Justin y Hannah estaban sentados a la mesa del pequeño salón. Acababan de terminar la excelente selección de comida china que Justin había llevado y estaban a punto de leer sus galletas de la fortuna. Justin desenrolló el diminuto papel de su galleta y lo leyó en voz alta:
—«El año de la serpiente te traerá mucha felicidad».
Consultó internet en su teléfono y vio que el año de la serpiente empezaría en menos de dos meses.
La fortuna de Hannah no estaba tan clara.
—«La sabiduría llega a aquellos cuya mente está abierta a la verdad». Pues es como si no me hubieran dicho nada —añadió riendo—. Ojalá hubiera escogido la tuya.
—Hay más galletas. ¿Quieres volver a intentarlo? O mejor comparto la mía contigo.
Se sonrieron. Ambos tenían la agradable sensación de que algo estaba ocurriendo entre ellos, y a los dos les gustaba. Durante la cena, Justin le había hablado de su vida.
—Mi madre era del Bronx. Mi padre, de Brooklyn. Se conocieron en la Universidad de Columbia. Después de casarse se trasladaron a la Universidad de Princeton. Mi madre da clases de literatura inglesa y mi padre es catedrático en el departamento de filosofía. Tengo una hermana pequeña. Es médico residente en el Hospital Hackensack.
Mientras hablaba, Hannah percibió su alegría en la mirada y se dio cuenta de que Justin había disfrutado de una infancia normal y feliz. Con melancolía, repasó sus primeros años de vida. Papá siempre estaba fuera. Rosemary Masse le insistía en que volviera a casarse, que sus pequeñas necesitaban una madre. Hannah se acordó de cuando fingía que su madre estaba viva y le hablaba; le decía que era maravilloso que hubiera sacado un excelente en su examen de deletreo.
Hacía eso porque su mejor amiga de primer curso, Nancy, le contó que su madre estaba muy orgullosa de ella porque había sacado un excelente. Y entonces Hannah y Nancy fueron un día a tomar un helado. Yo le dije que mi madre también me había llevado a comer un helado, recordó Hannah. Y Nancy repuso: «Pero tú no tienes mamá. Tu mamá está muerta».
Estuve días sin hablar a Nancy, y Kate no paraba de preguntarme qué pasaba. En esa época ella tenía nueve años. Al final se lo conté. Me dijo que no me enfadara con Nancy, que debía decirle que mi mamá estaba en el cielo pero que yo tenía una hermana mayor y ella no, así que era afortunada. Luego fui con Kate y Rosie a comerme un helado porque había sacado un excelente.
Hannah se dio cuenta de que no solo había pensado en todo eso, sino que se lo había contado a Justin. Rio con ganas.
—Oye, se te da muy bien escuchar.
—Eso espero. Por otra parte, mi hermana dice que hablo demasiado.
El teléfono de la cocina empezó a sonar. Justin percibió el pánico en la mirada de Hannah cuando se levantó de un salto para responder.
—Hannah, tranquila —dijo, pero la siguió a la cocina esperando con toda su alma que no fueran malas noticias sobre el estado de Kate.
Quien llamaba era el padre de Hannah. Hablaba tan alto y tan alterado que Justin podía oírlo.
—Acabo de recibir una llamada de los jefes de bomberos. El agua de las mangueras ha abierto un socavón en el aparcamiento de atrás. Dentro han encontrado el esqueleto de una joven. Creen que la han identificado, pero no han querido darme ningún nombre.
—¡Un esqueleto! —Exclamó Hannah—. ¿Saben desde cuándo está ahí?
—No me lo han dicho. Hannah, esto es muy raro. No sé qué pensar.
—Papá, ¿estás solo?
No respondió de inmediato, pero luego dijo:
—No, Sandra está conmigo. Estábamos a punto de salir cuando ha sonado el teléfono.
—¿La policía quiere hablar contigo?
—Sí, vienen para acá. Creo que son unos inspectores de Nueva York, no los jefes de bomberos.
