El lunes por la mañana, Frank Ramsey y Nathan Klein regresaron a la escena de la explosión. Se encontraron a los dos peritos de la compañía de seguros examinando al detalle las ruinas. Frank los conocía a ambos. Con los años se habían producido otros incendios de los que se sospechaba que habían sido provocados. La diferencia en este caso, pensó Frank, es que, si se puede culpar solo a Gus Schmidt, tendrán que pagar la póliza. Incluso aunque Kate Connelly estuviera implicada, un buen abogado conseguiría culpar únicamente a Schmidt. A menos que, claro está, se recupere y reconozca que fue ella quien lo involucró. Lo que es bastante improbable, se dijo Frank.
El viernes, en la funeraria, Klein y él se acercaron corriendo a ayudar cuando vieron que Lottie Schmidt se había desmayado. La llevaron hasta el sofá del despacho. Recobró la conciencia enseguida, pero tanto ellos como la hija insistieron en que se quedara descansando en el sofá de la sala del fondo durante al menos veinte minutos. Un ayudante de la funeraria le preparó una taza de té.
La ausencia de Lottie dio a Frank y Nathan la oportunidad de hablar con otros asistentes al velatorio que habían trabajado con Gus. Casi todos dijeron a los jefes de bomberos que Gus había sido despedido después de que Jack Worth se convirtiera en el jefe de fábrica, y que Gus lo odiaba a él y a Douglas Connelly.
—Gus era un perfeccionista —explicó uno de ellos—. Habría hecho falta un grupo de expertos para descubrir la diferencia entre los muebles originales y las imitaciones que hacía. Que ellos le dijeran que su trabajo no estaba a la altura fue un insulto terrible.
—¿Habló alguna vez de hacer volar por los aires el complejo? —preguntó Ramsey.
Uno de los hombres asintió.
—Era una manera de hablar. Estoy en el mismo equipo de bolos que Gus. Bueno, quiero decir que estábamos en el mismo equipo. Siempre preguntaba cómo iban las cosas en el complejo. Cuando le dije que recibíamos muchas devoluciones, comentó algo así como: «No me sorprende. Hazme un favor y préndele fuego al sitio ese».
Todo esto indicaba que acabarían culpando a Gus del incendio. Los preocupados investigadores de la compañía de seguros así se lo comentaron a Frank Ramsey el lunes por la mañana. Mientras estaban hablando, los transportistas del complejo empezaron a sacar las furgonetas de los aparcamientos para llevarlas al almacén. Salvo por el daño provocado por el humo y los restos que volaron por los aires, parecían en bastante buen estado.
—Connelly jamás reconstruirá este lugar —dijo Jim Casey, el mayor de los peritos—. Si consigue cobrar el dinero del seguro, vivirá como un rey. Aparte de que la propiedad por sí sola ya vale una fortuna. ¿Por qué iba a molestarse en reconstruirlo?
Cuatro furgonetas sin daños, todas ellas con el rótulo: MOBILIARIO ANTIGUO DE IMITACIÓN CONNELLY, pasaron despacio delante de ellos hacia la entrada principal. Frank Ramsey se fijó en que todavía quedaba una al fondo de la zona donde guardaban los vehículos. Era un espacio techado con los laterales abiertos. Se dirigió hacia allí para inspeccionarla y observó las puertas abolladas, el parabrisas resquebrajado, la carrocería oxidada y los neumáticos deshinchados. Resultaba evidente que esos daños eran anteriores a la explosión y que esa furgoneta averiada había estado allí durante mucho tiempo. ¿Por qué no se habrán deshecho de esto?, se preguntó. Jack Worth da la impresión de ser un buen jefe. Sin embargo, no insistió en la necesidad de reparar las cámaras de seguridad, así que a lo mejor lo hizo intencionadamente. Pero Worth les había dicho que era Douglas Connelly quien no quería gastar dinero. De una forma u otra, no habría costado mucho remolcar ese maltrecho vehículo y llevarlo a un desguace.
Frank se dirigió a la parte posterior de la furgoneta y entonces, sin imaginar que se abrirían, movió las manillas de las puertas traseras. Para su sorpresa, descubrió los rastros inequívocos de que aquel vehículo había sido ocupado por alguien. Botellas de vino vacías desparramadas por el suelo. Periódicos peligrosamente apilados en el fondo. Levantó el periódico que estaba más cerca de la puerta y miró la fecha.
Era del miércoles, el día antes de la explosión.
Eso significaba que un vagabundo usaba aquel lugar para dormir y que tal vez estaba allí esa noche. Frank Ramsey no quiso averiguar más y cerró la puerta de la furgoneta.
Tenía bastante claro que aquel lugar se había convertido en una compleja escena del crimen.