El nuevo cachorro era un perdiguero dorado. Incluso a los profanos ojos de Jenny, el largo hocico, la estrecha cabeza y el esbelto cuerpo indicaban una buena raza.
La vieja y recia colcha que se veía en el suelo de la cocina era en la que se había acurrucado Randy. El cuenco con agua aún tenía su nombre con las letras rojas que Joe había pintado allí.
Incluso la madre de Joe pareció aplacada con el regalo.
—Erich Krueger es un hombre justo —concedió ante Jenny—. Siento haberme equivocado cuando le acusé de haberse desembarazado el año pasado del perro de Joe. Si en realidad lo hizo, ahora él mismo se ha cuidado de traerle otro.
«Excepto que esta vez yo misma le vi hacerlo», pensó Jenny.
Pero en seguida sintió que se mostraba injusta con Erich.
Beth dio unas palmaditas en aquella lisa y brillante cabeza.
—Debes tener mucho cuidado, es tan pequeño… —instruyó Jenny a Tina—. No debes lastimarle…
—Son unas nenitas muy buenas —dijo Maude Ekers—. Se parecen a ti excepto por el pelo.
A Jenny le pareció que había algo diferente en la actitud que adoptaba hoy la mujer. Su bienvenida había sido un poco engolada. Titubeó antes de invitarlas a entrar. Jenny no hubiera aceptado una taza de café de la omnipresente cafetera, pero quedó sorprendida cuando no le fue ofrecida.
—¿Y cuál es el nombre del perrito? —quiso saber Beth.
—Randy —respondió Maude—. Joe ha decidido que se trata de otro Randy.
—Es natural —comentó Jenny—. De cierto, sabía que Joe no olvidaría a aquel otro perrito con tanta facilidad. Tiene demasiado buen corazón…
Estaban sentadas a la mesa de la cocina. Sonrió a la otra mujer.
Pero, ante su asombro, el rostro de Maude reflejó una preocupada hostilidad.
—Deje tranquilo a mi muchacho, Mrs. Krueger —explotó—. Es un sencillo chico de granja y ya tengo demasiadas preocupaciones con la forma en que mi hermano está empezando a llevarse a Joe a los bares por la noche. Joe mira mucho a las musarañas por culpa de usted. Tal vez no sea la más indicada para decirlo, pero está usted casada con el hombre más importante de esta comunidad, y debería darse usted cuenta de su posición.
Jenny retiró hacia atrás la silla y se puso en pie.
—¿Qué quiere usted decir?
—Me parece que ya sabe a qué me refiero. Con una mujer como usted, no hay forma de no tener problemas. La vida de mi hermano quedó arruinada a causa de aquel accidente en la vaquería. Supongo que habrá oído que John Krueger descubrió que mi hermano fue tan poco cuidadoso con la instalación eléctrica, a causa de que se hallaba muy nervioso por culpa de Caroline. Joe es todo lo que tengo. Significa el mundo entero para mí. Y no quiero accidentes o problemas.
Ahora que había empezado, las palabras fluyeron sin cesar por su boca. Beth y Tina dejaron de jugar con el cachorro. Inseguras, se asieron de la mano.
—Y algo más, tal vez no sea de mi incumbencia, pero es usted tan insensata como para tener a su ex marido dando vueltas por aquí, mientras todo el mundo sabe que Erich se encuentra en su cabaña pintando…
—¿De qué me habla?
—No soy una chismosa, y no le he dicho esto a nadie, pero una noche, el mes pasado, ese actor ex marido de usted llegó aquí solicitando unas direcciones. Es muy charlatán. Se presentó él mismo. Se jactó de que usted le había invitado a venir. Incluso explicó que acababa de ser contratado por el «Guthrie». Le indiqué yo misma la carretera que llevaba a la casa de usted, pero permítame decirle que no quedé muy contenta de hacer una cosa así.
—Debe telefonear inmediatamente al sheriff Gunderson y contarle todo lo que sabe —replicó Jenny, con una voz tan firme como le fue posible—. Kevin no se presentó en nuestra casa aquella noche. El sheriff está haciendo averiguaciones, al respecto. Oficialmente, le han declarado persona desaparecida…
—¿Que nunca se presentó por su casa?
En aquel momento, la más bien fuerte voz de Maude se hizo aún más chillona.
