A las diez y media de la noche del lunes, a Kate le había subido la fiebre hasta unos alarmantes 40 ºC. El doctor Patel pasó toda la noche en el hospital. La enfermera dijo a Hannah que el médico había ido a descansar un poco en la sala del fondo del pasillo pero que regresaría en cualquier momento. Sin poder llorar ni pensar con coherencia, Hannah se quedó sentada en silencio y atontada en el cubículo de la UCI, junto a Kate. En ocasiones su hermana se agitaba inquieta, y eso disparaba la alarma y hacía que la enfermera se presentase para asegurarse de que no se había arrancado ninguno de los viales que le suministraban la medicación por goteo.
A las siete de la mañana del martes, a Kate le bajó la fiebre. Con una amplia sonrisa, la enfermera pidió a Hannah que fuera a la sala de espera mientras le cambiaban el pijama y las sábanas, que estaban empapados de sudor.
Cuando Hannah, débil y aliviada, salió de la UCI, se encontró con un sacerdote que la esperaba para hablar con ella. Se levantó y la saludó con cariño. Era un hombre alto y delgado que aparentaba sesenta y pocos años; sus ojos, marrones, se le arrugaron cuando la saludó. Su apretón de manos fue firme y tranquilizador.
—Hola, Hannah. Soy el padre Dan Martin. Hace un momento que el doctor ha pasado por aquí —dijo—. Así que ya sé que Kate está mejorando. No hay motivo para que me recuerdes, pero cuando eras pequeña, tu familia era feligresa de San Ignacio de Loyola.
—Sí, íbamos a esa iglesia —admitió Hannah con un sentimiento de culpa; desde que Kate se había trasladado a su piso en el West Side, y ella se había mudado al Village, no habían ido mucho a la iglesia, salvo en las fiestas de guardar.
—Yo ayudaba en San Ignacio en esa época —dijo él— y estuve en el altar durante el funeral de tu madre y tu tío. Acababa de ordenarme sacerdote, y desde el accidente he pensado mucho en tu familia. Tú eras un bebé, pero tu hermana estaba allí. Tenía solo tres años y se agarraba a la mano de tu padre. He asistido a muchos funerales tristes, pero ese se me quedó grabado en la memoria. Desde la explosión, he estado rezando por tu hermana y he querido pasar y saber si querías que la visitara.
Hizo una pausa de un segundo y luego añadió:
—Kate era una niña tan bonita…, tenía el pelo largo y rubio y unos ojos azules preciosos. Los dos ataúdes estaban en el pasillo, y ella intentaba tirar del paño que tapaba el primero, como si supiera que era ese donde descansaba el cuerpo de su madre.
—Había muchísimos periodistas a la puerta de la iglesia y junto a la tumba —dijo Hannah—. He visto las imágenes en televisión. Fue un accidente horrible. Las otras dos parejas que murieron eran muy conocidas en el mundo de las finanzas.
El padre Martin asintió con la cabeza.
—Me encomendé la misión de llamar a tu padre después de aquello, y llegamos a trabar cierta amistad. Estaba muy mal tras perder a tu madre y, por supuesto, a su hermano y sus amigos. El pobre no podía parar de llorar. Estaba totalmente hundido. Me dijo que, de no haber sido por sus pequeñas, lo habría dado todo por haber muerto también en el accidente.
Eso seguro que lo superó, se dijo Hannah, y luego se avergonzó de haberlo pensado.
—Sé que quería mucho a mi madre —comentó—. Cuando yo tenía unos trece años, le pregunté por qué no se había vuelto a casar. Me contó que a Robert Browning le hicieron la misma pregunta tras la muerte de Elizabeth Barrett Browning. Me respondió que habría sido un insulto a la memoria de mi madre.
—Un par de meses después del funeral me enviaron a Roma para ingresar en un seminario gregoriano y entonces perdí el contacto con tu padre. Ahora me gustaría llamarlo. ¿Serías tan amable de darme su número?
—Por supuesto.
Le recitó el número del móvil, el fijo y por un momento estuvo a punto de añadir el de la empresa, pero se contuvo. El padre Martin los apuntó todos.
Hannah dudó un instante y luego dijo:
—Después de doce años como alumna en el Sagrado Corazón, supongo que tendría que haber pedido la extremaunción para Kate.
—Estoy listo para oficiarla ahora —dijo el padre Martin en voz baja—. En la actualidad mucha gente cree que recibir este sacramento es señal de que alguien está a punto de morir, pero no es el caso. También es una oración para que el enfermo recupere la salud.
Cuando la enfermera regresó, los invitó a acompañar a Kate, y la encontraron tumbada y serena, sumida en un profundo sueño reparador.
—Está muy sedada, pero de vez en cuando dice algo —susurró Hannah—. El médico ha comentado que cualquier cosa que diga seguramente no tendrá ningún sentido.
—He presenciado muchos casos en los que la persona que está en coma en realidad es consciente de todo cuanto ocurre a su alrededor —afirmó el padre Martin mientras abría el maletín de piel negra que había llevado consigo a la habitación. Sacó su estola plegada, la besó y se la colocó alrededor del cuello. Luego abrió un tarrito con los santos óleos—. Esto es aceite puro de oliva bendecido por el obispo —explicó a Hannah—. La Iglesia escogió este aceite por sus propiedades curativas y sus efectos revitalizantes, que son sus características principales.
Hannah observó cómo el sacerdote sumergía el dedo en el aceite y dibujaba la señal de la santa cruz en la frente y las manos de Kate. Curativo y revitalizante, pensó mientras escuchaba las oraciones que el padre Martin pronunciaba para Kate. Una sensación de paz la invadió y por primera vez creyó que su hermana podría recuperarse del todo y ser capaz de explicar por qué estaba en el complejo esa noche en compañía de Gus.
A lo mejor he sido muy dura con papá, se dijo. Desde el principio ha temido que Kate hubiera provocado el incendio. Quizá no solo estaba preocupado por el seguro. Quizá le vuelve loco la idea de que, si Kate mejora y la culpan de haber causado la explosión, tenga que enfrentarse a muchos años de prisión. A lo mejor debería darle un poco de tregua.
El padre Martin y Hannah se despidieron de Kate. Unos minutos después, Hannah se detuvo en el mostrador de la UCI. La enfermera, que a esas alturas ya la llamaba por su nombre de pila, le dijo:
—Hannah, dime que te vas a casa.
—Sí, así es —dijo Hannah—. A ducharme y a cambiarme. El negocio de la moda se mueve deprisa, y no puedo ausentarme del despacho durante tanto tiempo. Además, viendo cómo está Kate ahora, ya no me asusta dejarla.
El padre Martin esperó a que cogiera su bolsa y el abrigo, y salieron juntos del hospital. Una vez en la puerta, Hannah comentó:
—Voy a serle sincera. No he sido muy amable con mi padre desde que empezó todo esto. Es una larga historia, pero usted me ha dicho muchas cosas que me han hecho pensar, y espero que vuelva a ver a mi padre pronto. Sé que eso podría ayudarlo a cambiar de actitud.