Martha Sloane se quedó destrozada tras la llamada de su hijo aquella noche para comunicarle que Harry Simon, uno de los trabajadores de la cocina del Tommy’s Bistro, había sido detenido la noche anterior como presunto asesino de una joven actriz. La víctima se parecía mucho a Tracey: una chica que servía mesas e intentaba hacer realidad su sueño de convertirse en actriz.
Puedo con esto, pensó Martha mientras intentaba mantenerse ocupada. En los días en los que se sentía angustiada ante la posibilidad de que Tracey siguiese viva en algún lugar y la necesitara, se imponía distintas tareas domésticas.
Pero su casa ya estaba limpia como una patena, los armarios estaban en perfecto orden. No era su día de voluntariado en el hogar de ancianos, y su grupo de lectura no se reuniría hasta dentro de una semana.
Harry Simon. Con toda la gente que había conocido en el Tommy’s Bistro cuando estuvo allí, y cuyos rostros le resultaban confusos, era raro que recordara el de ese hombre con tanta claridad. Era una persona muy poco agraciada, de ojos pequeños, cara afilada y maneras obsequiosas. Lloró cuando habló conmigo, se dijo Martha, e intentó abrazarme. Yo me eché hacia atrás, y Nick Greco, que estaba al mando de la investigación, dijo algo así como: «Tranquilo, Harry». Y se interpuso entre ambos.
Pero yo creía que la coartada de Simon era muy buena. Odio la expresión «caso cerrado», pensó Martha. Cuando la oigo, me vuelvo loca. ¿Es que nadie se da cuenta de que no tiene sentido? A menos que signifique que la persona que le ha quitado la vida a tu niña no vuelva a hacérselo a nadie más. Eso sí es un caso cerrado.
El resto se reduce a que por fin te devuelven el cuerpo de tu hija y la entierras y puedes visitarla y plantar flores en la tumba. Eso también es una forma de cerrar el caso. Ya no tienes que seguir preocupándote por si tu niña yace en un pantano o está secuestrada.
En cierta forma, Martha Sloane tenía la sensación de que pronto lo sabría. Mark le había dicho que, si Harry Simon confesaba o si había alguna novedad, volvería a llamarla. De no ser así, la llamaría a la mañana siguiente. Por eso cuando sonó el teléfono esa noche, después de haber recogido la cena que no había podido tocar, Martha supo que Mark tenía algo importante que decirle. Su madre se dio cuenta de que tenía la voz quebrada y estaba a punto de llorar cuando le dijo:
—Mamá, han encontrado a Tracey.
—¿Dónde?
Armándose de valor, la madre de Tracey Sloane escuchó la voz rota de su hijo. Un socavón en el aparcamiento de una fábrica de muebles. Fue como una puñalada en el corazón.
—¿Mark, Tracey estaba viva cuando la dejaron allí? —preguntó.
—Todavía no lo sé, pero no lo creo.
—Mark, tú no me creías, pero te dije que en el fondo ya había descartado la esperanza de que Tracey siguiera viva. Creo que eres tú el que en cierta medida todavía albergaba esa ilusión. Pero ahora ya lo sabemos. Bueno, no esperaba viajar a Nueva York tan pronto, pero me gustaría ir mañana y quedarme contigo unos días.
Martha Sloane no añadió que sabía que Mark la necesitaba tanto como ella a él.
—Me gustaría mucho, mamá. Haré una reserva para el vuelo de última hora de la tarde. Te llamaré por la mañana. Intenta dormir un poco. Te quiero.
—Yo también te quiero, cariño. —Martha Sloane dejó el teléfono en la base y, con paso lento y comedido, se dirigió hacia la entrada. Alargó la mano hasta el interruptor de la luz del porche. Por primera vez en casi veintiocho años, la luz de la entrada se apagó.