El teléfono no dejaba de sonar. De todas partes llovían felicitaciones. Sarah no dejaba de repetir:
—Sí, lo sé. Es un milagro. Aún no lo hemos asimilado del todo.
Llegaban ramos y cestas de flores. La cesta más espectacular iba acompañada de las plegarias y felicitaciones del reverendo Bobby y Carla Hawkins.
—Es lo bastante grande como para ser del familiar más cercano en un funeral —comentó Sophie. Sus palabras la dejaron helada a Sarah.
—Sophie, cuando te vayas, llévatela. No me importa lo que hagas con ella.
—¿Seguro que ya no me necesitarás hoy?
—Escucha, tómate un descanso. —Sarah se acercó a Sophie y la abrazó—. No hubiéramos salido adelante sin tu ayuda. Gregg vendrá luego. La próxima semana empiezan sus clases, y mañana sale para «Stanford». Él y Laurie van a pasar el día fuera.
—¿Y tú?
—Me quedo en casa, necesito dormir.
—¿No viene el doctor Donnelly?
—Esta noche, no. Tiene que ir a Connecticut a una convención.
—Sarah, ese hombre me gusta.
—También a mí.
*****
Sophie iba a marcharse cuando el teléfono sonó. Sarah le dijo que se fuera.
—No te preocupes, yo contesto.
Era Justin. Hubo algo en su rápido saludo que envió una señal de alarma a Sarah.
—¿Ocurre algo? —preguntó ella.
—No, no. Es que Laurie me ha dicho un nombre hoy y estoy intentando recordar dónde lo oí no hace mucho.
—¿Qué nombre es?
—Lee.
Sarah frunció el ceño.
—Veamos… Ah, ya sé. En la carta que Thomasina Perkins me escribió hace un par de semanas. Te hablé de ella. Había decidido dejar de creer en los milagros del reverendo Hawkins. En la carta decía que mientras estaba rezando por Laurie se había referido a ella llamándola Lee.
—¡Eso es! —exclamó Justin—. Yo también me di cuenta el día que vi el programa.
—¿Y qué tiene que ver ese nombre con Laurie? —preguntó Sarah.
—Así se hace llamar la personalidad alterada del niño de nueve años. Claro que lo más probable es que se trate de una mera coincidencia. Sarah, tengo que dejarte. Me necesitan arriba. Laurie va de camino a casa. Más tarde te llamaré.
Sarah colgó. Una idea aterradora, descabellada y a la vez verosímil hervía en su mente. Marcó el número de teléfono de Betsy Lyons, en la agencia inmobiliaria.
—Mrs. Lyons, por favor, busque el expediente de nuestra casa. Necesito saber las fechas exactas en que los Hawkins la visitaron. Salgo ahora mismo para allá.
Laurie venía de camino. Gregg llegaría en cualquier momento. Después de cerrar la puerta del apartamento, Sarah no olvidó dejar la llave para Gregg debajo del felpudo.