—Entonces, evidentemente, tendrás que esperarlos. Pide la cena al restaurante de tu edificio. Puede que se queden un buen rato.
—Claro. Debería hacer eso. Hannah, no sé qué pensar. Entre lo que les pasó a Kate y a Gus, la explosión, ese vagabundo que vivía en la furgoneta, y que la aseguradora se niega a hablar conmigo del pago del seguro… —Douglas Connelly empezó a sollozar.
—Papá, tranquilo. Tú no tienes la culpa de nada.
—Ya lo sé, pero eso no significa… —Al otro lado del teléfono, Douglas Connelly se dio cuenta de que estaba balbuceando. Había estado a punto de decir que tenía que conseguir cuatro millones de dólares en los siguientes cinco días. Había contado con el dinero del seguro de las antigüedades del museo y el valor de los edificios, pero ahora se veía obligado a hablar con el agente inmobiliario sobre la venta de la propiedad. Había gente interesada en comprarla. Puede que lograra un trato rápido con ellos y conseguir un depósito de cuatro millones, aunque tuviera que vender a precio de saldo.
Si culpaban solo a Gus del incendio, la compañía de seguros tendría que pagar en algún momento. Pero yo necesito el dinero ahora, se dijo.
—Papá, ¿estás bien? ¿Estás bien? —Hannah se dio cuenta de que estaba alzando la voz.
—Sí, sí. Es que estoy muy impresionado.
—Llámame cuando hayas terminado de hablar con la policía. No importa la hora que sea.
—Está bien. Adiós.
Justin y Hannah se miraron mientras ella colgaba el teléfono. Volvieron a la mesa en silencio y se sentaron. Luego Hannah sirvió té.
—¿Te imaginas los titulares de mañana? —preguntó ella.
—Sí —respondió Justin—. Tu padre ha usado la palabra «esqueleto». Eso significa que el cuerpo lleva mucho tiempo ahí, puede que estuviera desde antes de que tu abuelo comprara la propiedad hace sesenta años.
Ante la cara de sorpresa de Hannah, él se explicó con cierta vergüenza:
—He buscado en internet todo lo relativo al tema. ¿Nunca lo has hecho?
—No, jamás. Bueno, es que mi padre nos contó que nuestro abuelo hizo fortuna en Wall Street, vendió la compañía inversora que había creado y compró la propiedad. Antes ya coleccionaba antigüedades. Construyó la fábrica y el museo, y compró muchas más antigüedades. Mi padre entonces estaba empezando la universidad. Y ahora tiene cincuenta y ocho años. Creo que no le gusta la idea de tener hijas de nuestra edad. Quiere que lo llamemos Doug en lugar de papá. Pero siempre hemos añorado tener una madre, así que convertirlo a él en un amigo no nos ha hecho bien a ninguna de las dos.
Justin se levantó.
—No te culpo. Oye, sé que te prometí que no me quedaría hasta tarde, pero, después de la llamada de tu padre, ¿quieres que me quede hasta que vuelvas a hablar con él?
Hannah no lo dudó. Sonrió con timidez y dijo:
—Me gustaría mucho.
—Bien. Y también te prometí que recogería la cocina. Así que tómate el té que yo me encargo del resto.
Hannah intentó sonreír de nuevo.
—No pienso impedírtelo.
Mientras daba sorbos al té, se le ocurrió que, si a su padre le habían dicho lo del esqueleto, era muy probable que Jack Worth también lo supiera. Después de la explosión, ella había incluido su número en la lista de contactos de su móvil. Desde que Kate estaba en el hospital, siempre tenía el teléfono al alcance de la mano. Se había puesto una sudadera y unos pantalones cómodos al llegar a casa. Sacó el móvil del bolsillo, buscó el número de Jack y lo llamó.
Si su padre parecía asustado, Jack Worth parecía que estuviera frente a un pelotón de fusilamiento.
—Hannah, ya me he enterado. No puedo hablar. Los inspectores están aquí. Me llevan a la comisaría para interrogarme. Hannah, no importa lo que oigas, yo no maté a Tracey Sloane.