Un año después
Connor Connelly había decidido no ir a juicio. Sabía muy bien que había numerosas pruebas contra él. Confesó los asesinatos de Tracey Sloane y Jamie Gordon, el homicidio involuntario de Gus Schmidt, el intento de asesinato de su sobrina Kate Connelly y el ataque a su sobrina Hannah Connelly, además del fraude a la compañía de seguros.
Reconoció que, tras el accidente del barco, cuando todavía estaba en shock, oyó que una enfermera lo llamaba Douglas. Entonces se dio cuenta de que había cogido por error la cartera de su hermano. Y vio en ello su gran oportunidad.
Al volver a casa fue bastante fácil colarse en la vida de Doug. Al principio fingió tener lagunas de memoria y olvidar nombres y detalles, y eso le sirvió de excusa.
Hannah no era más que un bebé. Kate fue el problema. Ella era la única que presentía que él no era su verdadero padre. Cuando se dio cuenta de que no podía dejar de cerrar el puño, se rompió la mano deliberadamente mientras ella lo miraba. Kate había reprimido ese recuerdo hasta que resultó herida en la explosión.
A pesar de lo angustiadas y airadas que se sentían, Kate y Hannah se consolaron al saber que las confesiones de Connor Connelly lo mantendrían entre rejas hasta la muerte.
Cuando la última sesión del interrogatorio de Jack Worth terminó de forma abrupta, después de que el inspector Matt Stevens prácticamente lo acusara del asesinato de Jamie Gordon, Jack entendió que era solo cuestión de tiempo que fueran a buscarlo a casa para detenerlo.
Se marchó de la oficina del fiscal, buscó su pasaporte en casa, hizo la maleta y reservó un vuelo a las siete de la tarde para partir del aeropuerto Kennedy a las islas Caimán, donde tenía una cuenta bancaria. Estaba el primero de la cola cuando la azafata del mostrador de la puerta trece anunció que los pasajeros de primera clase podían subir al avión.
En ese momento sintió la mano del inspector Matt Stevens agarrándolo del brazo.
—No tan deprisa, Jack. Te vienes con nosotros.
Connor «Douglas» Connelly se sintió feliz de arrastrar a Jack Worth con él. Mientras gritaba y decía entre sollozos que su padre jamás lo había tratado bien, reconoció todos sus crímenes y la complicidad de Jack en algunos de ellos.
Jack cumpliría una sentencia de veinticinco años de cárcel.
Harry Simon se confesó culpable del asesinato de Betsy Trainer. A regañadientes, el fiscal del distrito accedió a una condena de veinte años de prisión, en lugar de veinticinco, que habría sido lo habitual. Noah Green logró que el fiscal reconociera que la información de Simon sobre el hecho de que Tracey Sloane había subido a una furgoneta de transporte de muebles había resultado de gran ayuda.
Para los inspectores era evidente que, aunque Clyde Hotchkiss hubiera intentado ayudar a Jamie Gordon, habría llegado demasiado tarde para evitar que Connor la matara, y él también habría muerto.
Hicieron una declaración ante los medios para exculpar a Clyde Hotchkiss, veterano de la guerra de Vietnam, de haber participado en el asesinato de Jamie.
Una agradecida Peggy Hotchkiss telefoneó a Frank para darle las gracias y añadió:
—Ahora Clyde sí que puede descansar en paz, y yo puedo seguir con mi vida.
Lottie Schmidt les había proporcionado la última pieza del rompecabezas. Rabioso y amargado al saber que lo obligaban a jubilarse, Gus decidió vengarse. Con su habilidad para la ebanistería fabricó una réplica exacta de un pequeño escritorio que estaba en la sala Fontainebleau del museo. Reemplazó la pieza y vendió el original en el mercado negro. Con los tres millones que le pagaron en efectivo, compró la casa a Gretchen y la anualidad para que mantuviera la propiedad durante el resto de su vida.
Ese era el escritorio que Connor había vendido al intermediario que luego amenazó con matarlo. Nunca se imaginó que era una imitación creada por Gus Schmidt.
Kate y Hannah no presentaron cargos contra Lottie por su complicidad en el robo del escritorio. Sabían lo mucho que ella había sufrido y decidieron que Gretchen conservara la casa.
En ese momento Kate volvía a lucir una melena hasta los hombros y, salvo por una pequeña cicatriz en la frente, no quedaba ni rastro de la lesión que casi acaba con ella. Con nostalgia comentó a Hannah:
—No puedo creer que ya haya pasado un año. Como dije a la policía, no entendía por qué Gus estaba tan nervioso aquella noche. Yo había estado en el museo y sospechaba que el escritorio, que tantas veces había visto, parecía algo distinto. Por eso le pedí a Gus que nos reuniéramos en secreto, a esa hora. Se me ocurrió que quizá Jack Worth estaba robándonos y sabía que Gus podría decirme si había dado el cambiazo al escritorio. Ahora hemos sabido que fue Gus quien lo hizo.
Estaban sentadas en la cocina del piso de Kate. Sobre la mesa se encontraban los documentos que ambas habían firmado, relativos a la venta del complejo de los Connelly.
Los demás se reunirían con ellas para cenar. Mark y Jessica, que se habían hecho inseparables. La madre de Mark, que estaba de visita y que presionaba a su hijo repitiéndole con cariño lo mucho que le gustaría tener un nieto. Y Justin. La línea de diseño de Hannah había sido un éxito, y ella y Justin planeaban casarse en primavera.
En la cocina, sobre el alféizar de la ventana, la bromelia que había unido a Justin y Hannah estaba en flor.