Desde el momento en que lo detuvieron en la cocina del Tommy’s Bistro el martes por la noche, Harry Simon se mostró desafiante. Después de que le leyeran sus derechos, se lo llevaron a la comisaría de policía. Accedió a hablar con los inspectores e insistió en que no había hecho nada malo. Pero no había manera de que pudiera negar la prueba de las cámaras de seguridad. Harry Simon era, sin lugar a dudas, el hombre que había arrastrado a Betsy Trainer, la joven camarera y aspirante a actriz, por el callejón hasta un patio donde había abusado de ella y la había estrangulado.
Aunque solo una parte del crimen estaba grabado, quedaba claro, por la cara del criminal y el dragón en la espalda de la chaqueta, que el hombre echado sobre la indefensa figura que estaba en el suelo era Harry Simon. Las cámaras habían captado la expresión aterrorizada de Betsy mientras él abusaba de ella. Veinte minutos después, volvían a registrar el rostro de la chica, con los ojos mirando fijamente al frente, mientras él arrastraba su cuerpo inerte hasta el coche.
Evidentemente impresionado mientras los inspectores le mostraban la cinta, su única respuesta fue:
—Sí, se parece a mí. Pero no recuerdo haber hecho nada a nadie. Si era yo, y no estoy diciendo que lo fuera, estaba ido. Soy bipolar. A veces olvido tomar la medicación.
—¿Necesitas medicación para reconocer tu cara en la cinta o esa chaqueta barata con el dragón que llevabas entonces y cuando hemos ido a buscarte? —le gritó con sarcasmo uno de los inspectores—. ¿Necesitas medicación para entender qué le hiciste a esa chica?
Harry no cedió ni un ápice e insistió en que no recordaba nada sobre el asesinato, aunque siguieron interrogándolo durante toda la mañana y la tarde del miércoles.
Los inspectores habían reconducido las preguntas a la desaparición de Tracey Sloane.
—Hace años trabajaste con Tracey. ¿Saliste alguna vez con ella?
—Ni soñarlo. Ella ni me miraba.
—¿Te gustaba?
—Tracey le gustaba a todo el mundo. Era muy divertido estar con ella. No era como las otras camareras, que se metían con el personal de cocina si tardábamos en tener listas sus comandas.
—¿Estás seguro de que nunca saliste con ella? Alguien nos ha dicho que os vieron juntos en el cine.
—Eso es mentira. Decidle a ese «alguien» que se compre gafas nuevas.
—A lo mejor has olvidado que hiciste desaparecer a Tracey Sloane y que mataste a Betsy Trainer la semana pasada. A lo mejor tienes un colega que se llevó a Tracey como tú te llevaste a Betsy, y te reuniste con él después de haber acordado tu coartada en el Bobbie’s Joint. A lo mejor Tracey todavía seguía viva cuando te encontraste con él más tarde.
—Es una buena hipótesis —respondió Harry Simon, que claramente estaba divirtiéndose.
Siempre había sabido que un día lo pillarían, pero en Nueva York no había pena de muerte, así que se consideraba afortunado. Suponía que si lo hubieran detenido en Texas, después de la desaparición de aquella chica borracha; o en California, después de que desapareciera la modelo en la playa; o en Colorado, cuando la autoestopista que recogió también desapareció, seguramente habría acabado en el corredor de la muerte.
Aunque los inspectores lo bombardeaban con preguntas, él seguía abstraído en sus pensamientos. Conoció a todas esas chicas estando de vacaciones. Nunca decía a nadie la verdad sobre el lugar al que viajaba. A los chicos de la cocina del Tommy’s les decía que iba a algún otro sitio, y cuando volvía les enseñaba fotos suyas en la playa y comentaba que eran de un lugar de la costa en Jersey o en Nantucket o en Cape Cod. No es que a nadie le importara, pero era una buena forma de borrar su rastro. Por si acaso.
La rabia y la frustración que vio en los rostros de los inspectores habían animado a Harry Simon y le divertían.
—Como ya he dicho, es una buena hipótesis —repitió—. Pero incluso hace veintiocho años, las calles entre el Tommy’s Bistro y el piso de Tracey estaban siempre llenas de gente. ¿Cómo iba a llevarme a rastras a Tracey sin que nadie me viera?
Harry supo que había hablado demasiado.
—Entonces ¿sí la seguiste?
—Sabía dónde vivía. Sabía qué camino tomaba para ir a casa. Como lo sabía todo el mundo. Y, recordad, llegué al Bobbie’s dieciocho minutos después que los demás.
* * *
A las tres de la tarde del miércoles, Harry por fin señaló que ya había tenido suficiente de toda esa basura y que quería hablar con el abogado que le había librado de pagar una multa por exceso de velocidad el año anterior.
