Aquella vez no fue un falso parto. En silencio, Jenny permanecía en la cama tomando el tiempo de sus contracciones. Durante diez minutos con dos horas de separación en un principio, de repente se aceleraron a intervalos de cinco minutos. Jenny se dio unos golpecitos en el pequeño montículo de su abdomen. «Lo hemos conseguido, jovencito Mr. Krueger —pensó—. Durante algún tiempo no estaba segura de que pudiésemos».
El doctor Elmendorf se mostró cautamente complacido en su última visita.
—El bebé pesa dos kilos y medio —le dijo a Jenny—. Desearía que fuese mayor, pero resulta, de todos modos, un peso confortable. Francamente, estaba seguro de que iba a tener un parto prematuro.
Y había hecho una ecografía.
—Está en lo cierto Mrs. Krueger. Va a tener un niño…
Jenny se dirigió al vestíbulo para llamar a Erich. La puerta de su dormitorio estaba cerrada. Jenny nunca iba por allí. Titubeando, dio unos golpecitos.
—Erich —le llamó suavemente.
No hubo respuesta. ¿Se habría ido a la cabaña durante la noche? Había comenzado a pintar de nuevo, pero siempre regresaba a casa para cenar. E incluso si se había ido a la cabaña al atardecer, siempre regresaba a la casa en uno u otro momento.
Le había preguntado acerca del panel que separaba su antiguo cuarto del dormitorio principal.
—Dios mío, Jen, lo olvidé por completo. ¿Por qué has tenido la idea de que alguien lo ha estado abriendo? Apuesto lo que sea a que Rooney entra y sale de este lugar más veces de las que nos podemos imaginar. Ya te previne respecto de intimar tanto con ella.
No se había atrevido a contarle que Rooney afirmaba haber visto a Caroline.
Ahora abrió por completo la puerta de la habitación que su marido había estado usando y alargó la mano en busca de la luz. La cama estaba hecha. Pero Erich no se encontraba allí.
Tenía que dirigirse al hospital. Eran sólo las cuatro de la madrugada. No habría nadie hasta las siete. A menos…
Caminando suavemente con los pies descalzos por el amplio vestíbulo, Jenny pasó ante las puertas cerradas de los otros dormitorios. Erich no emplearía ninguno de ellos, excepto…
Con cautela, abrió la puerta del antiguo cuarto de su marido. El trofeo de la «Little League» encima del tocador brillaba a la luz de la luna. La cuna, ahora con un faldón de seda amarilla por encima con redecilla blanca, se encontraba cerca de la cama.
Los cobertores aparecían revueltos. Erich estaba dormido, con el cuerpo acurrucado en su posición fetal favorita. Su mano se alargaba hacia la cuna, como si se hubiese quedado dormido sujetándola.
Recordó algo que Rooney le había dicho:
—Puedo ver a Caroline meciendo esta cuna durante una hora, con Erich armando alboroto dentro de ella. Yo solía decirle que era afortunado por tener una madre tan paciente…
—Erich —susurró Jenny, tocándole el hombro.
Sus ojos se abrieron. Pegó un salto.
—Jenny… ¿qué ocurre?
—Creo que tengo que ir al hospital.
Erich se levantó en seguida de la cama y la rodeó con los brazos.
—Algo me dijo que permaneciese esta noche aquí, cerca de ti. Me quedé dormido pensando en lo maravilloso que sería todo cuando nuestro niñito se encontrase en la cuna…
Hacía semanas que no la había tocado. Jenny no se había percatado del ansia que sentía por notar los brazos de él a su alrededor. Alargó las manos hacia el rostro de su marido.
En la oscuridad, sus dedos notaron la curva de su cara, la suavidad de sus párpados.
Se estremeció.
—¿Qué pasa, cariño? ¿Estás bien?
Jenny suspiró.
—No sé por qué, pero, por un momento, me asusté mucho. Podrías creer que éste es mi primer bebé, ¿verdad?
*****
La luz del techo de la sala de partos era muy brillante. Hería los ojos. Jenny, dormía y volvía a la conciencia. Erich, con una mascarilla y una bata igual que los médicos y enfermeras, la estaba observando. ¿Por qué Erich la miraba durante todo el rato?
Una última acometida de dolor. «Ahora —pensó—, ahora». El doctor Elmendorf alzó un pequeño y lacio cuerpo. Todos se inclinaron sobre él.
—Oxígeno.
El bebé tenía que encontrarse bien…
—Dádmelo a mí…
Pero sus labios no acababan de formar las palabras. No podía moverlos.
—Déjeme verlo —dijo Erich.
Parecía ansioso, nervioso. Luego escuchó su alicaído susurro.
