Cuando Erich estaba a punto de irse a San Francisco, decidió llevarse el «Cadillac» al aeropuerto y dejarlo allí.
—¿O quieres emplearlo tú mientras tanto, cariño?
¿Se percibía un retintín en aquella pregunta? La última vez que Erich se fue había usado el coche para reunirse con Kevin.
—No lo quiero —le respondió en voz baja—. Elsa puede traerme todo lo que necesite.
—¿Estás bien de vitaminas?
—Tengo muchísimas…
—Si no te sientes bien, Clyde te llevará al doctor.
Se encontraban ya en la puerta.
—Niñas —las llamó Erich—, venid a dar un beso a papá…
Corrieron hacia él.
—Tráeme un regalo —le rogó Beth.
—Y a mí también —coreó Tina.
—Oh, Erich, antes de irte dile a las niñas que no quieres que monten en los ponis hasta que te encuentres de vuelta…
—¡Papá!
Se produjeron dos quejidos de protesta.
—Oh, no lo sé… Joe se presentó ante mí para disculparse. Dice que sabe que ha estado equivocado… Que incluso va a regresar a su casa. Me parece que será correcto dejarle sacar a las niñas. Pero procura estar tú con ellas en todo momento, Jen.
—Más bien preferiría no estar —respondió ella taxativamente.
—¿Existe alguna razón?
Sus cejas se enarcaron.
Pensó en lo que Mark le había dicho. Pero no había forma de que pudiera discutirlo con Erich.
—Si estás conforme con que es seguro…
Erich la rodeó con sus brazos.
—Te echaré de menos.
—Y yo también a ti…
Jenny le acompañó hasta el coche. Clyde había sacado el vehículo del garaje. Joe le estaba sacando brillo con una bayeta. Rooney se encontraba cerca, preparada para ir a coser con Jenny. Mark se había aproximado para decir adiós.
—Te llamaré tan pronto como me instale en el hotel —le dijo Erich a Jenny—. Eso será sobre las diez, hora de aquí…
Aquella noche, Jenny permaneció tumbada en la cama esperando la llamada telefónica. «Esta casa es demasiado grande —pensó—. Cualquiera puede entrar por la puerta delantera, por la puerta occidental, por la puerta trasera, subir por las escaleras de atrás y jamás oiría a quien fuese. Las llaves están colgadas en la oficina. Por la noche la cierran, pero durante el día, la oficina está vacía. ¿Y si suponemos que alguien toma una llave de la casa, hace un duplicado y luego devuelve la primera llave a la oficina? Nadie se enteraría de ello».
«¿Por qué me estoy preocupando de ello ahora?», se preguntó.
Era precisamente aquel sueño, aquel sueño recurrente de tocar carne, de sus dedos deslizándose por una mejilla, por una oreja, por el cabello. Ahora sucedía todas las noches. Y siempre era el mismo. El pesado olor a pino, la sensación de una presencia, el toqueteo, y luego un suspiro reprimido. Y siempre, cuando encendía la luz, la habitación se encontraba vacía.
Si pudiese hablar con alguien al respecto… ¿Pero quién? El doctor Elmendorf le habría sugerido que viese a un psiquiatra. Ella estaba segura de esto. «Eso es todo lo que Granite Place necesitaría —pensó—. Que la mujer de Krueger fuese ahora a que le examinaran la cabeza».
Aún no eran las diez. El teléfono sonó. Lo descolgó con rapidez.
—Diga…
La línea se quedó muda. No, podía oír algo. No una respiración, pero algo…
—Diga…
Sintió que comenzaba a temblar.
—Jenny…
La voz era un susurro.
—¿Quién es?
—¿Jenny, estás sola?
—¿Quién es?
—¿Has conseguido ya algún otro amiguito de Nueva York, Jenny? ¿No le gusta nadar?
—¿De qué está hablando?
Ahora la voz hizo un estallido, un chillido, un grito, algo a medias risa y a medias sollozo, irreconocible.
—Puta. Asesina. Sal de la cama de Caroline. Sal de ella ahora mismo…
Colgó con violencia el teléfono. «Oh, Dios mío, ayúdame». Se llevó las manos a las mejillas, sintiendo un tic bajo el ojo. «Oh, Dios mío».
El teléfono sonó. No voy a descolgarlo. No quiero…
Cuatro veces, cinco veces, seis veces. Dejó de sonar. Comenzó a llamar de nuevo. «Erich —pensó—. Son ya pasadas las diez…». Descolgó el receptor.
—Jenny…
La voz de Erich reflejaba preocupación.
—¿Qué te ocurre? He llamado hace unos minutos y el teléfono comunicaba. Y luego no respondía nadie. ¿Estás bien? ¿Con quién hablabas?
