Atrapada en el ritmo de su embarazo, Jenny comenzó a contar los días y semanas que faltaban para que el bebé naciese. En doce semanas, en once semanas, en diez semanas, Erich tendría un hijo. Y Erich regresaría a su habitación común. Y Jenny estaría de nuevo bien… Las habladurías en la ciudad terminarían por falta de combustible de repuesto. El bebé sería exactamente como Erich.
La operación en el pecho de Joe había sido un éxito, aunque no saldría de la «Clínica Mayo» hasta finales de agosto. Maude se había instalado en un apartamento amueblado cerca del hospital. Jenny sabía que Erich era el que pagaba todas las facturas.
Ahora Erich cabalgaba en Fire Maid cuando acompañaba a las niñas con los ponis. Nunca le habló de Barón a Jenny. Esta se había enterado por Mark, de que Joe había persistido en su versión de que debía de haber mezclado el veneno con la avena, y de que afirmaba no tener la menor idea de lo que quería decir cuando habló acerca de haber visto a Jenny aquella noche…
Pero Jenny no necesitaba que Mark le dijese que nadie creía a Joe…
Erich trabajaba menos en la cabaña y más en la granja, con Clyde y los hombres. Cuando le preguntaba al respecto, su marido respondía:
—No estoy de humor para pintar.
Se mostraba amable con ella pero remoto. Jenny sentía siempre que la observaba. Por las noches, se sentaban en el salón y leían. Erich hablaba poco con ella, pero cuando Jenny alzaba la vista notaba que su marido bajaba los ojos, como si no quisiese ser pillado estudiándola.
Una vez a la semana, el sheriff Gunderson se dejaba caer por allí, aparentemente para charlar:
—Volvamos a la noche en que Kevin MacPartland se presentó por aquí, Mrs. Krueger.
O se dedicaba a especular:
—Joe alberga una gran admiración hacia usted, ¿verdad? La suficiente como para sentirse protector. ¿Le apetece hablar algo al respecto, Mrs. Krueger?
La sensación de que alguien estaba con ella por la noche en su cuarto seguía constante. La pauta era siempre la misma. Empezaba a soñar con que se encontraba en los bosques; algo avanzaba hacia ella, planeaba sobre ella; adelantaba la mano y sentía un largo cabello, el cabello de una mujer. El sonido suspirante se acercaba más. Luego tanteaba en busca de la luz y, cuando la encendía, se encontraba sola en el cuarto.
Finalmente, le contó al doctor Elmendorf lo de sus sueños.
—¿Cómo lo explica usted? —le preguntó el médico.
—No lo sé…
Titubeó.
—No, no es muy seguro… Siempre creo que es algo que tiene que ver con Caroline.
Le habló al médico de Caroline, le explicó que todas las personas próximas a ella parecían tener la sensación de su presencia.
—Supongo que su imaginación le está gastando algunas jugarretas. ¿Le gustaría que le buscase un asesor?
—No. Estoy segura de que tiene usted razón.
Comenzó a dormir con la luz del cuarto encendida y luego, con determinación, la apagó. La cama se encontraba a la derecha de la puerta. El macizo cabezal se apoyaba contra la pared norte. Un lado del lecho se hallaba cerca de la pared este de la estancia. Se preguntó si Erich le trasladaría la cama para situarla entre las ventanas de la pared sur. Allí le llegaría más luz de la luna. Y podría ver cuando no estuviese dormida. El rincón en que estaba situada la cama resultaba terriblemente oscuro.
Pero sabía muy bien de qué iba la cosa como para hacer semejante petición.
Una mañana, Beth preguntó:
—Mamá, ¿por qué no me hablaste cuando viniste anoche a mi habitación?
—No fui a verte, Ratoncita.
—¡Sí, claro que sí!
¿Sería sonámbula?
Los pequeños estremecimientos de su seno le parecían muy diferentes a las sólidas patadas que había sentido cuando Beth y Tina. «Que el bebé sea saludable —rogaba en silenciosa súplica—. Concede a Erich su hijo».
Las cálidas tardes del mes de agosto se disolvieron en unas noches frías. Los bosques adquirieron los primeros toques dorados.
—Será un otoño breve —le comentó Rooney—. Y para cuando caigan todas las hojas, habrá acabado la colcha. Y entonces podrá colgarla también en el comedor.
Jenny evitaba a Mark todo lo posible, quedándose en casa desde que entreveía la rubia aparcada cerca de la oficina. ¿Opinaría que era ella la que, deliberadamente, había puesto veneno en la comida de Barón? Jenny creía no poder resistirlo, si también se sentía acusada por él.
