Al abogado Noah Green le asqueaba sinceramente su cliente, Harry Simon.
—Bueno, en realidad no es un cliente nuevo. ¿Recuerdas que lo libré de una multa por exceso de velocidad hace un par de años? —preguntó a su mujer, Helen, el jueves por la mañana, mientras tomaban su habitual desayuno de café y bagel en su pequeño despacho en el Lower Manhattan.
Se habían conocido en la facultad de Derecho y se habían casado el día después de jurar su cargo en el Colegio de Abogados del Estado de Nueva York, hacía veintiséis años. Llenos de optimismo, habían abierto un despacho de abogados con el dinero que les habían dado sus familiares y amigos como regalo de boda. Por desgracia, Helen había sufrido varios abortos y no habían tenido hijos.
Ambos se habían ganado una buena reputación en la comunidad legal y tenían una trayectoria próspera. Helen Green se había dedicado al derecho de familia, y la mayoría de sus clientes eran mujeres. Muchas de ellas habían sido víctimas de la violencia de género o buscaban ayuda para que sus ex parejas se comprometieran en la manutención de los hijos. Los clientes de Noah solían ser personas que vendían o compraban propiedades, querían hacer testamento o intentaban librarse de pagar caras multas por infracciones cometidas con sus carísimos coches. La broma que se hacían entre ellos era que los casos de Helen acababan siendo de beneficencia, mientras que los clientes de Noah pagaban las facturas.
Aunque Noah y Helen tenían el acuerdo tácito de no hablar nunca de sus casos mientras comían, la noche anterior Noah había comentado a su mujer la visita a Harry Simon y que no sabía si dar a la policía la información que Simon decía tener sobre la noche en que había desaparecido Tracey Sloane.
Helen se había sentido horrorizada ante la idea de que su marido representara a un asesino cuyo crimen había sido captado por una cámara de seguridad.
—Noah, quiero que te retires del caso —le había suplicado ella—. No lo necesitamos. Si Simon te ha dicho que des esa información a la policía, hazlo y se acabó.
—Helen, ese tipo me gusta tan poco como a ti. Ni siquiera me alegra que se haya librado de la multa por exceso de velocidad. Puede que el radar de mano no funcionara bien, pero creí al joven policía de tráfico cuando declaró que Harry iba conduciendo como un loco y casi se carga a una familia con niños que iba en un monovolumen. Pero, Helen, este es un caso muy importante. Simon no puede pagar mucho, pero tiene derecho a un abogado, y la publicidad podría proporcionarme muchos clientes, sobre todo si le consigo un trato más favorable gracias a la información sobre Sloane.
Noah y Helen recordaban que ambos estaban estudiando en la facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York cuando Tracey Sloane desapareció. De vez en cuando iban al Tommy’s Bistro, donde trabajaba Tracey en el momento de su desaparición, e incluso habían comentado entre ellos si alguna vez ella los habría atendido. Al final llegaron a la conclusión de que, las pocas ocasiones en que estuvieron allí, su camarera había sido una mujer mayor que ella con un fuerte acento italiano.
—Está bien, Noah —dijo Helen a regañadientes—. Me parece bien que quieras representarlo. —Y añadió con preocupación—: Pero no esperes que me emocione el tema.
Noah había pasado una noche muy inquieta. No estaba seguro de que fuera buena idea contar a la policía la historia de Simon sobre el hecho de que Tracey Sloane subió a una furgoneta que pertenecía a una fábrica de muebles. Pero el jueves por la mañana, mientras se terminaba el bagel y el café, decidió que Simon, en realidad, no tenía nada que perder. El caso de lo ocurrido en el Lower East Side lo llevaría a prisión por el resto de sus días. La única oportunidad que tenía de librarse de la cadena perpetua sin fianza era la información sobre el caso Sloane.
—Helen, esta tarde me pondré en contacto con la oficina del fiscal del distrito para contarles lo que me ha dicho Simon. Quiero dejar listas un par de cosas antes de llamar.
A las doce y dos minutos, Helen entró a toda prisa en el despacho de Noah.
—Pon la tele, rápido. Hay una rueda de prensa con la policía que tienes que ver. El titular decía que era sobre Tracey Sloane.
Noah agarró el mando a distancia y encendió el televisor. La pequeña pantalla que tenía en la pared de su despacho se iluminó. La rueda de prensa estaba a punto de empezar. Escuchó la voz solemne del portavoz de la policía anunciando que había sido confirmado, por la oficina de análisis forense, que los restos de la desaparecida Tracey Sloane habían sido encontrados en el complejo de mobiliario Connelly, en Long Island City.
«La explosión de la semana pasada abrió un profundo socavón en la parte trasera de la propiedad, y un miembro del equipo de retirada de escombros descubrió los restos a las cinco de la tarde del día de ayer. —El portavoz prosiguió—: A este respecto, podemos darles información limitada. Nuestra investigación ha revelado que un vagabundo, Clyde Hotchkiss, veterano condecorado de la guerra de Vietnam, vivió durante varios años en una furgoneta accidentada que se encontraba en la parte trasera de la propiedad de los Connelly. Antes de su muerte en el Hospital Bellevue, de Manhattan, anterior al descubrimiento de los restos de Tracey Sloane, Hotchkiss fue interrogado sobre la desaparición de Jamie Gordon, la estudiante de la Universidad de Barnard cuyo cuerpo fue hallado en el East River hace un año y medio. Un cuaderno con su nombre fue encontrado en la furgoneta después de la explosión. La señorita Gordon estaba entrevistando a personas sin techo como parte de un proyecto universitario en el que trabajaba cuando desapareció».