—No lo sé. Sólo se trataba de una voz.
Ahora, su propia voz era histérica.
—Pareces trastornada. ¿Qué te ha dicho el que te ha llamado?
—No… pude captar… bien las palabras…
Le era imposible contárselo.
—Comprendo…
Una larga pausa y luego, en tono resignado, Erich añadió:
—No debemos discutirlo ahora…
—¿A qué te refieres con eso de no discutirlo?
Conmocionada, Jenny escuchó el chillido de su propia voz. Sonaba exactamente igual que el que la había llamado.
—Quiero discutirlo… Escucha, escucha lo que decían.
Sollozando, se lo contó.
—¿Quién me puede acusar así? ¿Quién puede odiarme tanto?
—Cariño, cálmate, por favor…
—Pero, Erich…, ¿quién?
—Cariño, piensa… Naturalmente, debe de tratarse de Rooney.
—¿Pero, por qué? Yo le gusto a Rooney…
—Tal vez tú le agrades, pero ella amaba a Caroline… Quiere que Caroline regrese y, cuando se trastorna, te considera una intrusa. Cariño, ya te previne acerca de ella. Jenny, por favor, no llores… Todo saldrá bien… Cuidaré de ti… Siempre velaré por ti…
*****
En algún momento durante aquella larga e insomne noche, comenzaron los calambres. Al principio, fueron unos intensos dolores en el abdomen. Luego dieron inicio a algo sin pauta fija. A las ocho, telefoneó al doctor Elmendorf.
—Será mejor que venga por aquí —le contestó el médico.
Clyde había salido temprano para una subasta de ganado y se llevó a Rooney.
No se atrevía a pedirle a Joe que la llevase en coche. Había media docena de hombres más en la granja, los que acudían a trabajar cada día por la mañana y volvían a sus casas por la noche. Conocía sus nombres y sus rostros, pero Erich siempre la había puesto en guardia de «no tener familiaridades».
Por lo tanto, tampoco quería pedírselo a ninguno de ellos. Llamó a Mark y se lo explicó:
—¿Por casualidad…?
Su respuesta fue rápida…
—No hay el menor problema. Si no te importa aguardar a que cierre la oficina para traerte de vuelta. O mejor aún, mi padre lo hará. Acaba de llegar de Florida. Se quedará conmigo la mayor parte del verano.
El padre de Mark, Luke Garrett. Jenny estaba ansiosa por conocerle.
Mark llegó a buscarla a las nueve y cuarto. La mañana era cálida y neblinosa. Sería un día muy caluroso. Jenny se acercó a su armario para ver qué podía ponerse, y se percató de que todas las nuevas ropas que Erich le había comprado cuando se casaron eran de invierno. Trasteó hasta encontrar un vestido de algodón de su último año en Nueva York. Al ponérselo, se encontró de nuevo ella misma de una forma peculiar. El vestido de dos piezas y de cuadritos rosa era de «Albert Capraro», uno que había comprado en las rebajas de final de temporada. La suave y amplia falda le quedaba sólo un poco ajustada en la cintura y la parte baja de la chaqueta ocultaría su delgadez.
El coche de Mark era un rubia «Chrysler» que ya tenía cuatro años. Su bolso fue arrojado en la parte trasera. Un montón de libros aparecían esparcidos al lado del asiento. El coche tenía aspecto de confortable desorden.
Era la primera vez en que, realmente, se había encontrado a solas con Mark. «Apuesto que incluso los animales saben, instintivamente, que facilita las cosas cuando está por ahí», pensó. Y se lo contó exactamente así.
Mark se la quedó mirando.
—Me gustaría pensar lo mismo. Y confío en que Elmendorf esté teniendo el mismo efecto sobre ti. Es un buen médico. Jenny. Puedes confiar en él.
—Lo haré…
Condujo despacio por la carretera directa que pasaba delante de la granja y llevaba a Granite Place. «Hectárea tras hectárea de tierras de Krueger —pensó—. Todos esos animales paciendo en los campos… Ganado Krueger de calidad. Y yo que realmente había visualizado una placentera granja y algunos maizales. Nunca lo comprendí».
Mark comentó:
—No sé si te has enterado de que Joe va a regresar con su madre.
—Erich me lo contó.
—Es lo mejor que puede pasar. Maude es una mujer muy despierta. La bebida hace estragos en esa familia. Siempre ha mantenido a Joe con las riendas muy cortas.
—Creía que su hermano había empezado a beber a causa del accidente…
—Lo dudo. Oí a mi padre y a John Krueger hablar después de ello. John siempre decía que Josh Brother había estado bebiendo aquel día. Tal vez el accidente fue su excusa para beber de forma abierta…
—¿Me perdonará alguna vez Erich por todas esas habladurías? Están destruyendo nuestro matrimonio.
