El jueves por la mañana Douglas Connelly se despertó a las nueve. Soltó un gruñido, abrió los ojos y se sintió desorientado durante unos segundos. Lo último que recordaba era haber subido a la limusina. Luego visualizó algunas imágenes borrosas. El portero agarrándolo del brazo… Danny cogiéndole las llaves… Danny colocándole un cojín debajo de la cabeza.
Esa cabeza que estaba a punto de reventarle.
Doug se incorporó con torpeza, y puso los pies en el suelo. Apoyó las manos en la mesa de centro para no perder el equilibrio, logró darse impulso y se puso de pie. Esperó unos segundos hasta que la habitación dejó de dar vueltas y después caminó como pudo hasta la cocina, donde cogió una botella de vodka medio llena y una lata de zumo de tomate de la nevera. Se sirvió mitad y mitad en un vaso y se lo bebió de un trago.
Kate tenía razón. Anoche no tenía que haber pedido esa botella de champán, pensó. Y otro pequeño detalle pasó por su mente nublada. Tengo que asegurarme de que no cargaran en mi cuenta la botella que ese capullo de Majestic envió a la finalista a reina de la belleza.
Doug avanzó poco a poco hacia su dormitorio, quitándose la ropa. Solo después de ducharse, afeitarse y vestirse se molestó en escuchar los mensajes del móvil.
A las dos de la madrugada Sandra había intentado ponerse en contacto con él.
«Oh, Doug, me siento fatal. Fui a dar las gracias a Majestic por el champán y las cosas tan bonitas que había dicho sobre mí, y me suplicó que me sentara con él y sus amigos unos minutos. Antes de que me diera cuenta, el sos-men-lié, o como se llame el experto en vinos, se presentó con otra botella que Majestic había pedido y me dijo que habías tenido que marcharte. Lo pasé muy bien contigo y con…».
Connelly borró el mensaje antes de que Sandra terminara de hablar. Después vio que el siguiente mensaje era de Jack y que había otro de su hija Hannah. Bueno, al menos ella no me echa el sermón de cómo debería dirigir la fábrica cada vez que habla conmigo, pensó.
Cuando se dio cuenta de que la llamada de Jack había entrado a las cinco y diez de la madrugada y la de Hannah veinte minutos después, supo que algo iba mal. Con un dedo tembloroso presionó el botón para devolver la llamada. Parpadeó para aclararse la vista y procuró sonar sobrio.
Hannah respondió a la primera. Le contó lo de la explosión con frialdad y añadió que Gus había muerto y Kate estaba herida de gravedad.
—Acaba de salir del quirófano, han intentado aliviar la presión en el cerebro. Todavía no puedo verla. Estoy esperando para hablar con el cirujano.
—¡La fábrica ha desaparecido! —Exclamó Doug—. ¿Todo? ¿Quieres decir que todo ha volado por los aires? ¿La fábrica, la tienda, el museo, las antigüedades?
La voz de Hannah transmitió una mezcla de rabia contenida y tristeza.
—¿Es que no has recibido nuestras llamadas? ¡Puede que tu hija no sobreviva! —le gritó—. Y si lo hace, quizá tenga lesiones cerebrales. Kate se está muriendo… Y a ti, su padre, lo único que te preocupa es tu maldito negocio.
Luego habló con voz gélida.
—Solo por si quieres pasar a verla, está en el Hospital Manhattan Midtown. Si estás lo bastante sobrio para llegar hasta aquí, pregunta por la sala de espera del postoperatorio. Me encontrarás allí, rezando para que mi única hermana siga viva.