—¡Tiene el cabello igual que las niñas, un pelo rojo oscuro!
*****
Cuando Jenny abrió de nuevo los ojos, el cuarto estaba a oscuras. Una enfermera se encontraba sentada al lado de la cama.
—¿Y el bebé?
—Está muy bien —respondió con suavidad la enfermera—. Simplemente, nos ha dado un pequeño susto. Intente dormir.
—¿Y mi marido?
—Se fue a casa…
¿Qué es lo que había dicho Erich en la sala de partos? No podía recordarlo.
Derivó hacia el sueño y salía a intervalos de él. Por la mañana, un pediatra entró en la habitación.
—Soy el doctor Bovitch. Los pulmones del bebé no están desarrollados por completo. Ha tenido problemas, pero podremos superarlos, mamá… Se lo prometo. No obstante, dado que su religión es la católica romana, anoche creímos que lo mejor era bautizarle.
—¿Está tan mal? Deseo verle.
—Podrá ir andando a la sala de los niños dentro de un rato. Aún no podemos quitarle el oxígeno. Kevin es un hermoso bebé, Mrs. Krueger.
—¡Kevin!
—Sí. Antes de que el sacerdote le bautizase, le preguntó a su marido cómo pensaba llamarle. Es lo correcto, ¿verdad? Kevin MacPartland Krueger.
*****
Erich se presentó con un ramo de rosas rojas de largo tallo.
—Jenny, Jenny, dicen que lo conseguirá. Que el bebé lo logrará. Cuando llegué a casa, me pasé toda la noche llorando. Pensé que no quedaban esperanzas.
—¿Por qué le has puesto ese nombre de Kevin MacPartland?
—Cariño, dijeron que no creían que sobreviviese más que unas cuantas horas. Pensé que debíamos reservar el nombre de Erich para un hijo que viviera. Fue el único otro nombre que se me ocurrió. Pensé que te gustaría…
—Cámbialo…
—Naturalmente, querida. Figurará Erich Krueger quinto en su certificado de nacimiento…
*****
La semana que permaneció en el hospital, Jenny se forzó a comer, economizó fuerzas, expulsando de ella aquella depresión que le quitaba las energías. Al cuarto día, le quitaron la tienda de oxígeno al bebé y Jenny pudo tenerlo en brazos. Era tan frágil… Su ser se conmovió de ternura cuando la boca del bebé buscó su pecho. No había criado a Beth o Tina. Había sido tan importante el poder regresar al trabajo… Pero ahora concedería a este hijo todo su tiempo, todas sus energías.
Le dieron de alta en el hospital cuando el bebé tuvo cinco días. Durante las siguientes tres semanas, regresó cada cuatro horas durante el día para alimentarlo. Algunas veces, Erich la llevó en coche. En otras ocasiones, le prestó el coche.
—Todo sea por el bebé, cariño…
Las niñas pidieron que las llevase. Al principio armaron mucho jaleo, pero luego se resignaron.
—Está bien —le dijo Beth a Tina—. Papá cuidará de nosotras y nos divertiremos con él.
Erich lo oyó.
—¿A quién queréis más, a mamá o a mí?
Y las hizo subir por los aires.
—A ti, papá —se rió Tina.
Jenny se percató de que se había aprendido las contestaciones que Erich deseaba escuchar.
Beth titubeó y miró hacia Jenny.
—Os quiero a los dos lo mismo.
Al fin, el día siguiente al de Acción de Gracias, permitieron a Jenny llevarse el bebé a casa. Con ternura, vistió al pequeño bebé, contenta de quitarle la áspera camisita hospitalaria y reemplazarla con otra nueva, lavada una vez para suavizar las fibras de algodón. Una larga y floreada camisita, el ropón azul de lana y un gorro, más la manta para cubrirle, de lana peinada con rebordes de satén.
Afuera hacía muchísimo frío. Noviembre había traído ya nieve y helaba constantemente. El viento susurraba entre los árboles, haciendo oscilar las desnudas ramas en un movimiento constante. El humo salía de forma continua por las chimeneas de la casa, de la oficina, y surgía desde el reborde de las viviendas de Clyde y Rooney, cerca del cementerio.
Las niñas permanecieron estáticas delante de su hermanito, cada una suplicando poder tenerlo. Sentada al lado de ellas en el sofá, Jenny se lo dejaba coger por turnos.
—Con suavidad, con suavidad. Es tan pequeño…
Mark y Emily se dejaron caer por allí para verle.
—Es hermosísimo —declaró Emily—. Erich le está enseñando a todo el mundo las fotos.
