A la una de la tarde del viernes, Frank Ramsey y Nathan Klein estaban en la entrada de la casa de Lottie Schmidt. No le habían avisado de que iban porque no querían que se pusiera en guardia. Tampoco querían que estuviese sentada con su abogado cuando llegaran.
Cuando les abrió la puerta, el rostro de Lottie reveló un gesto de desaprobación, aunque Frank percibió el miedo en el fondo de su mirada.
—Entren —dijo con voz apagada y preocupada.
Levantó la mano para enseñarles que sostenía el teléfono móvil.
—Estaba hablando con mi hija. Le diré que ya la llamaré luego.
Los condujo de nuevo hasta el comedor. Los álbumes y las fotos que les había enseñado el miércoles todavía estaban sobre la mesa. Sin haber sido invitados a sentarse, los jefes de bomberos tomaron asiento en las mismas sillas que habían ocupado con anterioridad.
Lottie no intentó alargar la conversación con su hija en privado. Habló por el móvil:
—Gretchen, los jefes de bomberos que estaban en el velatorio han venido a hablar conmigo otra vez. Te llamo después.
—¡Pon el altavoz y ya hablo yo con ellos! ¡Les diré lo que pienso de que estén acosándote!
Tanto Ramsey como Klein oyeron que Gretchen estaba gritando enfadada antes de que Lottie colgara y apagara el teléfono. Se sentó frente a ellos con las manos entrelazadas sobre la mesa.
—Bueno, ¿y ahora qué? —preguntó.
—Señora Schmidt, me temo que hoy en día puede comprobarse la veracidad de cualquier historia —dijo Frank Ramsey en tono distendido. Hizo una pausa—. Incluida la suya. La realidad es que su marido sí se crio en la propiedad de los Von Mueller. Pero no era miembro de la familia ni heredero de ninguna fortuna. Su padre era uno de los jardineros, al igual que su abuelo y su bisabuelo. Augustus Von Mueller sí era un aristócrata, pero era hijo único y tenía cinco hijas.
Frank abrió el álbum de fotos y señaló las imágenes que Lottie les había enseñado.
—Sí, este es su marido con las niñas de Von Mueller. De niño jugaba con ellas. Cualquier parecido es pura coincidencia, porque todos eran rubios con ojos azules. Y cuesta encontrar algún parecido entre su marido y el mariscal de campo Augustus Von Mueller.
Ramsey hizo una pausa y luego prosiguió:
—Toda la familia Von Mueller fue detenida y sí que desaparecieron cuando Hitler subió al poder. El castillo y sus propiedades fueron confiscados por los nazis. A los sirvientes encargados del terreno se les dejó marchar. El padre de su esposo murió de un infarto en esa época. Su marido fue criado por su propia madre, no por una amable enfermera que lo adoptó. Los objetos de valor recuperados tras la guerra fueron reclamados por un primo de los Von Mueller que al final los recuperó.
La expresión de Lottie Schmidt permanecía inmutable mientras escuchaba.
—Señora Schmidt, si su marido tenía buen gusto y era autoritario, era porque de niño observó ese comportamiento, no porque lo llevara en la sangre —dijo Klein—. ¿No cree que ya va siendo hora de que nos cuente de dónde sacó Gus el dinero para comprar la casa a Gretchen?
—Quiero llamar a mi abogado —dijo Lottie Schmidt.
Ambos jefes de bomberos se levantaron para marcharse. Cuando ya casi habían llegado a la puerta, ella los llamó:
—No. Esperen. Vuelvan. ¿Qué más da? Les contaré lo que sé.