Jenny se despertó entre una brillante luz del sol, e instantáneamente recordó lo que había sucedido. «Un mal sueño —pensó—, una pesadilla». Incómoda, apagó la lamparilla de la mesita de noche y saltó de la cama.
El tiempo, al fin, se estaba despejando. Se quedó ante la ventana, mirando hacia los bosques. Los árboles constituían una masa de brotes abiertos. Desde el gallinero, podía oír el estridente cacareo de los gallos más atrevidos. Tras abrir las ventanas, se puso a escuchar los sonidos de la granja, sonriendo al oír a los terneritos que llamaban a sus madres.
Naturalmente que había sido una pesadilla. Incluso así, aquel vívido recuerdo la hizo sudar, un sudor frío y pegajoso. Había parecido tan real, aquella sensación de tocar un rostro… ¿Sufriría de alucinaciones?
Y el sueño de encontrarse en el coche con Kevin, forcejeando con él. ¿Habría telefoneado a Kevin? Aquel día se había encontrado tan trastornada pensando en lo que diría Erich en su cena de cumpleaños, percatándose de que Kevin podría destruir su matrimonio. ¿Se habría olvidado de haber llamado a Kevin, solicitando verle?
La conmoción cerebral a causa del accidente. El doctor le había prevenido que se tomase muy en serio futuros dolores de cabeza.
Se duchó, se recogió el pelo en un moño en lo alto de la cabeza, se puso unos téjanos y un pesado suéter de lana. Las niñas aún no se habían despertado. Tal vez si se mantenía en calma, sería capaz de tomarse algo para desayunar. Por lo menos, debía de haber perdido cinco kilos en aquellos tres meses. Sería malo para el bebé que estaba en camino…
En cuanto colocó la tetera, vio la cabeza de Rooney pasar ante la ventana. Aquella vez, Rooney llamó.
Los ojos de Rooney se hallaban despejados y su rostro compuesto.
—Tenía que verla…
—Siéntate, Rooney. ¿Café, o té?
—¡Jenny!
Ese día Rooney no tenía distracciones de ninguna clase.
—Te he lastimado, pero trataré de enmendarme…
—¿Y cómo me has lastimado?
Los ojos de Rooney se llenaron de lágrimas.
—Me estaba empezando a encontrar mucho mejor al estar aquí contigo. Una muchacha joven y bonita con la que hablar, enseñarla a coser. Eso me hacía tan feliz… Y no te echo la culpa en lo más mínimo por reunirte con él. Resulta muy difícil vivir con los hombres Krueger. Caroline ya lo descubrió. Por lo tanto, lo comprendo. Y nunca más hablaré de ello, nunca más…
—¿Hablar acerca de qué? Rooney, no hay ningún motivo para estar tan trastornada…
—Sí que lo hay, Jenny, sí que lo hay. Anoche tuve uno de mis accesos. Ya sabes que no suelo hablar, pero esta vez le conté a Clyde cómo vine aquí para mostrarte la pana azul, aquel lunes por la noche, después del aniversario de Caroline, para ver si te gustaba el color. Era ya muy tarde. Casi las diez. Como estábamos tan cerca del aniversario, me encontraba intranquila. Y pensé que sólo me acercaría y observaría si tenías encendida la luz de la cocina. Y en aquel momento, entraste en el coche blanco. Te vi entrar… Te vi conducir el coche con él, en dirección a la carretera del río, pero, te lo juro, Jenny, que nunca planeé contarlo. No podía lastimarte.
Jenny rodeó con sus brazos a la temblorosa mujer.
—Ya sé que no querías lastimarme.
«Así que me fui con Kevin —pensó—. Me fui con él. No, no puedo creer eso. No puedo creérmelo».
—Y Clyde me dijo que era su obligación contárselo a Erich y al sheriff —sollozó Rooney—. Esta mañana le dije a Clyde que me equivoqué, que lo había confundido todo, pero Clyde me respondió que recuerda haberse despertado aquella noche, y que yo acababa de entrar con el tejido debajo del brazo, y que se puso histérico porque yo hubiese salido… Que hablaría con Erich y con el sheriff. Jenny, voy a mentir por ti. No me importa. Pero te estoy causando problemas.
—Rooney —replicó Jenny cuidadosamente—, trata de comprender. Creo que estás equivocada. Aquella noche me encontraba en la cama. Nunca le pedí a Kevin que viniese aquí. No estarías mintiendo si les dijeses que te equivocaste. Eso te lo prometo…
Rooney suspiró.
—Ahora me gustaría tomarme ese café. Te quiero, Jenny. A veces, cuando estás aquí puedo empezar a creer que a lo mejor Arden nunca regresará, y que lo superaré algún día.
