Daniel O’Toole, investigador privado de cincuenta y ocho años, era conocido en Nueva Jersey como Danny el Sabueso de Cónyuges. Pese a su aspecto de bebedor y talante campechano era un trabajador infatigable, y muy discreto en recopilar información.
Danny estaba acostumbrado a que la gente utilizara nombre falso cuando lo contrataba para seguir a maridos o esposas infieles. No le importaba. Mientras le abonaran el adelanto y los pagos posteriores llegaran puntuales, sus clientes podían llamarse como les diera la gana.
Con todo, resultó un poco extraño cuando una mujer, que se identificó a sí misma como Jane Graves, le telefoneó el martes por la mañana a su oficina de Hackensack, para hablarle de una posible reclamación de seguros y contratarle para que investigara las actividades de las hermanas Kenyon. ¿Trabajaba la mayor en el mismo sitio? ¿Había vuelto la pequeña a la Facultad? ¿Regresaba a casa a menudo? ¿Cómo estaban reaccionando ante la muerte de sus padres? ¿Había algún indicio de depresión? ¿Alguna de las dos chicas visitaba al psiquiatra? Esta última pregunta era muy importante.
Aquello le olió a gato encerrado. Algunas veces se había encontrado con Sarah Kenyon en el Palacio de Justicia. El accidente de sus padres había sido provocado por un viejo autobús que circulaba a toda velocidad con los neumáticos gastados. Era posible que existiera una demanda pendiente contra la empresa de autobuses, pero las compañías de seguros solían tener sus propios investigadores. Bueno, un trabajo era un trabajo y, debido a la recesión, el asunto de los divorcios, ruinoso. Separarse resultaba muy difícil cuando se iba justo de dinero.
Intentó una jugada y dobló el adelanto que acostumbraba a pedir. La respuesta fue que, en ese mismo instante el cheque salía por correo. Debía enviar los informes y las siguientes facturas a un apartado de correos de Nueva York.
Con una amplia sonrisa, Danny colgó el auricular.