Durante el resto de la noche, siguió tumbada en el sofá, escuchando.
A veces se imaginaba oír sonidos, pasos, una puerta que se cerraba. Imaginación. Todo imaginación…
A las seis se levantó y se percató de que no se había quitado la ropa. Aquel vestido de seda estampada, que había planeado llevarse para el viaje, estaba horriblemente arrugado. «No es de extrañar que no pudiese dormirme», pensó.
Una larga y caliente ducha despejó en parte su fatiga y entumecimiento. Con la pesada toalla del bebé enrollada al cuerpo, se dirigió al dormitorio y abrió un cajón del armario. Allí tenía un par de tejanos desgastados que solía usar en Nueva York. Se los puso y luego hurgó hasta encontrar uno de sus suéteres viejos. Erich había deseado que se desprendiese de todo. Pero había guardado unas cuantas cosas. Resultaba importante ahora llevar algo que fuese auténticamente suyo, algo que se hubiese comprado ella misma. Recordó qué mal vestida se había sentido aquel día en que conoció a Erich. Llevaba aquel suéter barato que Kevin le había regalado y el collar de oro de Nana.
Jenny había llegado aquí con aquella joya y con las niñas. Ahora no tenía el collar de oro de Nana y Erich se había apoderado de las niñas.
Jenny se quedó mirando el suelo de roble. Algo brillaba allí, exactamente enfrente del armario ropero. Se inclinó y lo recogió. Era un trozo de visón. Acabó de abrir la puerta del ropero. El abrigo de visón estaba mal colocado en su percha. Una manga colgaba de una forma rara en el dobladillo. ¿Qué era aquello? Jenny procedió a ponerlo bien y luego se echó hacia atrás. Sus dedos se habían deslizado a través de la piel debajo del abrigo en la parte del cuello. Trozos de piel se habían adherido a sus dedos.
El abrigo había sido desgarrado por completo.
*****
A las diez se dirigió a la oficina. Clyde estaba sentado ante el amplio escritorio, el que usaba Erich.
—Siempre me instalo aquí cuando Erich se encuentra fuera durante una temporada. Así las cosas son más fáciles.
Clyde parecía envejecido. Las pesadas arrugas en torno de sus ojos se veían más pronunciadas. Jenny aguardó a que le explicase por qué había estado mirando hacia la casa en medio de la noche. Pero el hombre no dijo nada.
—¿Cuánto tiempo planea Erich estar fuera? —le preguntó.
—No me ha dicho nada fijo, Mrs. Krueger.
—Clyde, ¿por qué estaba usted anoche enfrente de la casa?
—¿Me vio?
—Claro, naturalmente.
—¿Entonces la vio usted también?
—¿A ella?
Clyde estalló:
—Mrs. Krueger, tal vez Rooney no esté a fin de cuentas loca. ¿Sabe que sigue afirmando que ve a Caroline? Anoche no pude dormir. Al saber que no van a permitir a Rooney quedarse en casa más que unos cuantos días de vez en cuando, me pregunto si estaré haciendo por ella lo más correcto… De todos modos, me levanté… ¿Sabe usted, Mrs. Krueger, que se puede ver un trozo del cementerio desde nuestra ventana? Pues bien, vi que algo se movía allí. Y salí…
El rostro de Clyde se puso desacostumbradamente pálido.
—Mrs. Krueger, vi a Caroline… Lo mismo que cuenta Rooney. Se dirigía desde el cementerio hacia la casa. La seguí. Aquel cabello, aquella esclavina que siempre llevaba… Entró por la puerta trasera. Traté de penetrar después de ella, pero la puerta estaba cerrada. Y no llevaba encima mis llaves. Di unas vueltas por allí, me limité a aguardar. Al cabo de un rato vi encenderse la luz en el dormitorio principal y luego la del antiguo cuarto de Erich. Luego se acercó a la ventana, la abrió y me saludó…
—Clyde, fui yo la que estaba en la ventana. Fui yo la que le saludé…
—Oh, Jesús… —susurró Clyde—. Rooney no hace más que decir que ve a Caroline. Tina habla acerca de la dama del cuadro. Creí que seguía a Caroline. Oh, Jesús…
Se la quedó mirando, con el horror reflejado en el rostro.
—Y durante todo el tiempo, tal y como dice Erich, era a usted a quien veía…
—No era yo, Clyde —protestó—. Fui al piso de arriba porque escuché que alguien andaba por allí.