—No, no llegó. Haga el favor de decirle, inmediatamente, al sheriff todo lo que me ha contado. Y gracias por dejarnos visitar al cachorro.
¡Kevin había estado en casa de Maude!
Y le había explicado, de forma específica, que ella, Jenny, le había llamado…
Maude le había indicado el camino para llegar a la granja de Krueger, un viaje en coche de apenas tres minutos…
Y Kevin no había llegado.
Si el sheriff Gunderson se había mostrado hoy tan insolente en sus insinuaciones, ¿qué pasaría cuando se enterase de esto?
—Mamá, me estás haciendo daño en la mano —protestó Beth.
—Oh, lo siento, cariñito. No quería apretártela así…
Tenía que salir de allí. No, eso era imposible. No podía marcharse hasta que supiera lo que le había ocurrido a Kevin.
Y había aún más cosas. Estaba llevando en su útero el microcosmos de un ser humano, que representaba la quinta generación de los Krueger, que pertenecían a este lugar, y cuya primogenitura abarcaba esta tierra…
*****
Más tarde, Jenny pensó en la noche del siete de abril como las últimas horas de calma. Erich no se encontraba en la casa cuando llegaron allí ella y las niñas.
«Me alegro», pensó. Por lo menos, no tendría que guardar las apariencias… En cuanto le viese, le diría todo lo que Maude le había contado.
Probablemente, Maude ya habría telefoneado al sheriff. ¿Regresaría aquí esta noche? En cierto modo no lo creía así, ¿pero, por qué iba Kevin explicándole a la gente que ella le había llamado? ¿Qué le había sucedido a Kevin?
—¿Qué queréis para cenar, señoritas? —les preguntó a las niñas.
—Unos perritos calientes… —respondió decidida Beth.
—Helado… —fue la esperanzada contribución de Tina.
—Eso parece estupendo —replicó Jenny.
De alguna manera, sentía que las niñas se estaban apartando de ella. Y esto no sucedería esta noche.
Imprudentemente, permitió que las niñas llevasen sus platitos al sofá. Daban El mago de Oz. Mordisqueando animadamente los perritos calientes y tomándose una coca cola, se acomodaron allí juntas mientras veían la película.
Para cuando hubo acabado, Tina estaba ya dormida en el regazo de Jenny y la cabeza de Beth se apoyaba en sus hombros. Las llevó al piso de arriba.
Acababan de pasar tres meses desde aquella tarde ventosa en que las llevaba a casa desde la guardería, y Erich se presentase ante ellas. Carecía de utilidad pensar acerca de esto. Probablemente, seguiría aún de nuevo en la cabaña. Pero, incluso así, Jenny no quería acostarse en el dormitorio principal.
Desvistió a las niñas, les puso los pijamas, les limpió las caras y las manos con una toallita y las metió en la cama. Le dolía la espalda. Se dijo a sí misma que no las volvería a llevar en brazos. Pesaban mucho y era demasiado esfuerzo. No le costó gran cosa lavar los platos. Examinó con cuidado el sofá en busca de señales de migas.
Recordó las noches en el apartamento, cuando estaba tan cansada que dejaba los platos apilados en el fregadero y se metía en la cama con una taza de té y un buen libro. «No sabía lo bien que estaba», pensó. Y luego recordó el techo desconchado, el tener que llevar a la carrera a las niñas a la guardería, la constante preocupación monetaria, la implacable soledad…
Cuando hubo acabado de arreglarlo todo, no eran más que las nueve. Atravesó los cuartos del piso de abajo, comprobando que no quedase ninguna luz encendida. En el comedor, se detuvo debajo de la colcha de Caroline. Ésta había deseado pintar, y se había visto avergonzada y ridiculizada para que abandonase el arte. Que tenía «que hacer algo útil»…
A Caroline le costó once años darse cuenta de cómo la habían apartado de sus cosas. ¿Habría también experimentado la sensación de ser una extraña, a la que no pertenecía nadie?
Mientras subía con lentitud las escaleras, Jenny se percató de lo cerca que se sentía de la mujer que había vivido en aquella casa. Se preguntó si Caroline habría entrado en el dormitorio principal con la misma sensación desesperanzada de meterse en una trampa, que era lo que ahora ella sentía.