—Gracias por las flores —murmuró Jenny—, y tu padre y tu madre han enviado un bellísimo centro. Telefoneé para darle las gracias a tu madre, pero, aparentemente, no se encontraba en casa.
Aquel «aparentemente» constituía una palabra elegida de forma deliberada. Estaba segura de que Mrs. Hanover se hallaba en casa cuando la telefoneó.
—Están tan contentos por ti… y por Erich, como es natural… —se apresuró a añadir Emily—. Confío en que alguien aquí presente tenga algunas ideas…
Y se echó a reír en dirección de Mark.
Éste le devolvió la sonrisa.
«No hagas nunca observaciones de este tipo hasta que estés muy segura de ti misma», pensó Jenny.
Trató de animar la conversación.
—Y bien, doctor Garrett, ¿cómo juzga a mi hijo? ¿Ganará algún premio en la feria del Condado?
—Uno para los de buena casta, estoy seguro —replicó Mark.
¿Había algo en su voz? ¿Un tono de preocupación? ¿Piedad? ¿Veía algo tan frágil en el bebé como le ocurría a ella?
Estaba segura de que algo había…
*****
Rooney era una niñera nata. Le gustaba horrores dar al bebé el biberón suplementario después de que Jenny lo alimentase al pecho. O se ponía a leer a las niñas cuando el bebé se encontraba durmiendo.
Jenny agradeció mucho su ayuda. El bebé la preocupaba. Dormía demasiado y estaba tan pálido… Sus ojos comenzaron a enfocarse en los objetos. Serían muy grandes, con aquel indicio de forma almendrada que tenían los de Erich. Ahora eran de un azul de porcelana.
—Pero juraría que tienen unas chispas verdes. Seguro que son como los ojos de tu madre, Erich. ¿Te gustaría eso?
—Claro que me gustaría.
Erich hizo trasladar la cama con cuatro columnas a la pared sur del dormitorio principal. Jenny dejó abierta la partición entre aquella habitación y la pequeña. La cuna fue llevada allí. Así oiría todos los ruidos que hiciese el bebé.
Erich aún no se había mudado al cuarto común.
—Necesitas descansar un poco más, Jenny.
—Podrías venirte conmigo. Me gustaría…
—Aún no.
Luego, Jenny se percató de que aquello la aliviaba. El bebé consumía todos sus pensamientos. Al finalizar el primer mes, había perdido doscientos gramos. El pediatra puso una cara muy seria:
—Aumentaremos la composición del biberón suplementario. Me temo que la leche de usted no sea suficientemente rica para él. ¿Come de una forma apropiada? ¿Algo la trastorna? Recuerde que una madre relajada representa un bebé más feliz.
Jenny se forzó a comer, a picotear, a beber batidos de leche. El bebé empezaba a tragar con ansia, pero luego se cansaba y se quedaba dormido. Le contó esto al doctor.
—Será mejor que hagamos algunas pruebas…
El bebé permaneció en el hospital durante tres días. Jenny durmió en una habitación cerca de la nursery.
—No te preocupes por mis niñas, Jenny. Las cuidaré muy bien.
—Sé que lo harás, Erich.
Vivía para los instantes en que podía tener en brazos al bebé.
Una de las válvulas del corazón del niño era defectuosa.
—Necesitará que le operen más adelante, pero no podemos aún correr esos riesgos.
Se acordó de la maldición de Maude Ekers.
—¡Maldito sea el bebé que lleva en la barriga!
Sus brazos se inmovilizaron en torno del dormido infante.
—¿Es una operación peligrosa?
—Cualquier operación tiene un riesgo potencial. Pero la mayoría de los bebés la superan perfectamente.
Una vez más, se llevó el bebé a casa La pelusilla de nacimiento había empezado a caerse. Unas finas sombras doradas comenzaron a reemplazarlo.
—Tendrá tu cabello, Erich.
—Creo que tendrá el pelo rojo como las niñas.
Llegó diciembre. Beth y Tina hicieron unas largas listas para Santa Claus. Erich colocó un gran árbol en el rincón cerca de la estufa. Y las niñas le ayudaron. Jenny tenía en brazos el bebé mientras observaba. Aborrecía soltarlo.
—Duerme mejor de esta manera —le explicó a Erich—. Parece estar siempre tan frío… Su circulación es pobre.
—A veces no comprendo cómo no te puedes cuidar de otra cosa que no sea de él —observó Erich—. Tengo que decírtelo: Tina, Beth y yo nos estamos sintiendo un poco desdeñados, ¿no es verdad?
Llevó a las niñas a ver a Santa Claus en una próxima avenida comercial.