No había esperado plantear aquella pregunta. La oyó salir de sus propios labios planos y exangües. ¿Se atrevería a contarle a Mark lo de la llamada telefónica, y sobre la respuesta que había dado Erich al respecto?
—Jenny…
Se produjo un largo silencio después de que Mark comenzase a hablar. Jenny ya se había percatado de que su voz tenía tendencia a hacerse profunda, en los momentos en que estaba particularmente enfrascado en lo que decía:
—Jenny, no puedo decirte qué persona tan diferente es Erich desde el día que regresó aquí después de casarse contigo. Siempre ha sido un solitario. Siempre ha pasado un montón de tiempo en aquella cabaña. Y ahora, naturalmente, comprendemos por qué. Pero incluso así… lo retrata… Dudo que John Krueger llegase a besar a Erich cuando éste era niño. Caroline era una persona que te acogía, que te daba un beso cuando entrabas, hacía correr los dedos por tu pelo cuando hablaba contigo. Las personas de por aquí no son así. No somos muy expresivos de cara al exterior. Me acuerdo que mi padre se burlaba de ella por aquel calor latino que albergaba… ¿Puedes imaginarte qué pudo representar para Erich el enterarse de que estaba planeando abandonarle? No es extraño que estuviese tan trastornado con el asunto de tu anterior marido. Dale, simplemente, tiempo. Las habladurías terminarán. El mes que viene la gente tendrá algo más al que echarle el diente…
—Lo planteas de una forma tan fácil…
—No es que sea fácil, pero tal vez no sea tan malo como piensas.
La dejó en la consulta del médico.
—Esperaré sentado aquí afuera y aprovecharé para leer algo. No creo que tardes demasiado…
El tocólogo no se anduvo con rodeos.
—Ha tenido falsos dolores de parto, y ciertamente es algo que no me gusta en este estadio. ¿Se ha esforzado en demasía?
—No.
—Ha perdido más peso.
—No puedo, simplemente, comer.
—Por la seguridad del niño, debe usted intentarlo. Leches malteadas, helados, meter dentro lo que sea. Y permanezca de pie el menor tiempo posible. ¿Está preocupada por algo?
«Sí, doctor —deseó decirle—, estoy preocupada porque no sé quién me telefonea cuando mi marido se encuentra fuera. ¿Está Rooney más enferma de lo que me había dado cuenta? ¿Y qué me dice de Maude? Tiene resentimiento hacia los Krueger, y particularmente contra mí. ¿Quién más conoce los momentos en que Erich se encuentra ausente?».
—¿Está preocupada por algo, Mrs. Krueger? —repitió.
—Realmente, no…
Le contó a Mark todo lo que el doctor había dicho. El brazo de él se hallaba colgando por la parte posterior del asiento. «Es tan grande —pensó—, tan irresistible y confortablemente varonil». No se lo imaginaba estallando en un acceso de furia. Había aguardado leyendo. Ahora arrojó el libro a los asientos de atrás y puso en marcha el coche.
—Jenny —le sugirió—, ¿no tendrías una amiga, una prima o alguien así que pudiese venir un par de meses para hacerte compañía? Pareces estar tan sola aquí… Creo que eso ayudaría a que no pensases siempre en cosas…
«Fran», pensó Jenny. Le acometieron unos grandes deseos de que Fran pudiese venir aquí a visitarla. Pensó en las encantadoras veladas que habían pasado juntas, mientras Fran le comentaba cosas acerca de su último novio. Pero a Erich le desagradaba Fran terriblemente. Incluso le había dicho que se asegurase de que Fran no viniese a visitarla. Jenny pensó en alguna de las otras amigas. Ninguna de ellas podía permitirse gastar los cerca de cuatrocientos dólares que costaba el billete del avión para una visita de fin de semana. Tenían empleos y familiares.
—No —contestó—, no tengo a nadie que pueda venir.
La granja Garrett se encontraba en el extremo norte de Granite Place.
—Somos una briznita en comparación con Erich —explicó Mark—. Poseemos unas trescientas hectáreas. Y yo tengo mi clínica, exactamente en la propiedad.
La hacienda era igual que la que se había imaginado que Erich tendría. Grande y blanca, con postigos negros y un amplio porche frontal.
El salón tenía estantes de libros alineados en las paredes. El padre de Mark se hallaba allí leyendo en un butacón. Alzó la vista cuando entraron. Jenny observó una expresión de perplejidad en su rostro.