*****
No fue hasta el mediodía cuando el sheriff Gunderson regresó a la casa. Una vez más, Jenny había tenido unos sueños espantosos, sueños en los que andaba por el bosque y olía el aroma de los pinos. ¿Estaba buscando la cabaña?
Cuando despertó, se sintió enferma. ¿Cuánta parte tenían que ver aquellas náuseas matutinas con el aspecto físico del embarazo, y cuánta en relación con la ansiedad que le producía la desaparición de Kevin?
Elsa llegó, como de costumbre, a las nueve: austera, silenciosa, se desvaneció escaleras arriba con la aspiradora, las bayetas para las ventanas y los trapos de sacar brillo.
Estaba aún leyéndoles algo a las niñas, cuando apareció Wendell Gunderson. Jenny aún no se había vestido; llevaba sólo una cálida bata de lana por encima del camisón. ¿Pondría Erich objeciones porque hablase con el sheriff llevando aquellas prendas? ¿Podría hacerlo? La bata se abotonaba hasta el cuello…
Sabía que estaba pálida. Se hizo una tirante cola de caballo. El sheriff entró por la puerta delantera.
—Mrs. Krueger…
Jenny detectó excitación en su voz.
—Mrs. Krueger —repitió, con voz más profunda—. Anoche recibí una llamada telefónica de Maude Ekers.
—Yo misma le pedí que le telefonease —explicó Jenny.
—Eso ha alegado… No he querido hablar en seguida con usted, porque decidí imaginarme adonde podía haberse dirigido Kevin MacPartland en caso de no haber llegado hasta aquí.
¿Era posible que el sheriff no la creyese? Su rostro, su voz, eran tan serios… No. Más bien tenía la apariencia de un jugador de póquer que está a punto de exhibir sus cartas ganadoras…
—Imaginé lo que podría sucederle a un extraño que pasase por alto su desvío, si giraba por el recodo que conduce a la orilla del río…
La orilla del río… «Oh, Dios mío —pensó Jenny—. ¿Podía Kevin haber dado aquel giro y seguir luego conduciendo, más bien de prisa, hasta la ribera? La carretera estaba tan oscura…».
—Hemos investigado y siento decir que eso fue lo que sucedió —explicó el sheriff—. Hemos encontrado un «Buick» blanco último modelo en el agua, cerca de la orilla. Está recubierto por el hielo y los densos arbustos impiden verlo por parte de cualquier persona que ande cerca de la orilla. Ya lo hemos sacado…
—¿Kevin?
Sabía lo que el sheriff le diría. El rostro de Kevin destelló en su mente.
—En el coche se encontraba el cuerpo de un hombre, Mrs. Krueger. Estaba ya muy descompuesto, pero, en líneas generales, responde a la descripción del desaparecido Kevin MacPartland, incluyendo las ropas que llevaba la última vez que fue visto. El permiso de conducir que tenía en el bolsillo está a nombre de MacPartland…
«Oh, Kevin —se lamentó en silencio Jenny—, oh, Kevin…».
Trató de hablar, pero no pudo.
—Necesitamos que usted lo identifique de una forma positiva tan rápidamente como sea posible.
«No —deseó chillar—, no… Kevin era tan vanidoso… Se preocupaba por la menor heridita… Muy descompuesto… Oh, Dios mío…».
—Mrs. Krueger, debe usted hacerse con los servicios de un abogado…
—¿Por qué?
—Porque habrá una investigación acerca de la muerte de MacPartland y se harán algunas preguntas desagradables. No debe usted decir nada más…
—Responderé a las preguntas que me haga usted ahora…
—Muy bien. Se lo preguntaré de nuevo. ¿Estuvo en esta casa Kevin MacPartland el lunes por la noche, del nueve de marzo?
—No, ya le he dicho que no…
—Mrs. MacPartland, ¿tiene usted un abrigo de invierno de color marrón y de cuerpo entero?
—Sí, lo tengo. No, en realidad lo tenía. Lo di. ¿Por qué?
—¿Recuerda usted dónde lo compró?
—Sí, en «Macy's», de Nueva York…
—Pues me temo que tendrá que explicar un montón de cosas, Mrs. Krueger. Un abrigo de mujer fue encontrado en el asiento al lado del cadáver. Un abrigo de invierno de color marrón, con la etiqueta de los almacenes «Macy's». Necesitaremos que lo examine y compruebe si es el que alega haber regalado…