En la segunda visita al doctor Carpenter, Laurie le dijo que el siguiente lunes volvería a la Facultad.
—Es lo mejor para mí y para Sarah —aseguró serena—. Está tan preocupada por mí, que no ha ido a trabajar, y el trabajo será lo mejor para ella. Y yo tendré que estudiar como una loca para ponerme al día después de perder casi tres semanas.
Carpenter no estaba muy seguro de lo que veía. Algo había cambiado en Laurie Kenyon, una actitud práctica que nada tenía que ver con la muchacha abatida y débil de una semana antes.
Aquel día llevaba chaqueta de cachemir marrón, pantalones negros de buen corte y blusa de seda en tonos blancos, negros y marrones. El cabello le caía sobre los hombros. Hoy vestía vaqueros y un enorme suéter. Se había recogido la melena con un pasador. Parecía muy tranquila.
—¿Has vuelto a tener pesadillas, Laurie?
Ella se encogió de hombros.
—Estoy avergonzada por la forma en que me comporté el otro día. Mire, muchas personas tienen pesadillas y no van por ahí gimoteando, ¿verdad?
—Mentira —contestó él sin inmutarse—. Laurie, ya que hoy se siente más fuerte, ¿por qué no se tiende en el sofá, se relaja, y charlamos?
Observó su reacción.
Fue la misma de la semana anterior Pánico en sus ojos. Pero, esta vez, una expresión desafiante que era casi un desprecio, siguió al pánico.
—No hay necesidad de tenderse. Soy perfectamente capaz de hablar sentada. Además, tampoco es que haya mucho de que hablar. Ha habido dos errores en mi vida. En ambos casos fui la culpable. Lo admito.
—¿Se culpa de haber sido secuestrada cuando tenía cuatro años?
—Por supuesto. Tenía prohibido salir a la calle sola. Mi madre temía que lo olvidara y corriera a la carretera, ya que unas casas más arriba había un chico que pisaba el acelerador a fondo. La única vez que recuerdo a mi madre riñéndome de verdad fue cuando me encontró en el jardín de enfrente, sola, jugando con una pelota. Y ya sabe usted que soy la responsable de la muerte de mis padres.
No era el momento de analizar eso.
—Laurie, quiero ayudarla. Sarah me dijo que sus padres creyeron que era mejor para usted no recibir ayuda psicológica después del secuestro. Quizás ésta sea, en parte, la razón de que se resista a hablar conmigo. ¿Por qué no cierra los ojos, descansa e intenta sentirse cómoda conmigo? En futuras sesiones podríamos trabajar juntos.
—¿Está seguro de que habrá futuras sesiones?
—Eso espero. ¿Las habrá?
—Sólo para complacer a Sarah. Volveré a casa los fines de semana, así que tendrá que ser un sábado.
—Podemos arreglarlo. ¿Volverá a casa todos los fines de semana?
—Sí.
—¿Por qué quiere estar con Sarah?
La pregunta pareció excitarla y la actitud de sentido práctico desapareció. Laurie cruzó las piernas, levantó la barbilla, alargó la mano y soltó el pasador que le recogía el cabello en una cola de caballo.
Carpenter vio caer la espléndida melena rubia alrededor de su rostro. Una sonrisa maliciosa jugueteaba en sus labios.
—Su esposa vuelve a casa el fin de semana, no tiene sentido deambular por el instituto —contestó Laurie.