Por toda la ciudad… chicos y chicas juntos…