Jack Worth se quedó con Hannah hasta que Douglas Connelly llegó al hospital. A Jack le costó ocultar su desprecio cuando vio los ojos inyectados en sangre de Connelly. Sin embargo, le habló con amabilidad:
—Señor Connelly, no sé cómo decirle cuánto lo siento.
Doug asintió en silencio al pasar junto a él para acercarse a Hannah.
—¿Hay alguna novedad sobre el estado de Kate? —le preguntó en voz baja.
—Nada nuevo. Sigue en coma profundo. No saben si saldrá de esta y, si lo consigue, puede que tenga lesiones cerebrales.
Hannah se zafó del abrazo de su padre.
—Ha venido gente del cuerpo de bomberos. Me han pedido mi número de teléfono. Querían hablar con Kate, pero, claro, eso era imposible. Encontraron a Gus y Kate en la entrada trasera del museo después de la explosión. Jack tiene miedo de que la policía crea que fue provocada.
Apartándose de su padre, Hannah dijo en un tono bajo pero furioso:
—Papá, la fábrica estaba perdiendo dinero. Kate lo sabía. Jack lo sabía. Tú lo sabías. ¿Por qué no aceptaste esa oferta que te hicieron por el terreno? No estaríamos aquí sentados si lo hubieras hecho.
En el taxi de camino al hospital, Douglas Connelly se había preparado para esa pregunta. Pese al persistente dolor de cabeza que ni la copa a primera hora de la mañana ni tres aspirinas habían mitigado, se obligó a sonar firme y autoritario en el momento de responder.
—Hannah, tu hermana exageraba los problemas que tenía el negocio, y el terreno vale mucho más de lo que me ofrecen. Kate sencillamente no entraba en razón.
Sin intentar acercarse a Hannah, cruzó la sala de espera, se dejó caer en una silla y hundió la cara entre las manos. Minutos después, los llantos ahogados hacían temblar todo su cuerpo.
En ese momento Jack Worth se levantó.
—Creo que es mejor que os deje solos —dijo—. Hannah, ¿me avisarás si se produce algún cambio en el estado de Kate?
—Por supuesto. Gracias, Jack.
Durante varios minutos, después de que él se fuera, Hannah se quedó quieta, sentada en la butaca gris de la sala de espera. Mientras miraba a su padre, sentado frente a ella en una silla idéntica a la suya, los pensamientos se acumulaban en su cabeza. Los sollozos se acallaron de repente, tal como habían empezado. Doug echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Me pregunto si todas las butacas de las salas de espera son como estas, se dijo Hannah. ¿Se salvará Kate? Y si es así, ¿será la misma persona de siempre? No puedo imaginármela actuando de una manera distinta… Precisamente, anoche cenó con papá. ¿Le insinuaría algo sobre su encuentro con Gus en el museo?
Era una duda que tenía que resolver.
—Papá, ¿Kate te comentó que iría al museo de madrugada?
Doug se enderezó mientras abría y cerraba los dedos de una mano con nerviosismo. Luego se frotó la frente.
—Claro que no me dijo nada, Hannah. Pero Dios sabe que cuando me llamó la semana pasada y me sermoneó sobre la venta del complejo, aseguró que le encantaría hacerlo saltar por los aires y acabar de una vez por todas con él.
Pronunció la última frase en el mismo momento en que un médico con semblante serio abría la puerta de la sala de espera.