—Vaya lista —comentó con indulgencia—. Tengo que escribir todo lo que piden. Y lo que parecen querer más son cunitas y muñecas de bebés…
Luke había regresado a Minnesota para las fiestas. Él, Mark y Emily se presentaron la tarde de la Navidad. Emily tenía un aspecto deprimido. Mostró una exquisita agenda de piel.
—Un regalo de Mark… ¿No es maravilloso?
Jenny se preguntó si lo que había estado esperando no sería un anillo de compromiso.
Luke le pidió que le dejase tener en brazos al bebé.
—Es una pequeña belleza…
—Y ha engordado trescientos gramos —anunció Jenny llena de alegría—. ¿No es verdad, Calabacita?
—¿Siempre le llamas Calabacita? —preguntó Emily.
—Supongo que parecerá tonto… Pero es que Erich me parece demasiado nombre para tan poca cosita… Tendrá que crecer para llegar a alcanzarlo.
Alzó la mirada sonriente. Erich tenía un aspecto impasible. Mark, Luke y Emily intercalaron miradas de desconcierto. Naturalmente… Probablemente, habrían leído la noticia del natalicio en el periódico al día siguiente de que naciese el bebé, la noticia en que se daba su nombre de pila como Kevin. Pero ¿no les había explicado nada Erich?
Emily se apresuró a llenar aquel incómodo silencio. Inclinándose de nuevo sobre el bebé, comentó:
—Creo que tendrá el mismo color que las niñas…
—Oh, estoy segura de que será rubio, como Erich…
Jenny sonrió de nuevo.
—Dadle sólo seis meses. Tendremos a un Krueger cabeza de estopa…
Tomó el bebé de manos de Luke.
—Te parecerás mucho a papá, ¿no es verdad, Calabacita?
—Es lo que estaba comentando hace un momento —explicó Erich.
Jenny sintió que la sonrisa se helaba en su cara. ¿Querría decir lo que ella opinaba? Miro interrogativamente de un rostro al otro. Emily pareció en extremo incómoda. Luke miró sólo hacia delante. Mark tenía un rostro pétreo. Jenny sintió que la ira crecía en ella. Erich estaba sonriendo cálidamente al bebé.
Supo con absoluta certeza que Erich no había cambiado el nombre del certificado de nacimiento.
El bebé comenzó a lloriquear.
—Mi pobre cariñito… —le dijo.
Se puso en pie:
—Si me excusáis, tengo que…
Hizo una pausa y luego acabó en voz baja:
—Tengo que cuidarme de Kevin…
Mucho después de que el bebé se quedase dormido, Jenny se sentó al lado de la cuna. Escuchó cómo Erich llevaba a las niñas al piso de arriba y les decía en voz baja:
—No despertéis al bebé. Daré a mamá el beso de buenas noches por vosotras… ¿No hemos tenido unas maravillosas Navidades?
Jenny pensó: «No puedo vivir así».
Al fin, bajó a la planta baja. Erich había cerrado las cajas de los regalos y las había apilado muy bien alrededor del árbol. Llevaba la nueva chaqueta de terciopelo que Jenny había encargado para él en «Dayton's». Aquel azul intenso le sentaba muy bien. «Todos los colores fuertes le van muy bien», pensó de forma objetiva.
—Jen, estoy muy contento con mi regalo. Confío en que hayas quedado complacida con el tuyo.
Le había comprado un chaquetón de visón blanco.
Sin aguardar una respuesta, siguió poniendo en orden los regalos y luego prosiguió:
—Las niñas estaban locas por esas cunitas, ¿no te parece? Nunca hubieras podido suponer lo que lo deseaban. Y el bebé… En realidad, es todavía muy joven para apreciarlos, pero antes de que pase mucho tiempo se divertirá con todos esos animales disecados…
—Erich, ¿dónde está el certificado de nacimiento del bebé?
—Está en el archivo de la oficina… ¿Por qué?
—¿Qué nombre figura en él?
—El nombre del bebé: Kevin…
—Me dijiste que lo habías cambiado.
—Me di cuenta de que hubiera sido un terrible error el hacerlo.
—¿Por qué?
—Jenny, ¿no ha habido suficientes habladurías respecto de nosotros? ¿Qué crees que diría la gente de por aquí si corregimos el nombre del bebé? Dios mío, eso les proporcionaría materia para los siguientes diez años… No olvides que no llevábamos aún casados nueve meses cuando nació el niño.
