El estado de Kate no mejoró durante el fin de semana. Hannah sabía que el doctor Patel lo consideró un revés. Hannah estuvo casi todo el sábado en el hospital, se marchó cuando Jessie la sacó de allí a la fuerza para llevarla a cenar.
El domingo por la mañana regresó. El doctor Patel también había pasado por la UCI para echar un vistazo a Kate. Al ver las oscuras ojeras de Hannah, dijo con firmeza:
—Hannah, no puedes volver a quedarte aquí sentada todo el día. Si hay algún cambio significativo en la condición de tu hermana, se te avisará cuanto antes. Después de todo lo que ha llovido, hoy hace un día muy bonito. Ve a dar un paseo y vuelve a casa a descansar. Dudo que hayas dormido mucho desde el jueves.
—Ya había decidido que me iría, al menos durante unas horas —respondió ella.
No fue suficiente para satisfacer al médico.
—Hannah, Kate podría seguir en este estado durante meses. Ya he tenido otros casos como este, pacientes en coma profundo, y siempre digo a los familiares que vivan con la mayor normalidad posible. Ve a trabajar mañana. No anules tus actividades cotidianas.
—Pero Kate habló a mi padre el jueves por la tarde.
—Aunque hubiera sido capaz de decir unas palabras, seguramente no tenían ningún sentido.
Si no tenían sentido, Kate no sabía lo que hacía al admitir que provocó el incendio, pensó Hannah, sintiendo un pequeño rayo de esperanza. ¿Es posible? Se dio cuenta de que estaba conteniendo las lágrimas de cansancio y preocupación cuando dio las gracias al doctor por cuidar a Kate.
—Volveré a pasarme esta tarde —le aseguró el médico. Luego sonrió y preguntó—: ¿Qué parte de mi consejo vas a seguir, la de dar un largo paseo o la de volver a casa a descansar?
—Me temo que ni una ni otra —respondió Hannah—. Se me ha ocurrido que debería echar un vistazo al piso de Kate. Seguramente en la nevera hay comida que habrá que tirar.
—Sí, supongo que sí.
Mientras el doctor Patel asentía en silencio, le sonó el móvil y, con un ligero gesto de la mano, se despidió y salió de la habitación. Durante treinta segundos agónicos, Hannah estuvo convencida de que lo habían llamado para que regresara junto a la cama de Kate, pero luego lo vio en el pasillo a través de una amplia ventana interior. Se quedó mirando mientras el médico hablaba por el móvil y esbozaba una sonrisa a medida que se alejaba. Es hora de que vaya a tomar un poco de aire fresco, pensó. Daré un paseo por el parque hasta el West Side. Me sentará bien. Luego volveré para ver cómo está Kate.
Después de una semana fría y lluviosa, Central Park estaba lleno de corredores, paseantes y ciclistas disfrutando del sol, aunque la temperatura todavía rondaba la friolera de doce grados. Mientras caminaba, Hannah inspiró hondo y trató de recuperar mentalmente el equilibrio. Tal como el doctor Patel me ha advertido, Kate puede seguir en ese estado durante mucho tiempo, se recordó. Si la policía intenta culparla de la explosión, más vale que tenga la mente despejada para trabajar con Jessie en su defensa. Ayer Jessie me sugirió con amabilidad que me buscara un abogado por si acaso me involucraban a mí también. Me recomendó uno de los mejores, según ella. Tengo que pensar si lo necesito.
Sonrió de forma involuntaria al ver a una hermosa y joven madre empujando a sus dos hijos en un carrito doble. El más pequeño tenía unos dos años, y el más alto, un año más. Hannah pensó en sus fotos con Kate y su madre cuando eran pequeñas. Algunas eran de Central Park. En todas, su madre, como esa joven que acababa de ver, estaba muy guapa y miraba orgullosa y feliz a sus pequeñas.
¿Cómo habría sido todo si ella estuviera viva? Seguro que papá habría estado mucho más cerca de nosotras en lugar de pasar tanto tiempo fuera. El día anterior había ido al hospital a última hora de la tarde y solo se había quedado una media hora. Doug le contó su gran preocupación porque Kate mascullara algo más sobre el incendio y que el personal del hospital la oyese. Si papá se presenta esta tarde cuando esté yo allí, pensó, le diré que el doctor Patel ha asegurado que nada de lo que diga Kate mientras siga en coma tiene sentido.