*****
Era ya avanzada la mañana, cuando llegaron juntos a la casa, tanto el sheriff como Erich y Mark. ¿Por qué Mark?
—¿Sabe por qué estamos aquí, Mr. Krueger?
Jenny escuchó con atención. Estaban hablando acerca de alguien más, alguien al que ella no conocía y que había sido visto entrando en el coche y conduciéndolo.
Erich ya no parecía enfadado, sólo entristecido.
—Aparentemente, Rooney trata ahora de retractarse de su declaración, pero no pudimos reservarle esta información al sheriff Gunderson.
Ahora Erich se inclinó sobre ella, le puso las manos en la cara y le acarició el cabello.
Jenny se preguntó por qué se sentía como si estuviera siendo desnudada en público.
—Cariño —prosiguió Erich—, éstos son tus amigos. Cuéntales la verdad.
Jenny alargó la mano, agarró las de él y las apartó de su rostro. De otro modo, se habría ahogado…
—He dicho la verdad, tal y como la conozco —explicó.
—¿Ha tenido ataques de alguna clase, Mrs. Krueger?
La voz del sheriff no era muy amable.
—Una vez tuve una conmoción cerebral.
Brevemente, les explicó lo del accidente. Durante todo el tiempo, fue consciente de los ojos de Mark Garrett que la estudiaban. «Probablemente, cree que me estoy inventando todo esto», pensó.
—Mrs. Krueger, ¿estaba aún enamorada de Kevin MacPartland?
«Qué pregunta más terrible para plantearla delante de Erich —pensó Jenny—. Y qué humillante es todo esto para él. Si pudiese irme. Llevarme a las niñas. Dejarle para que viva su propia vida…».
Pero llevaba en sí misma un hijo de él. Erich amaría a su vástago. Sería un chico. Estaba segura de ello.
—No, de la forma en que doy por sentado que usted quiere decir —replicó.
—¿Y no es cierto que usted mostró en público afecto hacia él, hasta el punto de que las camareras y dos clientes de la «Groveland Inn» quedaron conmocionadas?
Durante un momento, Jenny creyó que se echaría a reír.
—Se conmocionan con facilidad… Kevin me besó cuando me fui. Yo no le besé a él.
—Tal vez debí preguntárselo de otra manera, Mrs. Krueger. ¿No quedó usted más bien trastornada al ver que aparecía su ex marido? ¿No constituía una amenaza para su matrimonio?
—¿Qué quiere usted decir?
—Inicialmente, declaró usted a Mr. Krueger que era viuda. Mr. Krueger es un hombre rico. Está en trámites para adoptar a sus niñas. MacPartland podía arruinar su bonito proyecto.
Jenny se quedó mirando a Erich. Estaba a punto de decir que los documentos de adopción demostrarían que Kevin los había firmado, que Erich estaba enterado de la entrevista de Kevin antes del matrimonio de ellos dos. Pero ¿de qué serviría? Esto ya era suficientemente difícil para Erich, sin que sus amigos y vecinos supieran que, de forma deliberada, les había mentido. Evadió una pregunta tan directa.
—Mi marido y yo estábamos completamente de acuerdo. No deseábamos que Kevin se presentase en la casa y trastornase a las niñas.
—Pero la camarera le oyó decirle a usted que no iba a renunciar, que no permitiría que siguiese el proyecto de adopción. Le escucharon decir: «Te prevengo, Kevin». Por lo tanto, constituía una amenaza para su matrimonio, ¿no es así, Mrs. Krueger?
¿Por qué Erich no la ayudaba? Miró hacia él y observó su rostro fosco de ira.
—Sheriff, creo que esto ha llegado demasiado lejos —manifestó Erich con firmeza—. Nada podría nunca trastornar nuestro matrimonio, y ciertamente no Kevin MacPartland, vivo o muerto. Todos sabemos que Rooney está mentalmente enferma. Mi esposa niega haberse encontrado en aquel coche. ¿Está preparado para presentar formalmente una acusación? Si no es así, le pido que deje de acosar a mi esposa…
El sheriff asintió.
—Muy bien, Erich. Pero tengo que prevenirte. Existe la posibilidad de que la investigación se abra de nuevo.
—Si es así, haremos frente a eso…
Hasta cierto punto la había defendido. Jenny se percató de que había quedado sorprendida por su desenvuelta actitud. ¿Había comenzado a resignarse a la notoriedad?
—No estoy diciendo que lo será… No estoy seguro de que el testimonio de Rooney cambiase o no las cosas. Hasta que Mrs. Krueger no empiece a recordar con exactitud lo sucedido, no llegaremos más lejos que hasta ahora. No creo que hubiese muchas dudas en la mente de cualquier jurado, respecto de que, en algún momento, se encontró en aquel coche.