A principios de setiembre, Erich invitó a Mark y a Luke Garrett a cenar. Su marido le dijo con tono indiferente:
—Luke regresa a Florida hasta las vacaciones. No le he visto demasiado estos días. Emily vendrá también. Diré que se quede Elsa y cocine.
—No, ésa es la única cosa que puedo hacer.
La primera cena-fiesta desde la noche en que el sheriff Gunderson había llegado para hablarle de la desaparición de Kevin. Preveía con anticipación el hecho de ver de nuevo a Luke. Sabía que Erich acudía con regularidad a la granja Garrett. Se llevaba consigo a Tina y a Beth. Ya nunca concertaba con ella las salidas.
Se limitaba a anunciar:
—Me llevo a las niñas por la tarde para que no te molesten. Que descanses bien, Jen.
No es que desease ir. No quería correr el riesgo de ver a nadie de la ciudad. ¿Cómo la tratarían? ¿Le sonreirían por delante y hablarían a sus espaldas de lo que le había pasado?
Cuando Erich estaba fuera con las niñas, daba grandes paseos por la granja. Le gustaba caminar a lo largo del río y tratar de pensar en que el coche de Kevin se había despeñado sobre la orilla, exactamente al girar aquel recodo. Pasaba ante el cementerio. La tumba de Caroline tenía plantadas flores de verano.
Se veía anhelando deslizarse por los bosques para encontrar la cabaña de Erich. En una ocasión, se adentró en ellos unos cincuenta metros. Las gruesas ramas ocultaban el sol. Un zorro pasó ante ella, rozándole las piernas, persiguiendo a un conejo. Desconcertada, se dio la vuelta. Los pájaros que anidaban en las ramas de los árboles, lanzaron murmullos de protesta cuando pasó por debajo.
Encargó algunas ropas premamá a un catálogo de Dayton. «Casi siete meses de embarazo —pensó—, y mis propias ropas no me van demasiado ajustadas». Pero los nuevos blusones, pantalones y faldas exaltaron su espíritu. Recordó cuan cuidadosamente había comprado las cosas cuando estuvo embarazada de Beth. Y llevó las mismas prendas con Tina. Con respecto al bebé que debía llegar, Erich le había dicho:
—Encarga cuanto te apetezca.
La noche de la cena llevaba un vestido de seda color verde esmeralda, de dos piezas, con un collar de encaje blanco. Era algo sencillo pero bien cortado. Sabía que a Erich le agradaba que vistiese de color verde. Tenía algo que ver con sus ojos. Lo mismo que el camisón aguamarina…
Los Garrett y Emily llegaron juntos. Jenny decidió que parecía existir una nueva intimidad entre Mark y Emily. Se sentaron uno al lado del otro en el sofá. En un momento determinado, la mano de Emily se posó en el brazo de Mark. «Tal vez estén comprometidos», pensó. Y aquella posibilidad alzó en ella un fuerte sentimiento de dolor. ¿Por qué?
Emily realizó un visible esfuerzo por mostrarse complaciente. Pero resultaba difícil encontrar un terreno común entre ambas. Estuvo hablando de la feria del Condado.
—A pesar de lo mala que es, siempre disfruto. Y todo el mundo hablaba acerca de lo encantadoras que son tus hijas.
—Nuestras hijas —sonrió Erich—. Oh, a propósito, todos estaréis contentos al enteraros de que la adopción ya ha quedado ultimada. Las niñas son, legal y valederamente, unas Krueger…
Jenny había esperado eso, como es natural. ¿Pero desde cuándo lo sabía Erich? Hacía unas cuantas semanas que había dejado de preguntarle si le importaba que se llevase a las niñas. ¿Se debería ello a que ya fuesen «legal y valederamente unas Krueger»?
Luke Garrett estaba muy silencioso. Había elegido sentarse en el butacón de orejas. Al cabo de un rato, Jenny comprendió el porqué. Desde allí tenía una mejor visión del retrato de Caroline. Sus ojos raramente se apartaban de él. ¿Qué había querido decir con aquella advertencia acerca de accidentes?
La cena se desarrolló bien. Jenny preparó una sopa de tomate y mariscos según una receta que había encontrado en un libro de cocina antiguo.
Luke alzó las cejas.
—Erich, si no me equivoco ésta debe de ser la receta que tu abuela empleaba cuando yo era un muchacho. Excelente, Jenny…
Como para rectificar su silencio previo, Luke comenzó a recordar su juventud.
