—Es la última semana —dijo Laurie a Justin el 24 de agosto.
Él vio cómo se tendía en el diván, las manos en la nuca.
—Ayer lo pasamos bien, ¿verdad, Justin? Perdona. Aquí prefiero llamarte doctor.
—Muy bien. Eres una magnífica jugadora de golf, Laurie, nos ganaste sin esforzarte nada.
—Incluso a Gregg. Bueno, muy pronto dejaré de practicar. Anoche estuve despierta mucho rato. Pensé en el día que me secuestraron y me veía con el bañador rosa, caminando por la acera para mirar el cortejo fúnebre. Yo pensaba que era un desfile.
»Cuando el hombre me cogió en brazos, yo tenía aún la caja de música en las manos. Y esa canción no se borra de mi memoria… «Todos alrededor de la ciudad… chicos y chicas juntos…».
Justin guardó silencio.
—Cuando el hombre con los brazos cubiertos de vello rizado me metió en el coche, le pregunté a dónde íbamos. La música de la cajita seguía sonando.
—¿Hubo algo especial que te trajera esos recuerdos?
—Tal vez. Anoche, después de que tú y Gregg os marcharais, Sarah y yo estuvimos hablando de ese día. Le dije que cuando pasamos ante la casa de la esquina, la que estaba pintada de rosa, vi a la anciana Mrs. Whelan sentada en el porche. ¿No es curioso que me acordara de eso?
—Pues no. Todos los recuerdos están ahí. Cuando salgan, el miedo que causan desaparecerá.
—«… chicos y chicas juntos…» —canturreaba Laurie—. Por eso los otros vinieron conmigo. Éramos chicos y chicas juntos…
—¿Chicos? Laurie, ¿hay otro chico?
Laurie se sentó y balanceó los pies en el borde del diván.
—No, doctor, sólo yo. —La voz del chiquillo de nueve años era casi un susurro—. Ella no necesitaba a nadie más. Yo siempre la enviaba lejos cuando Bic le hacía daño.
Justin no había entendido el nombre.
—¿Quién le hacía daño?
—¡Maldita sea! —murmuró el chico—. No quería decirlo. Me alegro de que usted no lo haya oído.
Después de la sesión, Justin se dijo que pese a no haber entendido el nombre, no tardaría en saberlo.
Pero la siguiente semana, a esa misma hora, Laurie estaría encarcelada. Tendría suerte si dejaban que un psiquiatra la visitara de vez en cuando.
Y Justin sabía que muchos de sus colegas no creían en los trastornos de personalidad múltiple.