Así que Elsa había estado prometida con Josh Brothers. Y nunca se había casado. Qué amargura debía de haber albergado con el paso de los años contra los Krueger… ¿Y por qué había aceptado el empleo en la casa de la granja? La forma en que Erich la trataba era tan minimizadora… Elsa podía haber tomado el abrigo de su armario. Elsa podía haberles entreoído hablar a ella y a Erich. Elsa podía haber sonsacado a las niñas cosas acerca de Kevin…
Pero ¿por qué?
Tenía que hablar con alguien; tenía que confiar en alguien…
Jenny se detuvo. El viento chocó contra su frente. Había una persona en la que podía confiar, alguien cuyo rostro llenaba ahora su visión.
Podía confiar en Mark y ahora debería de haber regresado de Florida.
*****
Tan pronto como llegó a la casa, buscó el número de la clínica de Mark y le telefoneó. Estaban esperando de un momento a otro al doctor Garrett… ¿Quién le llamaba?
No quiso dejar su nombre.
—¿Qué hora es buena para dar con él?
—Sus horas de clínica son entre las cinco y las siete de la tarde.
A continuación, le llamó a su casa.
Se acercó a la oficina. Clyde estaba cerrando el escritorio. Entre ellos se percibía ahora una constricción, una cierta sequedad.
—Clyde, ¿dónde está Rooney? —le preguntó.
—Voy a traerla curada mañana a casa… Pero, Mrs. Krueger, una cosa. Me gustaría que se mantuviese apartada de Rooney. Es decir, que no le pida que vaya a su casa y tampoco la visite usted.
Parecía muy desgraciado.
—El doctor Philstrom afirma que Rooney puede volver a una situación de stress y eso haría que la internasen de nuevo…
—¿Y soy yo la que puede crear esa situación de stress?
—Por lo que sé, Mr. Krueger, Rooney no ha visto a Caroline rondar por el hospital.
—Clyde, antes de que cierre ese escritorio quiero que me dé un poco de dinero. Erich se fue tan precipitadamente que sólo tengo unos cuantos dólares y necesito comprar algunas cosas. Oh, sí, ¿podría prestarme también su coche para ir a la ciudad?
Clyde hizo girar la llave y se la metió en el bolsillo.
—Erich fue muy terminante al respecto, Mrs. Krueger. No quiere que usted conduzca, y me dijo que todo cuanto necesite, hasta que él regrese, deberá pedírmelo a mí y yo trataré de conseguírselo. Pero afirmó, poniendo en ello mucho énfasis, que no quería que le diese a usted dinero. Precisó que me costaría el empleo si le daba un dólar de los fondos de la granja o le prestaba algo de mi bolsillo.
Algo en el rostro de Jenny le hizo adoptar un tono más amistoso.
—Mrs. Krueger, si desea algo… Sólo tiene que pedirme cuanto necesite.
—Necesito…
Jenny se mordió los labios, se dio la vuelta y cerró con fuerza la puerta de la oficina. Corrió a lo largo del sendero, mientras la cegaban lágrimas de rabia y de humillación.
Las sombras de las últimas horas de la tarde se extendían al igual que cortinas sobre los pálidos ladrillos de la casa de la granja. En la linde de los bosques, los altos pinos noruegos aparecían vívidamente lujuriantes contra las desnudeces de los arces y abedules. El sol, oculto detrás de unos negros nubarrones, rayaba el cielo con unas sombras bellamente frías de colores malvas, rosados y arándanos.
Un cielo invernal. Una casa invernal. Y que se había convertido en su prisión…
A las siete y ocho, Jenny alargó la mano hacia el teléfono para llamar a Mark. Su mano tocaba ya el aparato, cuando sonó el timbre. Lo descolgó de su horquilla.
—Dígame…
—Jenny, debes de estar sentada encima del teléfono… ¿Aguardabas una llamada?
Seguía percibiéndose aquel retintín burlón en la voz de Erich.
Jenny sintió que las palmas de la mano se le humedecían. Instintivamente, agarró con más fuerza el auricular.
—Esperaba noticias tuyas…
¿Parecía aquello suficientemente natural? ¿Se evidenciaba su nerviosismo?
—Erich, ¿cómo se encuentran las niñas?
—Muy bien, como es natural. ¿Qué has estado haciendo hoy, Jenny?
