Los zapatos de raso rojo. Mamá bailaba con ellos puestos. Daba vueltas y más vueltas por la habitación. Luego se agachó y le dio un beso en la mejilla.
No, era Hannah.
Yo soy la que se parece a mamá, pensó Kate, sumida en el abismo del coma. Hannah se parece a papá. Como papá, pero en envase pequeño. Me duele mucho. Todo me duele…
—La fiebre es un problema grave. —La voz de un hombre, cerca…
Puedo oírte, se dijo Kate. Tú no lo entiendes, pero puedo escucharte. Hannah, hermanita, no te preocupes. Me ha ocurrido algo, pero voy a mejorar…
Papá estaba cantándole. «Adiós pajarito mío…».
Y estaban dándole besos de despedida…
Alguien estaba tocándole la frente.
—Te perdono…
Alguien estaba rezando por ella.
Voy a ponerme bien, pensó Kate. Si al menos pudiera decírselo a Hannah… Y entonces sintió que se quedaba dormida cada vez más y más profundamente…
Y mamá dejó de bailar y papá dejó de cantar y… nunca más…
La fiebre por fin bajó, quedó sumida en un sueño profundo y tranquilo antes de completar ese pensamiento.