Salió del parque por la calle Sesenta y siete Oeste, subió por el lado oeste de Central Park hasta la Sesenta y nueve y luego giró a la izquierda. Una manzana y media después, se encontraba frente al edificio de Kate, unos portales más al oeste de Columbus Avenue. Kate y ella se habían intercambiado una copia de las llaves de sus pisos, y qué bien que lo hiciéramos, pensó. No habían encontrado el bolso de Kate, con sus llaves. Seguramente la fuerza de la explosión se lo había arrancado y destrozado.
El portero le abrió la puerta. Ella no lo reconoció, aunque durante el año anterior había ido conociendo al personal del edificio. El encargado de la recepción la identificó enseguida; ella, por la inercia de la repetición, le dio la misma respuesta que a todo el mundo:
—Kate está grave. Esperamos lo mejor y rezamos por ella.
Recogió el correo de su hermana, se lo metió en el bolso como pudo y luego entró en el ascensor para subir a su piso.
A primera vista estaba todo tan ordenado como siempre. Jessie le había advertido de que era muy probable que a medida que se desarrollara la investigación la policía centrara sus sospechas en Kate. En ese caso, conseguirían una orden para registrar su piso. Y también la casa de Gus. Si eso ocurre, pobre Lottie, pensó.
Se quitó el abrigo y, mientras daba una vuelta por el comedor, vio una manta doblada y una almohada en el sofá. La radio despertador que, por lo general, estaba en la cocina, se hallaba en el borde de la mesita, junto al sofá. Presionó el botón de la alarma y vio que estaba puesta a las tres y media de la madrugada. Tiene sentido, pensó. La explosión ocurrió una hora después. Entró en la habitación. Estaba perfectamente ordenada. Abrió la puerta del vestidor. En el hospital le habían dicho que Kate llevaba un chándal y una chaqueta cuando la encontraron en el aparcamiento del complejo.
Debió de ponerse el chándal tras llegar de cenar con Doug, pensó Hannah. Luego cogió una manta, una almohada, puso la alarma y se tumbó en el sofá. Pero ¿por qué quedó con Gus a esas horas de la madrugada?
Echó un vistazo al dormitorio de Kate en busca de respuestas. La forma en que estaba amueblado era un acto de rebeldía contra las imitaciones de lujo Connelly. Había tres alfombras blancas sobre el pulido suelo de madera de haya. La cama, con un dosel de cuatro postes, estaba cubierta con un edredón blanco. El diseño azul marino y blanco del reborde se repetía en los cojines que había en el cabecero. Los visillos blancos de la ventana combinaban con las cortinas, también de color azul y blanco, que enmarcaban los dos amplios ventanales, uno de los cuales le ofreció una panorámica del río Hudson.
Las modernas mesillas de noche, una tele en un soporte giratorio, un escritorio y una gran butaca con una otomana eran los únicos muebles de la habitación. El vestidor había sido diseñado a medida, con estanterías para jerséis, pañuelos y guantes, y estantes de metal para colocar los zapatos. Y Dios sabe qué más, pensó Hannah. Kate no soportaba tenerlo todo amontonado.
Sintiéndose como una intrusa, se acercó al escritorio de Kate. El estrecho cajón situado justo debajo del tablón de la mesa era un canto a la perfección. Contenía los objetos habituales: un abrecartas, una pluma de recambio, papel de cartas personalizado y una agenda de direcciones, de esas que se usaban antes de la existencia del correo electrónico y los mensajes de texto.
En el cajón grande había las típicas carpetas de cartulina con facturas pagadas. La última carpeta era distinta. Tenía la anotación:
TESTAMENTO-COPIA.
Con manos temblorosas, Hannah la cogió y la abrió.
En la tapa interior estaba el nombre y la dirección del abogado al que Kate había consultado para la gestión de su patrimonio. Debajo había escrito: «Original en la caja fuerte». Junto a la copia de su testamento había un sobre sellado con el nombre:
HANNAH.