—No mucho. Ahora que no viene Elsa, me encuentro un poco más atareada en la casa. Pero me gusta más así…
Cerrando los ojos, trató de elegir bien las palabras y luego prosiguió con jovialidad:
—Oh, he visto a Joe…
Se apresuró a continuar, no queriendo mentir, no deseando admitir que había ido a casa de los Ekers.
—Está tan complacido al ver que le has contratado de nuevo, Erich…
—Supongo que te contó el resto de la conversación que tuve con él…
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a aquella tonta historia de haberte visto entrar en el coche, y luego decidir que no te había visto. Tú nunca admitiste que Joe te hubiese dicho que te viera aquella noche en el coche. Siempre pensé que había sido sólo Rooney la que te había visto.
—Pero Joe dijo… Me explicó haberte contado que… Está seguro acerca de que era otra persona la que llevaba mi abrigo…
—Jen, ¿has firmado la declaración?
—Erich, no comprendes que hay un testigo que jura…
—Lo que quieres decir es que tenemos un testigo que sabe que te vio y el cual, para congraciarse conmigo, para conseguir de nuevo su empleo, se muestra ahora deseoso de cambiar su versión. Jenny, deja ya de tratar de evitar la verdad. O bien tienes dispuesta esa declaración para leérmela la próxima vez que te telefonee, u olvídate de volver a ver a las niñas hasta que sean ya adultas…
Jenny perdió su autodominio.
—No puedes hacer eso. Pediré un mandamiento judicial. Son mis hijas. No te puedes ir por ahí con ellas.
—Jenny, son tan mías como tuyas. Sólo me las he llevado de vacaciones. Ya te previne que ningún juez te las confiaría. Tengo montones de testigos en la ciudad que jurarían que soy un padre maravilloso. Jenny, te amo lo bastante como para concederte una oportunidad para vivir con ellas, para permitirte cuidarlas. No me presiones demasiado… Adiós, Jenny. Te llamaré pronto.
Jenny se quedó mirando el mudo aparato. En aquel momento se desvaneció toda la tenue confianza que había comenzado a albergar. «Déjate vencer —le decía alguien—. Escribe la confesión. Léesela. Acaba con esto».
No. Mordiéndose los labios hasta formar una tenue y firme línea, marcó el número de teléfono de Mark.
*****
Respondió al primer timbrazo.
—Doctor Garrett…
—Mark…
¿Por qué aquella profunda y cálida voz le hizo asomar en seguida lágrimas a los ojos?
—Jenny… ¿Qué ocurre? ¿Dónde estás?
—Mark. Podría… Tengo que hablar contigo…
Hizo una pausa y luego continuó:
—Pero no quiero que nadie nos vea aquí. Si pudiese atravesar el campo occidental, ¿me vendrías a recoger? A menos… Quiero decir… Si tienes otros planes, no te preocupes…
—Espérame cerca del molino. Estaré allí en quince minutos…
Jenny se dirigió al dormitorio principal y encendió la luz de lectura de la mesilla de noche. Dejó también encendida la lámpara de la cocina y otra más pequeña en el salón. Clyde investigaría si la casa aparecía completamente a oscuras…
Debía aprovechar la oportunidad de que Erich no le telefonease en las próximas horas.
Salió de la casa y anduvo entre las sombras del establo y de los heniles. Detrás de las cercas electrificadas, pudo ver las siluetas del ganado que se encorvaban cerca de los graneros. Ahora no había pastos en el terreno cubierto por la nieve y tendían a permanecer cerca de los edificios, donde les alimentaban.
En menos de diez minutos llegó al molino y escuchó en seguida el débil ruido de un coche que se aproximaba. Mark conducía con las luces de posición encendidas. Se acercó al claro e hizo señas. Mark se detuvo, se inclinó y le abrió la portezuela.
Parecía comprender que deseaba alejarse de allí cuanto antes. No le habló a Jenny hasta que no alcanzaron la carretera comarcal.
—Tenía entendido que te encontrabas en Houston con Erich, Jenny.
—No hemos ido.
—¿Sabe Erich que me has telefoneado?
—Erich está fuera. Y se llevó a las niñas.
Mark silbó.
—Esa es la razón de que papá…
Luego se calló. Jenny sintió su mirada, y fue agudamente consciente de la piel de él curtida por el viento, de su recio cabello de color arena, de sus largos y hábiles dedos aferrados al volante. Erich siempre le hacía sentirse insegura; su sola presencia cargaba la atmósfera. La presencia de Mark causaba, exactamente, el efecto contrario.
