Laurie cruzó la Calle 96, subió por West Side Drive, cruzó el puente George Washington, cogió la A-4 y después la A-17. Sabía por qué tenía la espantosa sensación de que el tiempo se le acababa.
Estaba prohibido decir los nombres. Estaba prohibido decir lo que él le había hecho. El teléfono del coche sonó. Ella pulsó el botón RESPONDER.
Era el reverendo Hawkins.
—Laurie, Sarah me ha dado su número de teléfono. ¿Va usted hacia su casa?
—Sí. ¿Dónde está Sarah?
—Aquí. Ha tenido un pequeño accidente, pero no es nada importante, querida.
—¡Un accidente! ¿Qué ha ocurrido?
—Ha venido a recoger el correo y se ha torcido el tobillo. ¿Vendrá usted directamente aquí?
—Desde luego.
—Dese prisa, querida.