«¿Hay alguna relación entre los dos casos?», preguntó un periodista a gritos.
«Por favor, permítanme acabar —respondió el agente—. El señor Hotchkiss reconoció que la señorita Gordon había subido a la furgoneta y había intentado hablar con él. Reconoció haberse enfadado muchísimo y haberle pegado un puñetazo en la cara. Dijo que ella se había ido corriendo y que, pasados unos minutos, la había oído gritar pidiendo ayuda. Antes de morir, negó con contundencia haberla seguido o haberle causado más daños».
El portavoz miró directamente al periodista que le había lanzado la pregunta.
«Llegados a este punto, no sabemos si el señor Hotchkiss estuvo implicado en la desaparición de Tracey Sloane. No sabemos si vivía allí hace veintiocho años. El hecho de que los restos de la joven hayan sido hallados a solo unos metros de la furgoneta puede tener o no trascendencia. Podemos afirmar, no obstante, que Clyde Hotchkiss es un claro sospechoso por la muerte de Jamie Gordon».
—Helen, ¡acaban de decir que los restos de Tracey Sloane han sido descubiertos en el complejo de Imitaciones de Muebles Exclusivos Connelly! —exclamó Noah.
—Sí, lo he oído. Ya sé qué estás pensando.
Mentalmente, Noah Green vio otra vez la expresión huidiza de Harry Simon mientras le contaba que Tracey Sloane había subido por voluntad propia a una furgoneta de muebles de color negro con letras doradas en el lateral y la palabra «imitación».
Ese monstruo decía la verdad, pensó Noah. Esta información se ha hecho pública hace solo un par de minutos. Noah sacó el móvil y llamó al inspector Matt Stevens, quien había interrogado a Simon el día anterior.
—¿Qué pasa, Noah? —preguntó.
—Pasa que voy para allá para hablar contigo. Puedo darte información útil que Harry Simon me ha facilitado referente a la desaparición de Tracey Sloane, y no es lo que estás pensando. Aunque él no lo hizo, podría ser un valioso testigo. Cuando estuve ayer con él, me dijo que podía describir el vehículo al que ella se subió, por voluntad propia, la noche en que desapareció. Pero no hablará hasta que le aseguren un acuerdo de reducción de condena en el caso del Lower East Side. No es idiota. Ya sabe la clase de prueba que tenéis con esa cinta.
—La idea de que ese monstruo pase un día menos en prisión me pone enfermo —respondió Stevens—. Y en realidad yo no tengo esa autoridad. La autorización tiene que proceder del fiscal en persona o de uno de sus ayudantes de confianza.
—Bueno, pues llámalos ahora. Pero te aseguro que lo que Simon me contó fue antes de la rueda de prensa, y es de fiar. Y si alguien duda sobre el momento en que recibí esta información, me retiraré del caso como abogado y me presentaré como testigo. Puede que ese tipo sea escoria, pero esta vez te juro, como funcionario de justicia, que habló conmigo ayer. Y después de haber visto la rueda de prensa, creo que lo que te contaré va a ayudaros. Llegaré en unos minutos.
Noah Green se metió el móvil en el bolsillo y miró a su mujer.
—Deséame suerte —dijo.
Al cabo de una hora, Noah se encontraba sentado en el impresionante despacho de Ted Carlyle, el fiscal del distrito de Manhattan.
El inspector Matt Stevens, de expresión inescrutable, se encontraba junto a Carlyle. Tras manifestar su rechazo ante cualquier trato de favor a Harry Simon, el fiscal Carlyle accedió a ofrecer a Simon veinte años sin fianza por el asesinato de Betsy Trainer si la información sobre Tracey Sloane resultaba ser realmente valiosa.
—Si al final no sirve de nada, volveremos a la cadena perpetua sin fianza —afirmó Carlyle con contundencia—. Lo enterraré en vida.
—Sin duda lo entenderá —respondió Green.
—Está bien —dijo Carlyle—. ¿Cuáles son los detalles que conoce?
—Siguió a Tracey Sloane a la salida del restaurante la noche en que desapareció. La vio subir a una furgoneta de transporte de muebles a un par de manzanas de allí.
Noah se regodeó con la cara de sorpresa de ambos hombres.
—La furgoneta se detuvo en el semáforo. Alguien dentro la llamó. La puerta se abrió y ella entró por propia voluntad. Desde donde estaba, Simon no pudo ver al conductor, pero observó que era una furgoneta negra con letras doradas en un lateral y la palabra «imitación». —Noah habló en tono firme—. Como ya he dicho antes, quiero que comprueben a qué hora estuve ayer por la tarde con Simon. Lo dejé justo antes de las cinco. Los restos de Tracey Sloane se descubrieron unos minutos después en un socavón del complejo de Mobiliario antiguo de imitación Connelly.
—¿Por qué Simon no le contó esto a Nick Greco la primera vez que lo interrogaron en el momento de la desaparición de Sloane? —exigió saber Carlyle.
—Yo le hice exactamente la misma pregunta —respondió Noah—. Me dijo que tenía miedo de que saliera a la luz parte de su pasado y acabara convirtiéndose en sospechoso.
—En eso tiene razón —espetó Carlyle.