—Pero Kevin… Le has puesto el nombre de Kevin…
—Ya te expliqué las razones para eso. Jenny, las habladurías están ya desapareciendo. Cuando la gente habla del accidente, ya no mencionan el nombre de Kevin. Hablan del primer marido de Jenny Krueger, del tipo que la siguió a Minnesota y, de alguna forma, fue a parar a la ribera del río. Pero deja que te diga esto… Si cambiamos ahora el nombre de pila del bebé, tratarán de imaginarse el porqué durante los próximos cincuenta años. Y, por Dios bendito, entonces recordarán a Kevin MacPartland.
—Erich —le contestó con cierto miedo—, ¿existe una razón mejor para que no quieras cambiar el certificado de nacimiento? ¿Está el bebé más enfermo de lo que yo me imagino? ¿Es porque reservas el nombre para un niño que vivirá? Dímelo, Erich, por favor. ¿Estáis tú y el doctor ocultándome algo?
—No, no, no…
Se acercó a ella, con ojos tiernos.
—Jenny, ¿no lo comprendes? Todo irá bien. Quiero que dejes de preocuparte. El bebé cada vez es más fuerte.
Había otra pregunta que Jenny tenía que hacerle.
—Erich, hay algo que dijiste en la sala de partos, eso de que el bebé tenía el pelo rojo oscuro como las niñas. Kevin tenía el cabello así. Erich, dímelo, prométeme que no estás sugiriendo que Kevin fuera el padre del bebé. ¿Puedes acaso creer eso?
—Jenny, ¿por qué tendría que creerlo?
—Por lo que dijiste acerca de su pelo.
Sintió que su voz temblaba.
—El bebé llegará a ser la imagen de ti. Aguarda y verás… Todo su pelo nuevo es rubio. Pero cuando los otros estaban aquí… La forma en que lo hiciste resaltar cuando dije que se parecerá a su papá. La forma en que comentaste: «Es lo que estaba comentando hace un momento». Erich, ¿verdad que no crees que Kevin sea el padre del bebé?
La mujer se lo quedó mirando. La chaqueta de terciopelo azul confería un aspecto bruñido a su pelo rubio. Jenny nunca había, realmente, apreciado lo oscuras que eran sus pestañas y sus cejas. Recordó aquellos cuadros del palacio de Venecia, en donde generaciones de dogos rostros alargados y ojos ardientes miraban desdeñosos a los turistas. En los ojos de Erich se reflejaba ahora parte de ese desprecio.
Sus músculos faciales se endurecieron.
—Jenny, ¿no tiene fin la forma en que siempre me malinterpretas? He sido tan bueno contigo… Te traje aquí, a ti y a las niñas, apartándoos de aquel miserable apartamento para que vivieseis en este maravilloso hogar. Te he regalado joyas, vestidos y pieles. Has podido tener todo aquello que deseabas y, sin embargo, permitiste que Kevin MacPartland se pusiese en contacto contigo y diste pie a un escándalo. Estoy seguro de que no existe una casa en esta comunidad en la que no se discuta acerca de nosotros todas las noches después de cenar. Te perdono, pero no tienes derecho a enfadarte conmigo, a poner en tela de juicio cada palabra que salga de mi boca. Y ahora vayamos arriba. Creo que ha llegado el momento de que vuelva contigo…
Sus manos aferraron los brazos de la mujer. Todo su cuerpo se puso rígido. Había algo en él que infundía miedo… Confusa, Jenny apartó la vista.
—Erich —le respondió con el mayor cuidado—, ambos estamos muy cansados. Nos hemos encontrado bajo una gran tensión durante mucho tiempo. Creo que lo que deberías hacer es comenzar a pintar de nuevo. ¿Te has dado cuenta de las pocas veces que has acudido a la cabaña desde que nació el bebé? Vete a tu habitación esta noche y despiértate temprano por la mañana. Pero abrígate bien; ahora probablemente hará allí mucho frío…
—¿Cómo sabes que hace frío? ¿Cuándo has ido?
Su voz sonó con rapidez y suspicacia.
—Erich, ya sabes que nunca he estado en la cabaña…
—¿Pero cómo sabes…?
—Chist… Escucha…
Desde el piso de arriba se percibieron unos gimoteos.
—Es el bebé.
Jenny se dio la vuelta y subió a toda prisa las escaleras, con Erich detrás de ella. Los brazos y piernas del bebé se estaban agitando. Su rostro se veía húmedo. Mientras observaban, comenzó a chuparse el puñito.
—Oh, Erich, mira, está llorando auténticas lágrimas…
Con ternura, Jenny se inclinó y tomó al bebé en brazos.
—Vamos, vamos Calabacita. Sé que estás hambriento, mi precioso corderito. Erich, cada vez se está poniendo más fuerte…
Detrás de ella, escuchó cómo la puerta se cerraba. Erich había salido de la habitación.