El «Buick» de Laurie estaba delante de la casa. Sarah corrió desde el coche hasta los escalones del porche. Hizo sonar el timbre varias veces. Luego giró el pomo de la puerta. Estaba abierta y entró en el vestíbulo. Oyó que una puerta del piso superior se cerraba.
—¡Laurie! —gritó.
Carla Hawkins, con el rubio cabello despeinado, anudándose una bata mientras bajaba por la escalera, dijo alarmada:
—Sarah, Laurie ha llegado hace unos minutos con un cuchillo. Amenaza con matarse. Bobby está intentando disuadirla, y usted no debe sobresaltarla. Quédese aquí conmigo.
Sarah la empujó a un lado y subió la escalera. Cuando llegó arriba vio que la puerta del dormitorio de Laurie estaba cerrada. Anduvo de puntillas hasta allí y se detuvo. Dentro oyó la voz de un hombre. Abrió la puerta procurando no hacer ruido.
Laurie estaba de pie en un rincón. Su mirada permanecía fija en Bobby Hawkins. Mantenía la hoja de un cuchillo sobre el corazón, y la punta había penetrado ya en la carne. Un hilillo de sangre le manchaba la blusa.
Hawkins, de espaldas a la puerta, llevaba un albornoz blanco largo hasta el suelo y el cabello despeinado.
—Tienes que hacer lo que el Señor quiere. Recuerda lo que se espera de ti.
¡Intenta hacer que se suicide!, pensó Sarah.
Laurie, como en trance, no se había apercibido de su presencia. Sarah temía hacer un movimiento brusco hacia ella.
—Laurie —dio con voz sosegada—. Laurie, mírame.
La mano de Laurie clavó un poco más el cuchillo.
—Todos los pecados deben recibir su castigo —decía Hawkins, en una salmodia hipnótica—. No tienes que volver a pecar.
Sarah vio la mirada de resolución en los ojos de Laurie.
—¡No! —chilló—. ¡Laurie, no lo hagas!
*****
Las voces la atosigaban.
Lee gritaba. Deténte.
Debbie lloraba presa del pánico.
Kate la recriminaba, Estúpida. Boba.
La voz de Leona era la que más oía. ¡Termina de una vez! Alguien estaba llorando. Era Sarah. Sarah, siempre tan fuerte, la que se ocupaba de todo, avanzaba hacia ella llorando, las manos tendidas.
—No me dejes, te quiero.
Las voces callaron. Laurie lanzó el cuchillo al otro extremo de la habitación y avanzó tambaleándose para abrazar a su hermana.
*****
El cuchillo estaba en el suelo. Con los ojos resplandecientes, despeinado, y el albornoz que Opal le había puesto encima precipitadamente al oír el timbre, Bic se inclinó y cogió el arma.
Ahora Lee nunca sería suya. Tantos años de desearla, temiendo sus recuerdos, habían terminado. Su ministerio había terminado. Ella había sido su tentación y su caída. Su hermana había podido más que él. «Pues que mueran juntas».
*****
Laurie percibió el silbido que la había obsesionado durante tantos años, vio el acero brillando en la penumbra, cortando el aire en círculos cada vez más amplios, guiado por el brazo cubierto de vello.
—¡No! —gimió.
Con un movimiento brusco, apartó a Sarah de la trayectoria del cuchillo.
Sarah perdió la estabilidad, cayó hacia atrás y se golpeó la cabeza contra el brazo de la mecedora.
Con una sonrisa enloquecida, Bic avanzó hacia Laurie, acorralada en su rincón. Ella miró el rostro de su verdugo.