Erich se presentó exactamente cuando el sol comenzaba a lanzar sus inclinados rayos a través de los campos. Jenny había decidido que, pasase lo que pasase, había llegado el momento de hablarle del bebé.
Erich hizo las cosas inesperadamente fáciles. Había traído unos lienzos de la cabaña, aquellos que planeaba exponer en San Francisco.
—¿Qué te parecen? —le preguntó a Jenny.
No había nada en su voz o en sus modales que sugiriesen la conversación que había mantenido aquella mañana con el sheriff Gunderson.
—Son maravillosos, Erich.
¿Debo decirle lo que ha declarado Joe? ¿Debería esperar? Cuando vaya a ver a un médico, tal vez averigüe si unos accesos de amnesia son normales en las mujeres embarazadas.
Erich la estaba mirando con curiosidad.
—¿Te gustaría ir a San Francisco conmigo, Jenny?
—Hablaremos de ello después.
Erich la rodeó con sus brazos.
—No tengas miedo, cariño. Cuidaré de ti. Hoy, cuando Gunderson te acosaba, me percaté de que, sucediera lo que sucediese aquella noche, tú eres toda mi vida. Te necesito.
—Erich, me encuentro tan confundida…
—¿De qué se trata, cariño?
—Erich, no recuerdo haber salido con Kevin, pero Rooney no mentiría…
—No te preocupes. No resulta una testigo fiable. Eso es buena cosa. Gunderson me contó que reabriría la investigación en un santiamén si Rooney fuese un testigo de confianza.
—¿Quieres decir que, si alguien más se presenta y alega haberme visto entrar en aquel coche, volverían a abrir la investigación y tal vez me acusarían de asesinato?
—No hay necesidad de hablar de ello. No hay ningún otro testigo…
«Oh, sí, lo hay», pensó Jenny. ¿Habría entreoído hoy alguien a Joe? Había hablado muy alto. La madre de Joe estaba empezando a preocuparse de que Joe, al igual que su tío, tuviese tendencia a beber. «¿Y si suponemos que se encuentra en un bar, y hace una confidencia a alguien respecto de haberla visto en el coche con Kevin?».
—¿Cómo puedo haberme olvidado de haber salido? —le preguntó a Erich.
Este la rodeó con sus brazos. Sus manos le acariciaron el cabello.
—Puede haberse tratado de una experiencia traumatizante. Tu abrigo había desaparecido. Él tenía tu llave en la mano cuando le encontraron. Tal vez, como ya te sugerí, Kevin se extralimitó contigo y te quitó la llave. Quizá te resististe. El coche empezó a moverse. Y conseguiste saltar antes de que se precipitara contra la ribera del río.
—No lo sé —replicó Jenny—. No puedo creerlo.
Más tarde, cuando llegó ya la hora de ir al piso de arriba, Erich dijo:
—Hoy puedes ponerte el camisón aguamarina, cariño.
—No puedo.
—¿Que no puedes? ¿Por qué?
—Me queda demasiado pequeño. Voy a tener un bebé…
Kevin había respondido, alicaído, la primera vez en que le confesó que creía encontrarse embarazada:
—Diablos, Jen, no podemos hacer frente a una cosa así. Debes desembarazarte de él…
Pero ahora Erich gritó de alegría:
—¡Cariño mío! Oh, Jen, ésa es la razón de que tengas tan mal aspecto. Oh, amorcito… ¿Será un chico?
—Estoy segura de que lo es —se echó a reír Jenny, saboreando aquella momentánea liberación de su ansiedad—. Me está dando más problemas, en sólo tres meses, de los que las dos niñas me proporcionaron en nueve…
—Tendremos que llevarte a un buen médico. Mi hijo… ¿Te importaría que le pusiese el nombre de Erich? Es una tradición familiar…
—A mí también me gusta…
Mientras la rodeaba con sus brazos en el sofá, toda la desconfianza entre ambos parecía olvidada.