Se calló, repelida por la incredulidad que reflejaba la cara de Clyde.
Salió corriendo hacia la casa. ¿Tenía Clyde razón? ¿Había estado paseando cerca del cementerio? Había estado soñando con el bebé. Y esta mañana había pensado en lo mucho que odiaba las ropas que Erich le había comprado. ¿Habría soñado todo esto y acuchillado el abrigo? Tal vez, al fin de cuentas, no hubiese oído a nadie. Tal vez habría andado sonámbula y se despertó cuando se hallaba en el piso de arriba.
Ella era la dama que vio Tina, la dama del cuadro.
Se hizo café, se lo bebió muy caliente. No había comido desde ayer por la mañana. Se preparó un panecillo inglés y se esforzó en mordisquearlo.
Clyde les contaría a los médicos que había visto a la mujer que creía que era Caroline. Diría que la siguió hasta la casa y que Jenny admitió que le había saludado.
Erich regresaría y se haría cargo de ella. Jenny redactaría aquella declaración y Erich se cuidaría de ella. Durante horas, permaneció sentada a la mesa de la cocina, luego se dirigió al escritorio y tomó la caja del papel de escribir. Contaría también lo de anoche. Escribió:
Anoche debí de volver a andar sonámbula. Clyde me vio. Anduve desde el cementerio hasta aquí. Supongo que fui a la tumba del bebé. Me desperté en el dormitorio y vi a Clyde desde la ventana. Le saludé. Clyde estaba allí de pie, en la helada nieve.
Clyde había estado allí fuera, de pie en la helada nieve.
La nieve.
Había llevado medias. Si hubiera estado fuera, sus pies aparecerían húmedos. Las botas que había planeado llevarse para el viaje estaban al lado del sofá, con el brillo recientemente sacado. No se habían estropeado por fuera.
Debió de haber imaginado la ráfaga de aire frío, imaginado las pisadas, se habría olvidado de que andaba sonámbula. Pero si había estado afuera, por la parte del cementerio, sus pies habrían quedado empapados, sus medias se hubiesen manchado…
Lentamente, rompió la carta y la fue desgarrando hasta convertirla en trocitos. De forma desapasionada, observó cómo los pedazos se desparramaban por la cocina. Por primera vez desde que Erich se había ido, comenzó a abandonarle la sensación de desesperanza.
No había estado afuera. Pero Rooney había visto a Caroline. Tina también la había visto. Clyde la había visto a ella. Ella, Jenny, la había oído anoche en el piso de arriba. Caroline había desgarrado el abrigo de visón. Tal vez estaba furiosa con Jenny por causar a Erich tantos problemas. Tal vez se encontrase aún en el piso de arriba. Había regresado…
Jenny se levantó.
—¡Caroline! —gritó—. Caroline…
Escuchaba como su voz se hacía cada vez más penetrante. Tal vez Caroline no pudiese oírla. Paso a paso, subió la escalera. El dormitorio principal estaba vacío. Detectó el débil aroma a pino que siempre se encontraba allí. Tal vez si empleaba alguna pastilla de jabón de pino, Caroline se sintiese más en su casa. Metió la mano en el bol de cristal, sacó tres pastillas y las dejó encima de la almohada.
El desván… A lo mejor se encontraba en el desván. Era allí donde debía de haber ido anoche…
—Caroline —la llamó Jenny, tratando de engatusarla—, no tengas miedo de mí. Ven, por favor. Tienes que ayudarme a recuperar a las niñas.
El desván estaba casi a oscuras. Anduvo de acá para allá. El neceser de Caroline, con billete y la agenda de citas. ¿Dónde estaba el resto de su equipaje? ¿Por qué Caroline había regresado a esta casa? Había estado tan ansiosa por dejarla…
—Caroline —la llamó en voz baja Jenny—, por favor, háblame…
La cuna de mimbre se hallaba en el rincón, cubierta ahora con una sábana, Jenny se acercó a ella, la acarició con ternura y comenzó a mecerla.
—Mi amorcito —susurró—, oh, mi amorcito…
Algo se deslizó por la sábana y luego hacia su mano. Una delicada cadena de oro, un colgante con forma de corazón, con la filigrana de artesanía de sus hilos, con el diamante central que destellaba en la penumbra.
Jenny cerró la mano sobre el collar de Nana.
