Brendon Moody no dejaba de pensar en Karen Grant. La última semana de julio, mientras esperaba impaciente que el juzgado de Chicago concediera el mandato judicial, paseaba por el vestíbulo del «Madison Arms Hotel». Era evidente que Ann Webster había dejado por fin la agencia de viajes. Su escritorio había sido sustituido por una bonita mesa de madera de cerezo y, en general, la decoración de la agencia era más sofisticada. Moody decidió que había llegado el momento de hacer otra visita a la ex socia de Karen Grant, esta vez en su casa de Bronxville.
A Anne le faltó tiempo para decirle lo ofendida que estaba por la actitud de Karen.
—Me atosigaba para que firmásemos los documentos de venta. La tinta de contrato no se había secado aún cuando me dijo que ya no hacía falta que yo fuera por la agencia, que ella se hacía cargo de todo. De inmediato cambió mis muebles por nuevos para ese fulano. Cuando pienso en cómo la defendía yo cuando la gente la criticaba, me siento una estúpida. ¡La viuda desconsolada!
—Mrs. Webster —la interrumpió Moody—, esto es muy importante. Creo que existe la posibilidad de que Laurie Kenyon no sea culpable de la muerte de Allan Grant. Pero el mes que viene irá a la cárcel a menos que podamos probar que otra persona lo asesinó. Por favor, volvamos una vez más a aquella noche, la que usted y Karen fueron al aeropuerto. Explíqueme todos los detalles, hasta el que le parezca más insignificante. Empiece por el viaje hasta allí.
—Salimos hacia el aeropuerto a las ocho. Karen había hablado con su marido. Estaba muy preocupada. Cuando le pregunté qué ocurría, me dijo que una chica histérica lo había amenazado y que él se había desahogado con ella.
—¿Desahogado con ella?, ¿a qué se refería?
—No lo sé. No soy una chismosa y no me entrometo en asuntos ajenos.
«Si de algo estoy seguro, es de que sí lo hace».
—Mrs. Webster, ¿a qué se refería Karen?
—Durante los últimos meses se quedaba cada vez más a menudo en su apartamento de Nueva York, desde que había conocido a Edwin Rand. Tengo la impresión de que Allan Grant le dijo que estaba harto de esa situación. Camino del aeropuerto, Karen comentó algo acerca de que debería estar aclarando las cosas con Allan, no haciendo servicio de chófer. Yo le recordé que era uno de nuestros mejores clientes, y que no soportaba los coches de alquiler.
—Entonces el avión se retrasó.
—Sí, eso molestó mucho a Karen. Pero fuimos a la sala de espera VIP[2] y tomamos una copa. Entonces ponían Espartaco. Es mi…
—Su película favorita de todos los tiempos. Y también muy larga. Y usted tiene tendencia a quedarse dormida. ¿Está segura de que Karen se quedó allí y vio toda la película?
—Bueno, sé que acudía de vez en cuando a información a preguntar por el vuelo, y que hizo algunas llamadas telefónicas.
—Mrs. Webster, la casa de Karen en Clinton se encuentra a cincuenta kilómetros del aeropuerto. ¿Hubo algún espacio de tiempo largo en que usted no la viera?, ¿un par de horas, más o menos? Quiero decir si es posible que se marchase y fuera en el coche a su casa.
—Yo creía que no me había dormido, pero… —se detuvo.
—Mrs. Webster, ¿de qué se trata?
—Cuando recogimos a la anciana y salimos del aeropuerto, el coche de Karen no se hallaba estacionado en el mismo sitio. Cuando llegamos, todo estaba tan lleno que tuvimos que andar mucho trecho hasta la terminal, pero cuando salimos estaba justo delante de la entrada principal.
Moody suspiró.
—Ojalá me lo hubiera dicho todo esto antes, Mrs. Webster.
Ella lo miró perpleja.
—Usted no me lo preguntó.