Erich acompañó al sheriff hasta su vehículo. Permanecieron de pie unos momentos profundamente enfrascados en su conversación.
Mark se quedó con ella.
—Jenny, me gustaría concertarte una consulta con un médico.
Su rostro reflejaba profunda preocupación. ¿Era por ella, o por Erich?
—¿Puedo dar por supuesto que con un psiquiatra?
—No, con un buen doctor de Medicina General de la vieja escuela. Conozco uno en Waverly. No tienes buen aspecto. Todo esto ha constituido una prueba para ti.
—Me parece que resistiré un poco más, pero gracias.
Tenía que salir de la casa. Las niñas estaban jugando en su habitación. Se dirigió al piso de arriba a verlas.
—Vamos a dar un paseo.
Afuera ya parecía primavera.
—¿Podemos montar? —preguntó Tina.
—Ahora no —respondió de forma práctica Beth—. Papá ha dicho que nos llevará él.
—Quiero dar azúcar a Tinker Bell…
—Muy bien, vamos al establo —se mostró de acuerdo Jenny.
Por un momento, se permitió soñar despierta. ¿No resultaría maravilloso que Erich ensillara a Barón y ella montara a Fire Maid, cabalgando un rato juntos en un día tan maravilloso como aquél? Esto era lo que habían planeado durante tanto tiempo…
Un Joe con rostro muy serio se encontraba en las caballerizas. Desde que Jenny se había percatado de que Erich estaba iracundo y celoso, a causa de su amistad hacia Joe, había hecho un puntillo de evitarle tanto como le fuese posible.
—¿Cómo está Randy segundo? —le preguntó.
—Muy bien. Él y yo vivimos ahora en la ciudad, con mi tío. Hemos conseguido un piso encima de Correos… Puede ir allí y verle…
—¿Has dejado a tu madre?
—Puede estar segura…
—Joe, dime una cosa. ¿Por qué has abandonado la casa de tu madre?
—Porque sólo causa problemas. Ya estoy harto, Mrs. Krueger, Jenny, de las cosas que ha llegado a decir de ti. Le conté que si tú decías no haber visto a Kevin aquella noche, era porque resultaba necesario para ti expresarlo así. Le dije que habías sido muy buena conmigo, que hubiera perdido mi empleo cuando el asunto de Barón, de no haber sido por ti. Si mamá se hubiese cuidado de sus asuntos, te hubieras evitado todas las habladurías que corren por ahí… No es la primera vez que un coche se sale de la carretera y se encamina hacia la ribera del río. La gente debería decir que «es una vergüenza» y que haría falta una mejor señalización. Pero, en vez de ello, todos los de aquí se burlan de ti y de Mr. Krueger, y dicen que ésas son las cosas que pasan cuando uno pierde la cabeza por una lagarta de Nueva York…
—Joe, por favor.
Jenny le puso una mano en el brazo.
—Ya he causado suficientes problemas aquí. Tu madre debe de estar muy trastornada. Joe, por favor, regresa a tu casa.
—No hay forma… Y, Mrs. Krueger, si desea ir a caballo en cualquier momento, o las niñas quieren ver a Randy, estaré muy contento de llevarla allí en mi tiempo libre. Sólo tiene que decírmelo.
—Chist, Joe, ese tipo de conversación no puede ayudar en nada…
Hizo un ademán hacia la abierta puerta.
—Por favor, alguien podría oírte…
—No me preocupa quién me oiga.
La ira desapareció de su rostro.
—Jenny, haría cualquier cosa por ayudarte…
—Mamá, vámonos ya…
Beth comenzó a empujarla. Pero ¿qué había sido lo que Joe dijera antes que le estaba remordiendo la conciencia?
—Joe, ¿qué le dijiste a tu madre respecto de que era necesario para mí el afirmar que no estuve en el coche? ¿Por qué lo enfocaste de esa manera?
El rostro del muchacho enrojeció. Confuso, se metió las manos en los bolsillos y casi se dio la vuelta. Cuando habló, su voz fue casi un susurro.
—Jenny, no tienes que fingir conmigo. Yo estuve allí. Me encontraba preocupado porque tal vez no hubiese cerrado bien la puerta del cubículo de Barón. Estaba atravesando el huerto cuando vi a Rooney. Se encontraba casi al lado de la casa grande. Me detuve porque no quise tener que hablar con ella. Luego apareció el coche, aquel «Buick» blanco, y se abrió la puerta delantera y tú saliste corriendo de la casa. Te vi entrar en el coche, Jenny, pero juro ante Dios que jamás se lo diré a nadie. Te… amo…, Jenny…
Con torpe ademán, se sacó la mano del bolsillo y la acercó al brazo de la mujer.