La sensación de malestar de Hannah estaba convirtiéndose en verdadera inquietud. Algo iba muy mal. Lo sabía. Kate había estado más inquieta esa mañana. Todavía no la habían trasladado a la habitación privada. Algo o alguien la había asustado. No debería haberme ido, pensó. Sé que no debería haberla dejado sola. Intentaba comunicarse conmigo.
Me pregunto si papá ha pasado a verla hoy. Cogió el móvil y marcó el número del piso de su padre.
Sandra respondió al segundo tono de llamada. A todas luces molesta, dijo:
—Hannah, me gustaría saber qué está pasando. Tu padre está de muy malhumor desde ayer. Además, hace menos de veinte minutos ha llamado un inspector. He contestado yo al teléfono, y él ha preguntado por tu padre. Primero, tu padre me ha gritado por haber contestado. Luego me ha quitado el aparato de la mano. Supongo que el inspector le ha pedido que vaya a la oficina del fiscal del distrito, o algo así, para hablar con ellos, y entonces tu padre le ha gritado también a él. Le ha dicho que estaban conspirando contra él para que no recibiera el dinero del seguro. Luego ha soltado: «¿Qué quiere decir con eso de que Jack Worth ha colaborado mucho?». Finalmente ha colgado y ha salido a toda prisa. No me ha dicho adónde iba. Pero, Hannah, está perdiendo los nervios. Todo esto es demasiado.
—¿No tienes ni idea de adónde ha ido? —espetó Hannah.
—Supongo que ha ido a reunirse con esos inspectores. Ha repetido en voz alta la dirección que le han dado. Me he ofrecido a acompañarlo, pero casi me arranca la cabeza. Luego ha salido disparado.
»Hannah, ayer cuando volvimos del hospital, tu padre estaba muy disgustado a pesar de que Kate estaba mucho mejor y de que iban a trasladarla a una habitación privada. Cualquiera habría pensado que estaría feliz de que pronto se despertara. De todas formas, intenté convencerlo de que Bernard nos llevara a comer a una de esas pequeñas pensiones que hay cerca del río Hudson, ya sabes, las que están por West Point, pero no quiso ni oír hablar de ello. Se…
Hannah no podía seguir escuchando. Colgó y metió el móvil en el bolso. Pensó en la importante reunión ejecutiva que tenía programada para las cuatro sobre el desfile de primavera. Tendría que perdérsela. Echó la silla hacia atrás, se levantó, descolgó el abrigo de la percha y se lo colocó sobre los hombros antes de salir de su pequeño despacho. Se detuvo un momento en el mostrador de la recepción cuando iba corriendo hacia el ascensor.
—Tengo que ir al hospital. Tengo que estar con mi hermana. Diles que lo siento. Es que no puedo esperar más.
Le costó más de diez minutos conseguir un taxi.
—Al Hospital Manhattan Midtown —dijo con nerviosismo—. Por favor, dese prisa.
Alarmado, el conductor se volvió para mirarla.
—¿No irá a ponerse de parto o algo así, verdad, señora? —le preguntó.
—No. No. Claro que no. Mi hermana está ingresada allí.
—Siento oírlo, señora. Haré todo lo posible por llegar cuanto antes.
¿Habrán trasladado ya a Kate?, se preguntó Hannah veinte minutos después, cuando metió el dinero por la ranura de la mampara que la separaba del conductor, salió pitando del taxi y corrió hacia el hospital. Había cola en el mostrador de visitas, pero, disculpándose con las demás personas que esperaban, se coló hasta el primer puesto.
—Creo que mi hermana iba a ser trasladada hoy de la UCI a una habitación privada. ¿Dónde está?
—¿Cómo se llama?
—Connelly. Kate Connelly.
La recepcionista lo comprobó en su ordenador.
—Está en la habitación 1106. Su padre ha llegado hace unos minutos. Ahora debe de estar con ella.
Una sensación de pánico se apoderó de Hannah. Se volvió y corrió hacia los ascensores. Sin entender por qué estaba tan asustada, se dio cuenta de que estaba diciendo:
—Por favor, que esté bien. Por favor, que esté bien.