Tras abrirlo con mucho cuidado para poder volver a cerrarlo, Hannah empezó a leer:
Queridísima Hannah:
Si estás leyendo esto seguramente es porque estoy muerta. Salvo algunos donativos, te he dejado todo lo que tengo, incluido, por supuesto, mi interés del diez por ciento en las participaciones de la empresa.
Espero que esto solo lo leas tú, pero debo advertirte de que no confío en papá. Es un derrochador y siempre piensa solo en él. Si me ocurre algo, asegúrate de que mi colega contable, Richard Rose, se encargue de los libros de contabilidad de la empresa. No quiero que te timen.
No entiendo por qué Doug no quiere enfrentarse a la realidad, a menos que, llevando la empresa a la ruina, obtenga algún beneficio económico para sí mismo en detrimento de los empleados. Las antigüedades del museo son una propiedad aparte. El ochenta por ciento es suyo y el resto es tuyo y mío, al diez por ciento, y no es un activo de la empresa.
Sé que siempre te ha gustado que yo me encargase del negocio, pero ahora debes tomar el relevo.
Espero que no leas esto hasta dentro de cincuenta años o más.
Te quiero, hermanita,
KATE
Con los ojos anegados en lágrimas, Hannah volvió a meter la carta en el sobre y la selló. Luego tuvo un momento de duda. Admítelo, se dijo con rabia. ¿Y si Kate no se recupera del todo? ¿Quién velará por ella? No soportaría que viniera papá y registrase sus archivos personales. No creo que tenga llave, pero el portero podría dejarlo pasar.
Sacó el sobre. Nada deseo más que devolverlo a su sitio porque Kate ha salido de esta, pensó Hannah, pero hasta entonces estará más seguro conmigo. Tenía la combinación de la pequeña caja fuerte de Kate. Estaba en una pared de su vestidor. La abrió y sacó las joyas de las cajas. En su testamento, su madre había dejado todas las joyas a sus hijas, deberían entregárselas al cumplir la mayoría de edad. Kate tenía anillos, collares y brazaletes bastante valiosos. Cualquiera que supiera que el piso iba a estar vacío de forma indefinida encontraría la manera de entrar. Hannah sabía que las cajas fuertes pequeñas eran coser y cantar para un ladrón profesional.
No quiso detenerse a pensar que su padre podría reclamar las joyas, teniendo en cuenta su tendencia al derroche. Hannah metió la carta y las joyas en su gran bolso para colgar al hombro. Luego fue a echar un vistazo a la segunda habitación, que Kate usaba como refugio.
La estancia tenía un sofá abatible, un sillón cómodo, mesitas supletorias y una tele de sesenta pulgadas. Hannah sabía que, tras un largo día en el despacho, a Kate le encantaba repantigarse en su sillón favorito, relajarse y cenar algo tarde mientras veía la tele. Tengo muchas ganas de que vuelva pronto a casa, pensó Hannah, con los ojos ardiéndole por las lágrimas.
Lo último que revisó fue la cocina. Buscó el número de teléfono de Marina, la asistenta que iba todas las semanas a casa de Kate, para pedirle que sacara de la nevera todo lo que pudiera estropearse. Lo encontró en la puerta del refrigerador y la llamó. Como le dijo que no iría hasta el jueves, Hannah miró la nevera para asegurarse de que no había nada que estuviera pudriéndose. Su principal preocupación era la planta frondosa que Kate tenía en el alféizar de la ventana. En los cuatro días que habían pasado desde que Kate estuvo por última vez en casa, había empezado a ponerse mustia por falta de agua.
Esa es otra cosa sobre la que no sé nada, pensó Hannah. Kate tiene muy buena mano para las plantas. Yo miro una planta y se muere. En ese momento sonó el teléfono de la cocina. Hannah lo cogió.
Era el portero.
—Señorita Connelly —dijo—, un tal Justin Kramer está aquí. Vendió el piso a su hermana. Preguntaba cómo podía contactar con usted, y le he dicho que está aquí. Parece que le entregó una planta a su hermana como regalo de bienvenida al piso y quiere ofrecerse para cuidarla hasta que ella vuelva a casa.
¡Hasta que vuelva a casa! Eran unas palabras que Hannah necesitaba oír desesperadamente de labios de alguien.
—Por favor, diga al señor Kramer que suba.