—Menudo fin de semana —dio Justin a Laurie, mientras ella se acomodaba en el diván.
—Todavía no consigo metérmelo en la cabeza —contestó Laurie—. ¿Te das cuenta de que a esta misma hora yo tenía que estar en la Sala esperando la sentencia?
—¿Qué sientes hacia Karen Grant?
—Con toda franqueza, no lo sé. Me imagino que aún me cuesta creer que no tuve nada que ver con la muerte de su marido.
—Pues créelo, Laurie —dijo él con cariño.
La miró atentamente. La euforia ante la rapidez de los acontecimientos se había desvanecido. La resaca de toda la tensión acumulada le duraría un tiempo.
—Me parece una gran idea que tú y Sarah os vayáis de vacaciones durante un par de semanas. ¿Recuerdas que no hace mucho me dijiste que darías cualquier cosa por jugar en el campo de golf de St. Andrews, en Escocia? Ahora puedes hacerlo.
—¿Sí?
—Pues claro. Laurie, me gustaría dar las gracias al niño que te ha cuidado tan bien. Él sabía que eras inocente. ¿Puedo hablar con él?
—Como quieras.
Ella cerró los ojos, se sentó y los abrió de nuevo. La expresión de su rostro y comportamiento cambiaron.
—Muy bien, doctor, aquí me tiene —dijo la infantil voz masculina.
—Quería que supieras que estuviste genial.
—No tan genial. Si no me hubiese llevado la pulsera, no hubieran acusado a Laurie.
—No fue culpa tuya. Hiciste lo que pudiste, y sólo tienes nueve años. Laurie tiene veintidós y se está fortaleciendo. Creo que pronto tú, Kate, Leona y Debbie deberíais empezar a pensar en uniros a ella de una manera definitiva. Hace semanas que apenas he visto a Debbie, y tampoco Kate y Leona me han visitado mucho. ¿No te parece que ha llegado el momento de revelar todos los secretos a Laurie y de ayudarla a que se cure?
Laurie suspiró.
—Cielos, qué dolor de cabeza —dijo en su voz normal mientras volvía echarse en el diván—. Hoy siento algo muy distinto, doctor. Tengo la impresión de que los otros quieren que yo hable.
Justin sabía que era un momento decisivo, y que no podía desperdiciarlo.
—Es porque quieren convertirse en parte de ti, Laurie —dijo con suma cautela—. Siempre han formado parte de ti. Kate es tu instinto natural de autoconservación. Leona es la mujer; has reprimido tus respuestas sexuales durante tanto tiempo que necesitaban aflorar de otra forma.
—Como una gatita sensual —dijo Laurie con una media sonrisa.
—Es, o era, bastante sensual —aceptó Justin—. Debbie es la niña perdida, la chiquilla que quería ir a casa. Ahora estás en casa, Laurie, a salvo.
—¿Seguro?
—Lo estarás si permites que ese chiquillo de nueve años reconstruya las demás piezas del rompecabezas. Ha admitido que uno de los nombres que tienes prohibido pronunciar es Opal. Sigamos adelante, haz que te entregue sus recuerdos. ¿Sabes el nombre del niño?
—Ahora, sí.
—Dímelo, Laurie. No te ocurrirá nada, te lo prometo.
Ella suspiró.
—Eso espero. Se llama Lee.