—Nana…
Pronunciar aquel nombre en voz alta fue como bañarse en agua helada. ¿Qué pensaría Nana de ella, allí de pie, tratando de hablar con una mujer muerta?
El desván pareció intolerablemente confinador. Con el collar en la mano, corrió escaleras abajo hacia el segundo piso, hacia la planta baja y luego a la cocina. «Me estoy volviendo loca», pensó. Espantada, recordó haber pronunciado el nombre de Caroline.
Había que pensar en lo que Nana le diría que hiciese.
Todo parece mejor después de una taza de té, Jenny.
Mecánicamente, preparó la tetera.
¿Qué has comido hoy, Jen? No es bueno saltarse las comidas.
Se acercó al frigorífico y sacó varias cosas para hacerse un emparedado. «Hay que tragar algo», pensó. Y consiguió que le aflorase una sonrisa.
Mientras comía, intentó representarse que hablaba con Nana acerca de los sucesos de la noche anterior.
—Clyde dice que me vio pero mis pies no estaban mojados. ¿Pudo haber sido Caroline?
En seguida escuchó la reacción de Nana:
No existe nada parecido a los fantasmas, Jen. Cuando estás muerto, estás muerto.
—Entonces, ¿cómo había llegado el collar al piso de arriba?
Averígualo.
El listín se encontraba en la mesita situada debajo del teléfono de pared. Sosteniendo el bocadillo, Jenny se inclinó y lo levantó. Hojeó en las páginas amarillas la sección de Joyería, compra y venta. El joyero al que le había vendido el collar. Lo ovaló con un rotulador luminoso.
Marcó el número, pidió hablar con el director. Procedió a explicarse con rapidez.
—Soy Mrs. Krueger. Le vendí un collar la semana pasada. Creo que me gustaría volver a comprarlo.
—Mrs. Krueger, deseo que no me haga perder el tiempo. Su marido se presentó por aquí y me dijo que usted no tenía derecho a vender una joya familiar. Le permití comprarlo por lo mismo que le había pagado a usted.
—¡Mi marido!
—Sí, llegó a los veinte minutos de que usted me lo hubiese vendido.
Y colgó el teléfono.
Jenny se quedó mirando el aparato. Erich había sospechado de ella. La había seguido aquella tarde, probablemente en uno de los vehículos de la granja. ¿Pero cómo había llegado el collar hasta el desván?
Se acercó al escritorio y tomó papel pautado. Hacía una hora había planeado redactar la declaración que Erich le había pedido. Ahora existía algo que necesitaba ver escrito en blanco y negro.
Se instaló en la mesa de la cocina. En la primera línea escribió: No hay fantasmas. En la segunda: No puedo haber estado afuera anoche. «Una más», pensó. En la siguiente línea escribió con letras mayúsculas: NO SOY UNA PERSONA VIOLENTA.
«Hay que empezar por el principio —pensó—. Escribirlo todo. Todos los problemas comenzaron con aquella primera llamada telefónica de Kevin…».
*****
Clyde no se acercó a la casa. Al tercer día fue ella la que se presentó en la oficina. Era el diez de febrero. Clyde estaba al teléfono hablando con un cliente. Se sentó y le observó. Cuando Erich estaba presente, Clyde tendía a colocarse en segundo término. Cuando Erich se encontraba fuera, la voz de Clyde adquiría un nuevo tono de autoridad. Escuchó cómo disponía la venta de un toro de dos años por el precio de cien mil dólares.
Cuando colgó, la miró con cautela. Resultaba obvio que recordaba su última conversación.
—Clyde, ¿no debe consultar con Erich cuando vende un toro por tanto dinero?
—Mrs. Krueger, cuando Erich está aquí, maneja el negocio como le place. Pero la verdad es que nunca se encuentra muy interesado en dirigir esta granja o los huertos.
—Comprendo… Clyde, he estado pensando intensamente. Dígame… ¿Dónde se hallaba Rooney la noche del miércoles, cuando pensó usted que veía a Caroline?
—¿Qué quiere decir con eso de dónde estaba Rooney?
—Sólo eso… He llamado al hospital y he hablado con el doctor Philstrom. Es el psiquiatra que me visitó.
—Sé quién es. Es el médico de Rooney.
—Eso es… Usted no me contó que Rooney recibió un pase para pernoctar fuera la noche del miércoles.
—El miércoles por la noche Rooney estaba en el hospital.
