Intentando transmitir confianza, Jack Worth entró el viernes por la mañana en la misma sala de la oficina del fiscal de Manhattan en la que lo habían interrogado el día anterior. El inspector Stevens lo había llamado hacía menos de una hora para que volviera. Jack se sentó frente a Stevens y le comentó alegremente que sus encuentros empezaban a convertirse en costumbre. Y luego añadió con énfasis que no tenía nada que ocultar.
El interrogatorio empezó. Y fue igual que el día anterior. ¿Por qué no había llamado al teléfono de emergencias cuando miró el socavón y vio el medallón que había intentado regalarle a Tracey Sloane?
—Ya se lo dije ayer y se lo repito también hoy, y se lo repetiré mañana si todavía estamos aquí: estaba muerto de miedo. Está claro que tendría que haber llamado a emergencias. Era lo correcto. Pero ustedes me sometieron a un calvario de preguntas hace veintiocho años. Evidentemente debí suponer que no había forma de librarse de esto. Así que aquí estamos.
Durante dos horas, Matt Stevens repitió gran parte de las preguntas y luego se sacó un as de la manga.
—Jack, ya sabemos lo que le ocurrió a Tracey esa noche —dijo—. Hemos dado con un testigo ocular fiable que la vio subir a un vehículo por voluntad propia.
Stevens y los demás inspectores observaron con atención la reacción del hombre que creían que había recogido a Tracey aquella noche.
Pero Worth no pareció impresionado.
—Entonces ¿por qué ese testigo fiable no fue a la policía cuando ella desapareció? —preguntó con una expresión burlona—. Supongo que creían que me pillarían con esa estúpida historia.
—Subió a una furgoneta de tamaño medio para el transporte de muebles. Era negra con letras doradas en un lateral que decían: MOBILIARIO ANTIGUO DE IMITACIÓN —espetó Matt Stevens alzando la voz.
—¡No le creo! —gritó Jack Worth—. Está inventándoselo. Mire, ya le dije que me sometieran al detector de mentiras. Quiero que lo hagan ahora. Y luego me iré a casa, y ustedes pueden contarle ese cuento chino al próximo desgraciado que saquen de la calle.
Jack estaba a punto de decir a los policías que quería hablar con un abogado, pero su instinto le indicó que eso lo haría parecer culpable y se contuvo. Superaré la prueba del detector de mentiras y eso les demostrará, de una vez por todas, que no sé qué narices le ocurrió a Tracey Sloane, decidió. Y me da igual llegar a saberlo. ¡Menuda panda de escoria! ¿Es que creen que soy idiota?