Hacía meses, desde aquella vez en que visitase la casa de Mark. Por la noche, poseía la misma atmósfera acogedora que Jenny recordaba. El sillón de orejas, su tapicería de terciopelo, ligeramente desgastada, se hallaba colocado cerca de la chimenea. Una gran mesa de roble para el café se alzaba delante del sofá «Lawson», donde se veían periódicos y revistas. Los estantes a cada lado de la chimenea estaban atestados de libros de todos los formatos y tamaños.
Mark le quitó el abrigo.
—La vida en la granja no te ha hecho engordar lo más mínimo —comentó—. ¿Ya has cenado?
—No.
—Eso suponía.
Sirvió jerez para los dos.
—Mi ama de llaves hoy tiene su día libre. Estaba a punto de prepararme una hamburguesa cuando me telefoneaste. En seguida vuelvo…
Jenny se sentó en el sofá y luego, instintivamente, se inclinó, se sacó las botas y se arrellanó mejor. Ella y Nana habían tenido un sofá «Lawson» cuando ella era pequeña. Se recordaba acurrucada en un extremo del sofá, en las tardes lluviosas, leyendo feliz y contenta mientras las horas iban transcurriendo.
En pocos minutos, Mark regresó con una bandeja.
—Minnesota y sus lujos… —le sonrió—. Hamburguesas, patatas fritas, lechuga y tomate…
La comida olía deliciosamente. Jenny tomó un poco de todo y se percató de que estaba muerta de hambre. Sabía que Mark le había seguido la corriente y que ahora aguardaba a que le explicase el porqué de su llamada telefónica. ¿Cuánto debería contar? ¿Se quedaría Mark aterrado al saber lo que Erich opinaba acerca de ella?
Mark se sentaba en el sillón de orejas, con las largas piernas extendidas hacia ella, ojos preocupados y la frente arrugada pensativamente… Jenny se percató de que no le importaba que la estudiase. De una forma rara, resultaba consolador, como si él pudiese analizar lo que estaba mal y conseguir enderezarlo. Su padre tenía exactamente aquella expresión. ¡Luke! No le había preguntado por él.
—¿Cómo está tu padre?
—Tirando, pero me dio un buen susto. No se sentía bien incluso antes de regresar a Florida. Luego tuvo aquel ataque. Pero ahora se halla en su propia casa y parece estar mucho mejor. Realmente deseaba que le visitases, Jenny, Y aún lo sigue queriendo.
—Me alegra saber que se encuentra mejor.
Mark se inclinó hacia delante.
—Háblame de ello, Jenny…
Se lo contó todo, mirándole de frente, observando aquellos ojos oscuros, contemplando las arrugas que se formaban alrededor de sus párpados y boca, estudiando la expresión de su rostro, el cual se fue suavizando mientras Jenny hablaba acerca de su bebé y la voz se le demudaba.
—Verás… Puedo comprender que Erich creyese que yo podía llegar a hacer cosas tan terribles. Pero ahora no creo que las realizase. Por lo tanto, eso quiere decir que alguna otra mujer adopta mi personalidad. Estaba segura de que se trataba de Rooney, pero no puede ser ella. Y ahora me pregunto… ¿Qué te parece Elsa? Es tan inverosímil que haya guardado un agravio durante veinticinco años… Erich era sólo un chiquillo…
Mark no replicó. Ahora su rostro estaba serio, reflejaba preocupación.
—¿Tú me crees capaz de hacer esas cosas? —explotó Jenny—. Dios mío… ¿eres igual que Erich? ¿Crees que…?
El nervio del ojo izquierdo de Jenny comenzó a moverse. Se llevó la mano al rostro para detener el tic; luego sintió que le empezaban a temblar las rodillas. Bajando la cabeza hacia su regazo, se abrazó las piernas. Ahora todo su cuerpo vibraba, escapado de su dominio.
—Jenny, Jenny…
Los brazos de Mark la rodearon y sujetaron. La cabeza de Jenny quedó contra la garganta del hombre y sus labios encima de su cabello.
—No he podido lastimar a nadie… No puedo firmar y decir que he…
Los brazos de Mark se endurecieron.
—Erich es un… inestable… Oh, Jenny…
Pasaron unos cuantos minutos antes de que se detuviese el temblor. Jenny procuró apartarse. Sintió que los brazos de él se aflojaban. Sin decir palabra, ambos se miraron; luego, Jenny se volvió. Había una colcha de punto colocada en el respaldo del sofá. Mark la arrebujó con ella.
