El jueves a las siete de la mañana, Lawrence Gordon recibió una llamada del inspector John Cruse, quien le explicó que dos jefes de bomberos que estaban investigando la explosión del complejo Connelly querían verlo.
—Es por algo que ha surgido y que queremos hablar con usted, señor —dijo Cruse.
—Es sobre Jamie, ¿no? ¿Ya saben quién la mató?
—Señor Gordon, no nos hemos puesto antes en contacto con usted porque lo que tenemos que decirles, a su esposa y a usted, les alteraría mucho y necesitábamos el máximo de información posible. Estaré en su casa dentro de una hora junto con los jefes de bomberos Frank Ramsey y Nathan Klein. No sé qué planes tiene hoy, pero ¿puede esperarnos?
—Por supuesto, vengan enseguida.
Lawrence acababa de ducharse y afeitarse. El baño estaba en uno de los extremos de la habitación y, como la puerta estaba cerrada, Veronica no oyó el teléfono móvil. Esa era otra costumbre que había adquirido Lawrence en los casi dos años transcurridos desde que Jamie había desaparecido. Incluso después de que encontraran su cuerpo, siempre tenía el móvil cerca, a la espera de la llamada de la policía para decirle que habían localizado al asesino de su hija.
En ese momento, aunque odiaba tener que hacerlo, se sentó en un lado de la cama y puso una mano sobre el rostro de Veronica con delicadeza y lo acarició. Ella abrió los ojos de inmediato.
—Lawrence, ¿ocurre algo? ¿Estás bien?
Veronica solía levantarse cuando él ya estaba vestido, se ponía el albornoz y bajaba a tomarse un café con él. Pero si estaba dormida, él nunca la despertada. Por lo general, si seguía durmiendo significaba que había estado en vela casi toda la noche.
—Cariño, estoy bien; el inspector Cruse y dos jefes de bomberos vienen para acá a hablar con nosotros sobre Jamie.
Lawrence observó cómo su mujer cerraba los ojos por el dolor.
—Tú no tienes que hablar con ellos —le dijo—. Yo puedo encargarme de esto si quieres.
—No, quiero oír lo que tengan que decir. ¿Crees que han detenido a alguien?
—No lo sé.
Ambos se vistieron a toda prisa. En lugar de arreglarse como para ir al trabajo, con traje, camisa y corbata, Lawrence se puso unos pantalones holgados y una camiseta de manga larga. Veronica, con manos temblorosas, se puso su ropa de deporte, que era lo que solía hacer al levantarse. Todas las mañanas iba puntualmente al gimnasio local para la clase de ejercicios de las nueve.
Dottie, su asistenta interina desde hacía muchos años, estaba en la cocina. Ya había preparado el café y dispuesto la mesa en la sala del desayuno. Cuando les vio la cara, su alegre saludo de buenos días quedó silenciado en sus labios.
—Van a venir tres inspectores —explicó Lawrence—. Creemos que tienen información sobre Jamie.
—¿Sobre quién la mató? —preguntó Dottie con voz temblorosa.
Dottie trabajaba para ellos desde antes de que naciera Jamie. La pena que sintió cuando la chica desapareció fue más honda de lo que habría podido sentir nadie que no fuera el padre o la madre.
—Eso esperamos. No lo sabemos —respondió Lawrence en voz baja.
Cuando Cruse, Ramsey y Klein llegaron media hora después, aceptaron el ofrecimiento de tomar café y se sentaron a la mesa frente a los padres de Jamie. Cruse repitió de forma concisa que Ramsey y Klein eran los jefes de bomberos que habían inspeccionado la explosión y el incendio en el complejo Connelly.
—Hemos sabido que un vagabundo estuvo durmiendo durante varios años en una furgoneta accidentada que estaba aparcada al fondo de la propiedad de los Connelly. El vehículo había sufrido un accidente hacía algunos años y lo habían dejado en el aparcamiento. Cuando descubrimos que la furgoneta estaba llena de periódicos viejos, la enviamos al laboratorio de criminología. Tras ser sometida a análisis, hallaron el cuaderno de Jamie —explicó Cruse.
—¡El cuaderno de Jamie! —exclamó Veronica.
—Sí. Tiene su nombre y está claro que es el que usaba en las entrevistas de los sin techo para el proyecto en el que estaba trabajando. Identificamos al vagabundo que vivía en la furgoneta gracias a una foto de familia que encontramos allí. Puede que ya lo hayan visto en las noticias. En la imagen se veía a una pareja joven con un bebé.
—Los dos la hemos visto —dijo Veronica un poco aturdida—. ¿Fue ese hombre quien mató a nuestra hija? Si es así, ¿lo han detenido?
—Se llamaba Clyde Hotchkiss. Debo decirles que murió ayer por la mañana en el Hospital Bellevue, de Manhattan.
Lawrence y Veronica lanzaron un suspiro ahogado y se cogieron las manos.
Ramsey esperó un momento y añadió:
—Lo llevaron al hospital cuando una transeúnte lo vio desmayarse en la calle, cerca de la autovía del West Side. Estaba muriéndose de neumonía y vivió solo un par de horas más. El personal del hospital lo reconoció por las noticias y se puso en contacto con nosotros. Pudimos hablar con él solo unos minutos.
—¿Qué dijo? —exigió saber Lawrence—. ¿Qué dijo?
—Le preguntamos por Jamie. Admitió que había subido a la furgoneta y que no había parado de atosigarlo con sus preguntas. Admitió haberle pegado un puñetazo, pero juró que había salido del vehículo y que luego la oyó gritar: «¡Socorro! ¡Socorro!».
—¿Intentó ayudarla? —Lawrence Gordon estaba pálido, tenía los ojos anegados en lágrimas.
—No, no lo hizo. Murió tras reconocer que solo la había golpeado y jurar que no la había matado.
—¿Le creen?
Los bomberos se miraron.
—Yo no estoy seguro —respondió Frank Ramsey.
—Yo no le creo —contestó Nathan Klein tajantemente—. Su esposa y su hijo, que no lo habían visto desde que los abandonó hacía casi cuarenta años, también fueron avisados y se acercaron al hospital. Estaban allí cuando hablamos con él. Su esposa le suplicó que respondiera a nuestras preguntas, pero creo que no reconoció haber matado a Jamie porque estaba delante de su familia. La información que estamos dándoles se hará pública en una rueda de prensa hoy al mediodía.
—Entonces ese tipo o la mató o ignoró sus gritos de auxilio. ¡Que su alma se pudra en el infierno! —El rostro de Lawrence Gordon estaba constreñido por la pena y la rabia.
La madre de Jamie comentó con tranquilidad:
—El otro día, una vidente me aseguró que pronto tendríamos una respuesta sobre lo que le ocurrió a Jamie. En cierta forma, sé que decía la verdad. Bueno, ya tenemos la respuesta, supongo. —Luego, cuando Lawrence la estrechó entre sus brazos, Veronica empezó a sollozar—. ¡Oh, Jamie, Jamie, Jamie!