En el laboratorio de criminología analizaron metódicamente el interior y el exterior de la furgoneta destartalada en busca de pruebas que pudieran conducir a la policía hasta el vagabundo que había pasado tantas noches allí. Las botellas vacías de vino barato y los montones de periódicos amarillentos fueron extraídos y espolvoreados de forma sistemática para obtener huellas dactilares. Prendas de ropa harapientas fueron analizadas para dar con sangre u otros fluidos corporales, así como con etiquetas de identificación. El suelo y las paredes acolchados de la furgoneta se observaron con unas lámparas de laboratorio especiales para tener la seguridad de que no se pasaba por alto ninguna pista. Los cabellos humanos se guardaron en bolsas de plástico.
La foto familiar en un viejo portarretrato de plata, que habían encontrado en un rincón del vehículo, envuelto con un harapiento jersey, suscitó gran interés en los investigadores científicos.
—Es evidente que esa fotografía se tomó hace décadas —comentó Len Armstrong, el químico jefe, a su ayudante, Carlos López—. Fíjate en cómo van vestidos. Mi madre llevaba ese peinado cuando yo era niño. El pelo despeinado del padre, con esas largas patillas, me recuerda a las fotos que he visto de mi tío de los años setenta. Y este marco ha recorrido mucho, mucho camino.
—La pregunta es si la fotografía tiene algo que ver con el tipo que ocupaba la furgoneta o si la encontró en la basura —puntualizó López—. Los jefes de bomberos podrían colgarla en internet para ver si alguien la reconoce.
Estaban acercándose al extremo donde se encontraba el montón de periódicos.
—De aquí vamos a sacar tantas huellas que tendremos ocupados a los del FBI durante al menos un mes —observó López. De repente en un tono firme añadió—: Un momento. ¡Mira esto! —Sacó una libreta de espiral de entre los periódicos y la abrió. En la primera página había solo un par de frases—: «Propiedad de Jamie Gordon. Si la encuentra, por favor, llame al 555-425-3795».
Ambos químicos intercambiaron una mirada.
—¡Jamie Gordon! —exclamó Len—. ¿No es la universitaria que encontraron en el East River hace dos años?
—Sí, es ella —dijo López muy serio—. Y quizá acabamos de descubrir el lugar donde fue asesinada.