Cuando Justin Kramer subió al piso de Kate, a Hannah le gustó de inmediato. Aparentaba treinta y pocos. Delgado, casi un metro ochenta, ojos marrones, mandíbula marcada y pelo castaño y rizado. Le recordó al chico por el que estaba colada cuando tenía dieciséis años.
Su preocupación por Kate era sincera.
—Me lie la manta a la cabeza al comprarme este piso —explicó—. Luego, cuando perdí el trabajo, cuando estalló la crisis de Wall Street hace dos años, supe que lo más razonable era venderlo. Mi padre nos grabó a fuego que cuando hubiera un bajón en la Bolsa deberíamos recoger las velas y no tocar los ahorros. La empresa inversora en la que estoy ahora es incluso mejor que en la que estaba antes. Pero no olvidaré jamás lo preocupada que se mostró tu hermana por mí. Por eso, cuando leí lo del accidente, pensé en la bromelia que le había regalado y en que, si todavía la tenía, necesitaría cuidados. Sé que, con todo lo que ha ocurrido, es un gesto muy pequeño, pero quería hacer algo.
—Es muy típico de Kate preocuparse por alguien —se limitó a decir Hannah—. Ella es así.
—Sé que está grave, pero, si te sirve de consuelo, tengo el fuerte presentimiento de que saldrá adelante. Evidentemente, he leído y visto las insinuaciones de los medios de que Kate podría estar implicada en la explosión. Por poco que la conozca, me resulta imposible creer que Kate estuviera involucrada en algo así.
—Gracias por decirlo —respondió Hannah—, y gracias por pensar que superará todo esto. Ahora mismo, estando en su casa y preguntándome si volverá a estar aquí de nuevo, necesitaba oír eso.
Salieron juntos del piso. Justin llevaba la planta. Cuando estaban fuera del edificio, en la acera, antes de despedirse, Justin dijo:
—Hannah, son la una y media. Si todavía no has almorzado, ¿quieres comer algo rápido conmigo?
Tras dudarlo solo un par de segundos, Hannah contestó:
—Sí, me gustaría.
—¿Te apetece comida italiana?
—Es mi favorita.
Caminaron tres manzanas hasta un pequeño restaurante llamado La cocina de Tony. Resultaba evidente que allí conocían a Justin. Él se dio cuenta de que ella no quería conversar sobre Kate ni sobre la explosión, así que decidió hablarle de sí mismo.
—Me crie en Princeton —dijo—. Mis padres enseñan en Princeton.
—Entonces debes de ser muy listo. —Hannah sonrió.
—Eso no lo sé. Fui a Princeton, pero, en opinión de mis maestros, mi destino era otro, así que fui a estudiar empresariales a Chicago.
Ambos pidieron ensalada. Hannah eligió un plato pequeño de penne con salsa de vodka. Justin se decidió por la lasaña y pidió media botella de Simi chardonnay. Hannah se dio cuenta de que era la primera vez, desde la cena de celebración con Jessie por la nueva línea de moda, que saboreaba la comida. Justin le preguntó por su trabajo, otro tema inofensivo. Cuando salieron del restaurante, le consultó si quería que parara un taxi.
—No. Daré un paseo por el parque hasta el hospital y pasaré a ver a Kate. No creo que sepa que estoy allí, pero necesito estar con ella.
—Por supuesto, pero antes dame tu número de móvil, por favor. Me gustaría mantenerme en contacto contigo para saber cómo va evolucionando Kate. —Sonrió y luego añadió—: Además de informarte de cómo evoluciona su planta.
* * *
Cuando Hannah llegó al hospital y subió a la UCI, su padre estaba sentado junto a la cama de Kate. Levantó la vista cuando oyó los pasos de su hija.
—Está igual —dijo él—. No ha habido ningún cambio. No ha dicho nada más. —Echó un vistazo a su alrededor para comprobar que no había ningún médico ni ninguna enfermera que pudieran oírlo—. Hannah, he estado pensando. El otro día, cuando Kate murmuró que sentía lo de la explosión, creí que se refería a que la había provocado.
Hannah lo miró asombrada.
—Diste por hecho que Kate había ocasionado el incendio.
—Exacto. Es que en ese momento no regía. Dijo que sentía lo que pasó, no que sentía haberlo provocado.
—Jamás he creído que Kate hubiera causado la explosión —susurró Hannah con decisión—, y podrías haberme ahorrado mucha angustia si no hubieras llegado a la conclusión de que prácticamente lo había admitido. Y, de todas maneras, el médico ha dicho que cualquier cosa que haya murmurado, seguramente no tenga ningún sentido.
—Lo sé. Es que todo lo que ha ocurrido estos últimos días me ha recordado lo que pasó cuando perdí a vuestra madre y…
Douglas Connelly hundió la cara entre las manos y sus ojos se anegaron en lágrimas.
Recuperó la compostura y se levantó poco a poco.
—Sandra está en la sala de espera —explicó—. Sé que no querías que entrara aquí.
—Y lo mantengo.
Hannah se quedó una hora más en el hospital y después regresó a casa. Más tarde vio las noticias de la noche, mientras comía un bocadillo de mantequilla de cacahuete, que era lo único que le apetecía cenar. Empezó a ver el episodio de una serie de televisión que le gustaba hasta que se quedó dormida. Tras despertarse a medianoche, se quitó la ropa, se puso el pijama, se lavó la cara, se cepilló los dientes y se derrumbó en la cama.
La alarma la despertó a las siete del lunes por la mañana. A las ocho visitó a Kate durante media hora, luego pasó un largo día en el trabajo intentando concentrarse en el nuevo diseño de ropa de deporte. Una cosa es que pongan tu nombre a una línea de moda y otra cosa bien distinta es conseguir que siga llevándolo, se dijo.
Después del trabajo fue a visitar otra vez a Kate, la tomó de la mano, le acarició la frente y le habló con la esperanza de que, de algún modo, la entendiera. Estaba a punto de marcharse cuando entró el doctor Patel. La profunda preocupación de su voz fue evidente cuando dijo:
—Me temo que le ha subido la fiebre.