—El radar de mano de la poli no funcionaba —dijo sonriendo—. El juez lo desestimó.
Los inspectores sabían que debían interrumpir el interrogatorio, pero no pudieron contenerse de hacer el comentario sarcástico de que había una gran diferencia entre librarse de una multa por exceso de velocidad y librarse de un asesinato que estaba registrado en una cámara.
Cuando el abogado Noah Green llegó una hora y media después, los inspectores lo condujeron a la pequeña celda donde esperaba Harry Simon. Cuando los policías se marcharon, Harry Simon dijo:
—Hola. Me alegro de que hayas venido. Esta es la primera vez que me meto en un buen lío.
—Un lío de los gordos —lo corrigió Noah Green—. La policía me ha dicho que te tienen grabado matando a una mujer en el Lower East Side.
—Les he dicho que no me había tomado la medicación y que no recuerdo nada —repuso Harry con desdén—. A lo mejor puedes conseguir que me libre alegando locura.
Noah Green torció el gesto.
—Haré todo lo posible, pero no cuentes con ello.
Harry decidió probar con algo que tenía reservado.
—Supón que puedo contarles algo sobre Tracey Sloane.
—Su nombre no ha parado de salir en las noticias desde que te detuvieron. Trabajaste con ella, y la policía te interrogó cuando desapareció. ¿Qué quieres decirles ahora?
—Que a lo mejor empecé a seguirla aquella noche para ver si se tomaba una copa conmigo pero que luego la vi subir a un vehículo.
—En las noticias han dicho que tú siempre has afirmado que no tienes ni idea de qué le pasó. Ahora dices que se montó en un vehículo. Será mejor que vayas con cuidado, o también te acusarán de esto. Por otra parte, si no estuviste implicado y tienes información importante que pueda ayudar a resolver el caso, creo que podríamos llegar a un trato para que no acabes el resto de tus días entre rejas.
—Deja que me lo piense.
—No puedes decirles solo que la viste subir a un coche. No te creerán y, aunque lo hicieran, no les ayudaría en nada.
—Yo no he dicho que fuera un coche. Puedo describirlo. Puedo dar detalles.
—Harry, ¿tienes algo que decirme o no? Soy tu abogado. Esto es confidencial. No lo sabrá nadie más que yo, a menos que decidamos que es conveniente.
—Está bien. Esto es lo que ocurrió. Estaba siguiéndola la noche que desapareció. Como he dicho, pensé que, si acababa plantándome en su puerta, igual me invitaba a subir. Seguramente no, pero… —Harry dudó—. No podía evitarlo. Iba más o menos a media manzana por detrás de ella. Pero entonces el semáforo se puso en rojo en una esquina. Alguien que se detuvo allí la llamó. Un minuto después, la puerta del acompañante se abrió, y ella entró de un salto, como si se muriera de ganas por subir.
—Debía de conocer al conductor —comentó Green mientras analizaba la cara de listillo de Harry. Su instinto le indicaba que su cliente estaba diciendo la verdad—. ¿Por qué no contaste eso a la policía cuando Tracey desapareció? —le preguntó.
—Porque la había seguido, y eso no quedaba muy bien. Porque me había reunido con los demás en el Bobbie’s y tenía una buena coartada. Así que lo dejé estar. No quería que se pusieran a investigar sobre mi pasado. Había tenido un par de problemillas en el instituto. Tenía miedo de que me culparan de la desaparición si abría la boca.
A Noah Green no le gustaba nada su cliente y estaba dispuesto a irse a casa.
—Dudo mucho que te convenga decir a los inspectores que viste a Tracey Sloane subir a un vehículo esa noche. De hecho, estoy de acuerdo en que acabarán culpándote de su desaparición.
—No se trataba de un vehículo cualquiera. Acabo de decirte que puedo describirlo. Era una furgoneta para el transporte de muebles, de tamaño medio y color negro, con unas letras doradas y la palabra «imitación» a un lado. Si les diéramos eso, ¿podríamos conseguir una reducción de la condena?
—¿Estás totalmente seguro de que quieres contarlo?
—Sí.
—No puedo prometerte que nos sirva de algo. Déjame pensar en cómo comunicar esta información a los inspectores. Te veré mañana por la mañana, en la lectura de cargos. Recuerda, no hables con nadie; de verdad, con nadie, sobre nada.
Un agotado Noah Green dejó a su cliente a las cinco y cinco de la tarde del miércoles. Fue justamente en ese momento cuando, en Long Island City, José Fernández cruzó el aparcamiento del complejo Connelly, miró el socavón y vio los restos de Tracey Sloane.