Sammy era uno de los muchos vagabundos que fue interrogado por la policía por si conocía al sin techo que se llamaba Clyde. Al principio dijo que nunca había oído hablar de él. No quería meterse en líos. Pero, cuando uno de sus amigos le chivó que por la tele habían dicho que Clyde podía haber matado a un par de chicas, Sammy sintió la obligación de cumplir con su deber como ciudadano.
Tony Bovaro era un joven policía del distrito de Chelsea que solía despertar a Sammy cuando lo veía durmiendo en la entrada de algún edificio o cerca de alguna casa. Le decía: «Venga, Sammy, ya sabes que no tendrías que estar aquí. Muévete antes de que te meta entre rejas».
En esta ocasión fue Sammy quien fue en busca del agente. El jueves por la tarde se acercó al coche patrulla donde se encontraban Bovaro y su compañero de trabajo.
—Tengo algo que contarle, agente —dijo Sammy intentando disimular el hecho de que estaba bastante borracho.
—Hola, Sammy. Hacía un par de días que no te veía —dijo Bovaro—. ¿Qué pasa?
—Debería echarle un vistazo al moratón que tengo en la barbilla.
El agente de policía de veinticuatro años salió del coche patrulla y observó de cerca la cara de Sammy, cubierta de roña, manchada y sin afeitar. Pero entonces vio el feo y negruzco moratón en la hinchada barbilla. Esto aumentó su interés.
—Tiene muy mala pinta, Sammy. ¿Qué ha pasado?
Sammy se dio cuenta de que el policía lo escuchaba con respeto.
—Ese tipo, Clyde, el tío que creen que mató a esa estudiante universitaria, casi me mata la semana pasada. Maldito sea. Intenté dormir a su lado, pero él no quería que estuviera allí. Y cuando le dije que no pensaba largarme…
Sammy hizo una pausa y no mencionó que había tirado a propósito la botella de vino que Clyde estaba bebiendo.
—Bueno, la cuestión es que me dio un puñetazo tan fuerte que casi tuve que ir al hospital, pero no fui. Ese tío era malo. Estaba loco. Oí que reconoció haberle pegado un puñetazo a esa chica, pero apuesto a que la mató. No sé nada del otro asesinato, el de hace unos treinta años o algo así. Pero si él estaba por allí, y ella se cruzó en su camino, seguro que también la mató.
—Está bien, Sammy, tómatelo con calma —dijo el agente Bovaro, aunque su compañero ya estaba cogiendo el transmisor para informar de que tenían nueva información sobre Clyde Hotchkiss.
Una hora más tarde, Sammy estaba en la comisaría local relatando su historia encantado de la vida. Mientras la contaba, iba embelleciéndola y aseguraba que los chicos de la calle tenían miedo a Clyde Hotchkiss.
—Lo llamábamos Clyde el Solitario —dijo Sammy al tiempo que su maliciosa sonrisa dejaba al descubierto varios dientes mellados. Luego echó hacia delante su mandíbula para que los inspectores que todavía no la habían visto de cerca pudieran examinarla—. Clyde tenía un carácter horrible. Era un asesino. Me pegó de tal manera que ahora mismo yo podría estar muerto.
Cuando Sammy salió de la comisaría, lo siguió un periodista que lo había visto entrar y quería saber qué hacía allí.
—Era mi deber presentarme —respondió Sammy con decisión.
Después, embelleciendo aún más cómo se había librado de la muerte por los pelos, volvió a relatar su historia.