—Jen, hemos tenido un mal comienzo. Vamos a dejar atrás toda esta miseria. Daremos una gran fiesta en cuanto regrese de San Francisco. No deberías viajar ahora, si es que no te encuentras bien, ¿no te parece? Nos enfrentaremos a toda la comunidad. Seremos una auténtica familia. La adopción quedará completada hacia el verano. Lo siento por MacPartland, pero, por lo menos, ya no constituirá una amenaza. Oh, Jen…
«Ya no será una amenaza… —pensó Jenny—. ¿Debo hablarle de Joe? No, ésta es la noche del bebé».
Finalmente, subieron al dormitorio. Erich ya se encontraba en la cama cuando ella salió del cuarto de baño.
—He echado mucho de menos el no dormir contigo, Jen —le dijo—. He estado tan solo…
—Yo también me encontraba muy sola.
La intensa relación física entre ellos, aumentada y estimulada por la separación, la ayudó a olvidar aquellas semanas de sufrimiento.
—Te amo, Jenny. Te amo tanto…
—Erich, pensé volverme loca al sentirme tan distanciada de ti…
—Lo sé… Oye…
—Dime, cariño.
—Estoy ansioso por ver a quién se parece el bebé…
—Vaya, confío en que se parezca a ti… Que sea igual que tú…
—Yo también lo espero…
Su respiración se hizo regular.
Jenny comenzó a deslizarse en el sueño, pero luego sintió que le echaban encima agua helada. «Oh, Dios mío, Erich no puede dudar de que es el padre del bebé, ¿verdad? Claro que no…». Sólo era que sus nervios estaban tan excitados… Todo la sobresaltaba. Pero la forma en que lo había planteado…
Por la mañana, Erich comentó:
—Te he oído llorar en sueños anoche, cariño…
—Pues no me he dado cuenta de ello…
—Te amo, Jenny.
—Amar es confiar, Erich. Por favor, querido, recuerda que el amor y la confianza van siempre de la mano.
*****
Tres días después, Erich la llevó a un tocólogo de Granite Place. Cuando Jenny conoció al doctor Elmendorf, le gustó al instante. Podría tener entre cincuenta y sesenta y cinco años, era pequeño y calvo, pero con unos ojos que reflejaban sapiencia.
—¿Ha tenido pérdidas, Mrs. Krueger?
—Sí, pero eso ya me sucedió en las dos veces anteriores y me encontré muy bien.
—¿Perdió usted tanto peso al principio de sus dos primeros embarazos?
—No.
—¿Ha sido siempre anémica?
—No.
—¿Hubo complicaciones en su nacimiento?
—No lo sé. Fui adoptada. Mi abuela nunca me mencionó nada. Nací en la ciudad de Nueva York. Eso es cuanto sé de mis antecedentes familiares.
—Comprendo. Pues tendremos que ayudarla. Soy consciente de que ha pasado por un gran esfuerzo.
«Qué forma más delicada de plantearlo», pensó Jenny.
—Empezaré con vitaminas. Y nada de levantar cosas ni empujar, ni tirar de nada. Debe descansar lo máximo posible.
Erich estaba sentado a su lado. Alargó la mano en busca de la de su mujer y se la acarició.
—La cuidaré muy bien, doctor.
Los ojos del médico se posaron en Erich de forma especulativa.
—Me parece que sería mejor que se abstuviese de relaciones maritales, por lo menos, durante el próximo mes y, posiblemente, durante todo el embarazo si las pérdidas continúan. ¿Sería eso un problema?
—Nada constituye un problema si significa que Jenny podrá tener un niño saludable.
El médico asintió aprobadoramente.
«Pero claro que es un problema —pensó alicaída Jenny—. Verá, doctor, nuestras relaciones maritales nos concedían los únicos momentos en los que éramos, simplemente, dos personas que se aman y que se desean la una a la otra, con lo cual conseguiríamos cerrar la puerta a los celos, a las sospechas y a las presiones exteriores…».