—Tu papá —le dijo a Erich— fue más íntimo mío durante su juventud, de lo que habéis sido nunca tú y Mark.
A las diez, se marcharon a sus casas. Erich ayudó a Jenny a despejar la mesa. Pareció complacido de la forma en que había transcurrido la velada.
—Parece que Mark y Emily están muy cerca de comprometerse —explicó Erich—. Luke se alegraría mucho. Tiene ganas de que Mark siente la cabeza.
—Yo también lo he pensado así —convino Jenny.
Trató de mostrarse complacida, pero sabía que su esfuerzo constituyó un fracaso.
*****
Octubre se volvió de repente muy frío. Violentos vientos despojaron a los árboles de sus galas otoñales; las heladas volvieron pardas las hierbas; la lluvia comenzó a ser muy fría. Ahora la estufa estaba encendida constantemente. Cada mañana, Erich encendía la estufa de la cocina. Beth y Tina acudían al desayuno arropadas en cálidas batas, previendo con ansia las primeras nieves.
Jenny raramente salía de la casa. Los largos paseos le resultaban ahora demasiado cansados, y el doctor Elmendorf le aconsejó en contra de ellos. Sufría de frecuentes calambres en las piernas y tenía miedo de caerse. Rooney acudía cada tarde a visitarla. Entre ellas habían confeccionado la canastilla del bebé.
—Nunca llegaré a coser de forma apropiada —suspiraba Jenny.
Pero incluso así, resultaba gratificador el hacer sencillos quimonos con la tela estampada que Rooney había encargado en la ciudad.
Fue Rooney quien mostró a Jenny el rincón del desván donde se encontraba la cuna de mimbre de los Krueger cubierta con sábanas.
—Le he hecho un nuevo faldón —comentó Rooney.
La actividad pareció haberla avivado y, durante un tiempo, no se mostró confusa.
—Colocaré la cuna en la antigua habitación de Erich —le dijo a Rooney—. No quiero trasladar a las niñas y los otros cuartos se encuentran demasiado lejos. Tendría miedo de no oír al bebé por la noche.
—Es lo que Caroline decía —se mostró de acuerdo Rooney—. Ya sabe que la habitación de Erich era una parte del dormitorio principal, una especie de nicho del mismo. Caroline colocó la cuna y el armario del bebé allí. A John no le gustaba que estuviese el bebé en su habitación. Decía que no era dueño de una casa grande para tener, que andar de puntillas alrededor de un niño. Por eso hicieron la partición.
—¿La partición?
—¿No le ha hablado nunca de eso Erich? La cama de usted solía estar en la pared sur. Detrás de la cabecera actual se encuentra el tabique corredero.
—Enséñamelo, Rooney.
Se dirigieron al piso de arriba, a la antigua habitación de Erich.
—No es raro que no lo pudiese abrir desde su lado a causa del cabezal —explicó Rooney—. Pero ahora verá.
Puso a un lado la mecedora de alto respaldo y luego señaló un tirador que se encontraba empotrado en el papel de la pared.
—Ahora vamos a ver si funciona.
Sin hacer ruido, el panel se deslizó.
—Caroline lo había hecho así para que, cuando Erich fuese mayor, pudiesen incomunicarse las dos habitaciones. Mi Clyde construyó el tabique y Josh Brothers le ayudó. ¿No le parece un buen trabajo? ¿Se hubiera imaginado alguna vez que se encontraba aquí?
Jenny se quedó de pie en la abertura. Se hallaba detrás de la cabecera de su cama. Se inclinó hacia delante. Aquélla era la razón de que sintiese una presencia, de que alargase las manos y tocase una cara. Recordó la sensación constante de un largo cabello. Si se le quitaba a Rooney el recto moño, seguramente su cabello sería muy largo.
—Rooney —trató de decir indiferentemente—, ¿acudes alguna vez a esta habitación y abres la partición por la noche? ¿Tal vez te me quedas mirando?
—No creo que lo haga. Pero, Jenny…
Rooney acercó los labios al oído de Jenny:
—No se lo quiero decir a Clyde porque creería que estoy loca. A veces, me asusta. Habla acerca de trasladarme de aquí por mi propio bien. Pero, Jenny, he visto a Caroline andar de noche por la granja durante estos últimos meses. En una ocasión, la seguí aquí, hasta la casa, y subió por las escaleras de atrás. Ése es el motivo de que siga pensando que si Caroline es capaz de regresar, tal vez mi Arden vuelva por aquí muy pronto también.