Era también un hombre grandote, con anchos hombros. El recio cabello era ahora totalmente blanco, pero su raya se encontraba en el mismo sitio que en el cabello de su hijo. Sus gafas de leer acentuaban los ojos azul gris, y las pestañas eran de un color gris blanco. Las de Mark eran oscuras. Pero los ojos de Luke tenían aquella misma expresión burlona.
—Tú debes de ser Jenny Krueger.
—Eso es…
A Jenny, Luke le gustó al instante.
—No es de extrañar que Erich…
Se calló.
—Estaba ansioso por conocerte. Confié en tener esa oportunidad cuando estuve aquí a finales de febrero.
—¿Estuviste aquí en febrero?
Jenny se dio la vuelta hacia Mark.
—¿Por qué no trajiste a tu padre?
Mark se encogió de hombros.
—Erich lanzó más bien indirectas respecto de que estabais en casa pasando la luna de miel. Jenny, sólo me quedan diez minutos antes de que se abra la clínica. ¿Qué te gustaría? ¿Té? ¿Café?
Mark desapareció en la cocina y Jenny se quedó a solas con Luke Garrett. Se sintió como observada por el consejero de la escuela, como si de un momento a otro pudiese preguntarle: «¿Cómo le van los cursos? ¿Está contenta con sus maestros?».
Ella se lo contó así…
Luke sonrió.
—Tal vez te esté analizando. ¿Cómo van las cosas?
—¿De cuánto te has enterado?
—¿Del accidente? ¿De la investigación?
—Pues sí que estás al corriente…
Jenny alzó las manos como si quisiese alejar un peso que tuviese encima.
—No puedo echar la culpa a la gente por pensar lo peor… Mi abrigo estaba en el coche. Una mujer que llamó al teatro «Guthrie», desde nuestro teléfono, aquella tarde… Sigo pensando que existe una explicación razonable, y una vez la encuentre todo quedará de nuevo en orden…
Titubeó, pero luego se decidió a no discutir con él lo de Rooney. Si Rooney había efectuado aquella llamada telefónica anoche, en uno de sus ataques, probablemente ya lo habría olvidado. Y Jenny no deseaba repetir lo que había dicho la persona que llamó.
Mark entró de nuevo seguido por una mujer baja y fornida que llevaba una bandeja. El cálido y seductor aroma del café le recordaron a Jenny los grandes éxitos de pastelería de Nana, aquel agradable pastel de café… Una oleada de nostalgia la hizo parpadear para tratar de contener las lágrimas.
—No eres muy feliz aquí, ¿no es verdad, Jenny? —le preguntó Luke.
—Esperaba serlo. Puedo serlo —repuso ella con total honestidad.
—Eso es, exactamente, lo que Caroline decía —comentó con suavidad Luke—. ¿Te acuerdas, Mark, cuando llevó sus maletas al coche aquella última tarde?
Un rato después, Mark salió hacia su clínica y Luke llevó a Jenny en coche a casa. Parecía silencioso y distraído y, al cabo de unos cuantos esfuerzos por sostener la conversación, Jenny también permaneció en silencio.
Luke hizo maniobrar la rubia por la entrada principal y luego dieron un rodeo hacia la entrada occidental. Jenny vio que los ojos de Luke se quedaban fijos en la mecedora del porche.
—El problema —dijo de repente— es que este lugar no ha cambiado. Si sacaras una foto de esta casa y la compararas con otra que tuviera treinta años, serían idénticas. No se ha añadido nada, no se ha renovado nada, no se ha quitado nada… Tal vez ésa sea la razón de que todos los de aquí tengan la misma sensación respecto de la presencia de Caroline, como si la puerta pudiese abrirse y ella salir corriendo, siempre alegre de verte, siempre instándote a que te quedases a cenar. Después de que la madre de Mark y yo nos divorciásemos, Caroline tuvo mucho tiempo a Mark aquí. Caroline fue una segunda madre para él…
—¿Y para ti? —le preguntó Jenny—. ¿Qué era Caroline para ti?
Luke la miró con unos ojos que, de repente, parecieron angustiados.
—Todo cuanto siempre he deseado en una mujer.
Se aclaró de repente la garganta, como si temiese haber revelado demasiado de sí mismo. Cuando Jenny salió del coche, le dijo:
—Cuando Erich regrese, prométeme que acudirás a cenar con Mark…
—Disfrutaré mucho con ello, Jenny. ¿Seguro que lo tienes ya todo?
—Sí.
Jenny echó a andar hacia la casa.
—Jenny —la llamó.
La mujer se dio la vuelta. El rostro de Luke estaba lleno de dolor.
—Perdóname. Pero es que te pareces tanto a Caroline… Es algo que asusta… Jenny, ten cuidado. Ten cuidado con los accidentes…