Kate se agitó. Sintió un bache y lo que fuera que transportaba se atascó.
¿Dónde estoy?, se preguntó. ¿Estoy soñando?
—La última habitación —dijo alguien—. La número seis.
Kate empezó a recordar. Se había encontrado con Gus en el aparcamiento. Habían entrado en el museo.
Olí a gas, pensó. Grité a Gus que saliera. Todo saltó por los aires. El museo saltó por los aires. Algo pesado nos cayó encima. Lo saqué a rastras.
¿Estaría bien Gus?
¿Por qué se puso tan nervioso cuando le pedí que nos encontráramos allí?
Creo que estoy en un hospital. Me duele la cabeza. Tengo sondas en los brazos. No he parado de tener la misma pesadilla. ¿Por qué?
Intentó abrir los ojos pero no pudo. Volvió a sumirse en un sueño profundo…
La pesadilla volvió a empezar. Solo que esta vez sabía cómo acababa.
Me agarró cuando yo intentaba bajar por las escaleras. Me atrapó. Yo grité: «¡Tú no eres mi papá! ¡Tú no eres mi papá!». Me tapó la boca con la mano y me llevó hasta el cuarto. Yo le daba patadas. Intentaba zafarme.
Él me tiró sobre la cama y me dijo: «Mira esto, Kate, mira esto». Entonces pegó un puñetazo al espejo de la cómoda de mamá, y el cristal se rompió, y él tenía la mano llena de sangre. Y dijo: «Eso es lo que te haré si vuelves a decirlo alguna vez».
Me levantó y me sacudió con fuerza. «Ahora repite, ¿qué es lo que no dirás nunca más?».
«Que no eres mi papá». Me puse a llorar. Estaba muerta de miedo. «Te lo prometo. Te lo prometo. No volveré a decirlo».
Pero sé que sí lo hice, pensó Kate. Se lo dije cuando se inclinó sobre mí en el hospital, después del accidente. Entonces oí que le decía a Hannah que yo había dicho que sentía lo de la explosión. Pero estaba mintiendo. Yo no dije eso.
Dije: «Tú no eres mi padre».
Tengo que contárselo a Hannah. Pero no puedo despertar. Lo intento, pero no puedo despertar.