—No, no fue así. Se encontraba con Maude Ekers. Era el cumpleaños de Maude. Se suponía que debían ir a una subasta de ganado y dio permiso a Maude para recoger a Rooney. Y Rooney creyó que usted estaba en St. Cloud.
—Lo estaba… Regresé a casa a eso de la medianoche. Había olvidado que Rooney pernoctaría en casa de Maude.
—Clyde, ¿no es posible que Rooney saliese sin ser advertida de casa de Maude y anduviese en torno de la granja?
—No, no es posible.
—Clyde, a menudo deambula por aquí de noche. Ya lo sabe. ¿No es factible que la viera envuelta en una manta, una manta que, a cierta distancia, pudiese pasar por una esclavina? Piense que Rooney tiene el pelo oscuro.
—Rooney no se ha deshecho el pelo del moño desde hace veinte años… Excepto, naturalmente.
Titubeó.
—¿Excepto cuándo?
—Excepto por la noche…
—Clyde, ¿no comprende lo que trato de decirle? Sólo una pregunta más. ¿Guardó Erich un collar de oro en la caja fuerte u ordenó a alguien que lo colocase allí?
—Lo metió él mismo. Me dijo que usted no cuidaba bien de él y que no quería que se perdiese.
—¿Le contó a Rooney eso?
—Debí mencionárselo, de pasada, para hablar de algo…
—Clyde, Rooney conoce la combinación de la caja, ¿no es verdad?
Frunció el ceño, una mueca de preocupación.
—Debe de conocerla.
—¿Y se encuentra en su casa con pases del hospital más veces de las que usted ha admitido?
—Está en casa de vez en cuando…
—Y es posible que vagara por aquí el miércoles por la noche. Clyde, abra la caja. Muéstreme mi collar.
Obedeció en silencio. Sus dedos hurgaron mientras marcaba la combinación. La puerta se abrió. Introdujo la mano y sacó una pequeña caja de seguridad, que abrió también expectante. Luego la alzó, esperando que una luz más fuerte revelase lo que andaba buscando.
Al fin dijo, con voz insólitamente suave:
—El collar no está…
*****
Dos noches después, telefoneó Erich.
—¿Jenny?
Su voz parecía tener un sonsonete burlón.
—¡Erich! ¡Erich!
—¿Dónde estás, Jen?
—En el piso de abajo, en el sofá.
Jenny miró el reloj. Eran más de las once. Se había adormecido.
—¿Por qué?
—Arriba estoy muy solitaria, Erich.
Quería contarle lo que sospechaba acerca de Rooney.
—Jenny…
La ira que se percibía en la voz de su marido la despertó por completo.
—Quiero que estés en el sitio que te corresponde, en nuestro cuarto, en nuestra cama. Quiero que te pongas aquel camisón en especial. ¿Me oyes?
—Erich, por favor. Tina. Beth. ¿Cómo están?
—Se encuentran muy bien. Léeme la carta.
—Erich, he descubierto algo. Tal vez estuvieses equivocado.
Demasiado tarde trató de retirar aquellas palabras.
—Quiero decir, Erich, que tal vez ambos no hemos comprendido…
—No has escrito la carta…
—Comencé a hacerlo. Pero, Erich, lo que crees no es verdad. Ahora estoy segura de ello.
La conexión quedó interrumpida.
*****
Jenny llamó al timbre de la puerta de la cocina de la casa de Maude Ekers. ¿Cuántos meses hacía desde que estuvo allí? ¿Desde que Maude le dijo que dejase a Joe tranquilo?
Maude había tenido razón en preocuparse de Joe.
Iba a llamar de nuevo al timbre, cuando la puerta se abrió. Joe estaba allí, un Joe mucho más delgado, con su rostro juvenil madurado por unas ojeras de cansancio.
—¡Joe!
El hombre alargó las manos. De forma impulsiva, Jenny se las tomó. En un rapto de afecto, le besó la mejilla.
—Joe…
—Jenny, quiero decir, Mrs. Krueger.
Tímidamente se hizo a un lado para que pasase.
—¿Se encuentra tu madre aquí?
—Está trabajando. He regresado a casa.