—Creo que a los dos nos sentaría bien un café…
Mientras se encontraba en la cocina, Jenny miró a la chimenea y observó cómo un leño se rompía y derrumbaba entre relucientes brasas. De repente, se sintió exhausta. Pero era una clase diferente de fatiga, no algo tenso y entumecedor sino relajante, algo parecido a lo que ocurre tras terminar una carrera.
Al descargarse en Mark, Jenny sintió como si se hubiese quitado un peso de encima de los hombros. Mientras escuchaba el tintineo de las tazas y los platillos en la cocina, y olía el perfumado café, escuchando las pisadas al andar entre el fogón y el armario, recordó la sensación producida por aquellos brazos…
Cuando Mark trajo el café fue ya capaz de hacer declaraciones prácticas, que ayudasen a despejar aquella atmósfera cargada emocionalmente.
—Erich sabe que no quiero quedarme con él. En cuanto regrese con las niñas, me iré…
—¿Estás segura de que vas a dejarle, Jenny?
—Tan pronto como pueda. Pero primero quiero obligarle a traer de nuevo a las niñas. Son mis hijas…
—Tiene razón respecto a que, como su padre adoptivo, posee legalmente tanto derecho sobre ellas como tú. Y, Jenny. Erich es capaz de permanecer fuera de forma indefinida. Déjame hablar con unas cuantas personas. Tengo un amigo abogado que es un experto en leyes de la familia. Pero hasta entonces, cuando Erich telefonee, hagas lo que hagas, no le debes llevar la contraria; no le digas que has estado hablando conmigo. ¿Me prometes eso?
—Naturalmente…
Mark la llevó a casa en coche, deteniendo el vehículo cerca del molino. Pero insistió en caminar junto a ella a través de los silenciosos campos hasta la casa.
—Quiero asegurarme de que entras —le dijo—. Ve al piso de arriba y, si todo está en orden, corre las persianas de tu cuarto…
—¿Qué quieres decir con eso de si todo está en orden?
—Me refiero a que si, por cualquier casualidad, Erich ha decidido regresar a casa esta noche y se ha dado cuenta de que habías salido, pueden existir problemas. Te telefonearé mañana después de haber hablado con algunas personas.
—No, no lo hagas. Deja que te llame yo. Clyde se entera de cada llamada que recibo.
Cuando llegaron a la vaquería, Mark dijo:
—Te observaré desde aquí. Intenta no preocuparte.
—Lo intentaré. Lo único que no me preocupa es que Erich adora a Tina y a Beth. Será muy bueno con ellas. Por lo menos, eso constituye un consuelo.
Mark le apretó la mano, pero no respondió. Rápidamente, Jenny se deslizó por el lateral de la senda hasta la puerta occidental y luego a la cocina, a la vez que miraba a su alrededor. La taza y el platillo que había dejado secando en el fregadero estaban aún allí. Sonrió amargamente. Podía estar segura de que Erich no había vuelto. En caso contrario, habría retirado la taza y el platillo…
Apresurándose al piso de arriba, se dirigió al dormitorio principal y empezó a bajar las persianas. Desde una de las ventanas, vio desaparecer en la oscuridad la alta silueta de Mark.
Quince minutos después se encontraba en la cama. Aquél era el peor momento de todos, cuando no podía atravesar el vestíbulo e ir a arropar a Tina y a Beth. Trató de imaginarse todos los medios que Erich emplearía para divertirlas. Habían suspirado mucho por acudir a la feria del Condado con él el verano anterior. Varias veces, Erich había pasado todo un día con ellas en el parque de atracciones. Era incansablemente paciente con las niñas.
Pero ambas chiquillas habían parecido descontentas, cuando Erich las dejó hablar con ella aquella primera noche en que se las había llevado.
Naturalmente, ahora estarían ya acostumbradas a la ausencia de su madre, de la misma forma que les había ocurrido cuando Jenny tuvo que quedarse en el hospital.
Como le había contado a Mark, constituía un consuelo el no tener que preocuparse por las niñas.
Jenny recordó la forma en que Mark le había apretado la mano cuando se lo dijera.
¿Por qué?
Toda la noche yació en la cama despierta. Si no era Rooney… si no se trataba de Elsa… ¿entonces quién?
Se levantó al amanecer. No podía aguardar a que Erich diese con ella. Trató de apartar todos aquellos continuos miedos, las terribles posibilidades que se le habían ocurrido durante la noche.
La cabaña. Tenía que encontrarla. Todos sus instintos le decían que el lugar por donde debía empezar era la cabaña…