—Me alegra mucho verte… Tenía que hablar contigo. Deseaba hablar contigo, pero ya sabes…
—Lo sé, Jenny. Te he causado muchos problemas: Me gustaría ponerme de rodillas por lo que dije la mañana del accidente. Supongo que todo el mundo pensó que tú… Vaya, que tú me habías lastimado… Al igual que le dije al sheriff que no sabía qué quería decir todo aquello. Quiero decir que creí que me estaba muriendo y me preocupaba el que supieses que te había visto aquella noche…
Jenny tomó asiento al otro lado de la mesa de la cocina, enfrente de él.
—Joe ¿quieres decir que me viste aquella noche?
—Al igual que traté de explicarle al sheriff y le dije a Mr. Krueger la semana pasada…, había algo que siempre me preocupó en lo de aquella noche…
—¿Qué te preocupaba?
—La manera de moverte. Eres tan grácil, Jenny. Tienes un paso tan rápido, tan ligero, como un ciervo. Y quien anduviese aquella noche por el porche, lo hacía de forma diferente… Es difícil de explicar. Y en cierto modo se encorvaba hacia delante, por lo que su cabello casi le cubría el rostro. Tú siempre andas tan erguida.
—Joe, ¿crees que aquella noche viste a Rooney llevando mi abrigo?
Joe pareció intrigado.
—¿Y eso cómo pudo ser? La razón de que yo me encontrase allí era que había visto a Rooney en la senda que conduce a la casa, y no quería tropezarme con ella. Rooney estaba allí, pero alguien más entró en el coche.
Jenny se pasó la mano por la frente. Aquellos últimos días había llegado a creer que Rooney era la clave de todo lo que había ocurrido. Rooney podía entrar y salir de la casa tan silenciosamente. Incluso podía haberles entreoído, a ella y a Erich hablar acerca de Kevin. Rooney podía haber realizado la llamada telefónica. Rooney conocía lo del tabique corredizo entre las habitaciones. Todo encajaba si Rooney, llevando el abrigo de Jenny, se encontró con Kevin aquella noche.
Entonces, ¿quién era el que llevaba puesto aquel abrigo? ¿Quién había preparado aquel encuentro?
No lo sabía.
Pero, por lo menos, Joe había verificado que creía que ella, Jenny, no era aquella persona.
Se levantó. No había razón para permanecer aquí cuando Maude regresase a casa. Maude podía quedar aterrada. Trató de sonreír.
—Joe, me alegro mucho de haberte visto. Te hemos echado mucho de menos. Es una buena noticia el saber que estás trabajando de nuevo para nosotros.
—Quedé muy contento cuando Mr. Krueger me ofreció el empleo. Y, como he dicho, le conté todo lo que te he referido a ti…
—¿Y qué dijo Erich?
—Me dijo que debía mantener la boca cerrada, que sólo podían empezar a haber otra vez problemas si corría esta versión. Y le juré que no se lo volvería a contar a nadie. Pero, naturalmente, nunca quise decir que no pudiese contártelo a ti…
Procuró tener cuidado al ponerse los guantes. No podía permitirle ver lo conmovida que se encontraba. Erich le había pedido que firmase la declaración, diciendo que había entrado en el coche con Kevin, incluso después de que Joe le hubiese contado que estaba seguro de haber visto a alguien más llevando su abrigo.
Tenía que reflexionar acerca de todo ello.
—Jenny, supongo que te ocasioné un daño terrible. Creo que hice difíciles las relaciones tuyas con Mr. Krueger.
—Joe, no ocurre nada…
—Pero tengo que decírtelo. Al igual que se lo confesé a mamá, se trata de que eres la clase de persona a la que quiero encontrar cuando busque en serio a una chica. Le expliqué esto a mamá. Estaba muy preocupada porque siempre decía que mi tío hubiera llevado una vida muy diferente de no haber sido por Caroline. Pero incluso esto ha servido de algo. Mi tío no ha vuelto a beber una gota de alcohol desde mi accidente y van a unirse de nuevo.
—¿Quién va a unirse de nuevo?
—Mi tío estaba buscando esposa en el momento del accidente. Cuando John Krueger les dijo a todos que el tío Josh había sido tan descuidado a causa de que bebía los vientos por Caroline, su chica quedó tan trastornada que rompió el compromiso. Y luego mi tío empezó a beber. Pero ahora, después de tantos años, están saliendo de nuevo.
—Joe, ¿a quién ve tu tío?
—A la chica con la que solía ir. Ahora es una mujer, como es natural. Ya la conoces, Jenny. Es tu ama de llaves, Elsa…