A pesar de todo, el planear la fiesta de la cena constituyó una placentera diversión. Deseaba hacer ella misma la compra, pero no podía salir con el coche. En vez de ello, compiló una larga lista para dársela a Elsa.
—«Coquilles St. Jacques» —le dijo a Erich cuando regresó a la casa el viernes por la mañana—. Las hago realmente muy buenas. ¿Has dicho que a Mark le gustan las costillas asadas?
Siguió charlando así, determinada a tender un puente ante aquel perceptible alejamiento. «Ya volverá al redil —pensó—, especialmente cuando se entere de lo del bebé».
Kevin no volvió a telefonear de nuevo. Tal vez habría conocido a alguna chica del reparto y empezado a verse comprometido con ella. Si era así, no sabrían nada de él durante algún tiempo. Si era necesario, tan pronto como la adopción quedase decidida, darían los pasos legales para mantenerle alejado. O, si trataba de dificultar la adopción, Erich podría apelar de nuevo al recurso de comprarle. Silenciosamente, rogó: «Por favor, que las niñas tengan un hogar, una auténtica familia. Que las cosas marchen bien entre Erich y yo…».
La noche de la cena, sacó la porcelana de Limoges, delicadamente hermosa con sus rebordes dorados y azules. Mark y Emily debían llegar a las ocho. Jenny se percató de que se hallaba ansiosa por conocer a Emily. Durante toda su vida siempre había tenido amigas. Había perdido el contacto con la mayoría de ellas a causa de su carencia de tiempo una vez vinieron al mundo Beth y Tina. Tal vez Emily y ella pudiesen hacer buenas migas.
Le contó todo esto a Erich.
—Lo dudo —le respondió—. Hubo una época en que los Hanover parecían encontrarse muy orgullosos ante la posibilidad de tenerme como yerno. Roger Hanover es el presidente del Banco de Granite Place y tiene una buena idea de lo que valgo…
—¿Has salido alguna vez con Emily?
—Algunas veces… Pero no estaba interesado y no quise encontrarme en una situación que acabase siendo incómoda. Ya ves, aguardaba a la mujer perfecta…
Jenny trató de que su voz reflejase desparpajo:
—Pues, cariño, la has encontrado…
Erich la besó.
—Confío en que sí…
Ella se sintió lastimada. «Está bromeando», se dijo a sí misma con furia.
Una vez metió a Beth y a Tina en la cama, Jenny se cambió y se puso una blusa de seda blanca con puños de encaje y una falda multicolor que le llegaba hasta los tobillos. Contempló su imagen en el espejo y, realmente, reflejaba una mortal palidez. Tal vez ayudaría un toque de carmín…
Erich había empleado la mesa del té del salón como mueble-bar. Cuando Jenny entró en la estancia, la estudió con atención.
—Me gusta este vestido, Jen.
—Eso está bien —le sonrió—. En realidad, pagaste bastante por él.
—Pensé que no te gustaba. Hasta ahora no te lo habías puesto nunca.
—No me parecía lógico vestirme tanto para estar sentada por ahí…
Erich se acercó a ella.
—¿Tienes una mancha en las mangas?
—¿Esto? Oh, es únicamente una mota de polvo. Debía tenerla ya en la tienda.
—¿Así, que no te habías puesto nunca ese conjunto?
¿Por qué preguntaba esto? ¿Era, simplemente, demasiado sensible para dejar de saber que le estaba ocultando algo?
—La primera vez, palabra de muchacha escultista…
Sonó el timbre de la puerta, lo cual resultó una bienvenida interrupción. Su boca había comenzado a secarse. «Hable de lo que hable Erich, siempre tengo miedo de ser pillada en falta», pensó.
Mark llevaba una chaqueta de mezclilla que le sentaba muy bien. Hacía destacar las canas de su cabello, acentuaba sus anchos hombros y la delgada estructura de su alta silueta. La mujer que le acompañaba tenía unos treinta años, era de huesos reducidos, con unos ojos grandes e inquisitivos y un cabello rubio oscuro que le caía sobre el cuello de su bien cortado vestido de terciopelo color castaño. Jenny decidió que Emily tenía la apariencia de alguien que nunca ha experimentado un instante de vacilación. No intentó ocultar que se quedó mirando a Jenny de la cabeza a los pies.
—Debes percatarte de que he de informar a todo el mundo de la ciudad de cómo eres; la curiosidad está resultando abrumadora. Mi madre me ha dado una lista con veinte preguntas que, discretamente, he de dejar caer. No se puede decir, precisamente, que te hayas mostrado muy disponible entre la comunidad.
Antes de que Jenny pudiese contestar, sintió que el brazo de Erich se deslizaba alrededor de su cintura.
—Si hubiésemos emprendido un crucero de luna de miel de dos meses de duración, nadie hubiera comentado nada al respecto. Pero como Jenny afirma, puesto que elegimos pasar la luna de miel en nuestro propio hogar, Granite Place ha quedado ultrajado por no haber acampado en nuestra sala de estar…
«¡Nunca he dicho eso!», pensó Jenny impotente, mientras observaba cómo se acuciaban los ojos de Emily.
Tras los cócteles, Mark aguardó a que Erich y Emily se hallasen profundamente enfrascados en una conversación antes de comentar:
—Estás muy pálida, Jenny. ¿Te encuentras bien?
—Estupendamente…
Trató de que su voz reflejara una convicción total.
—Joe me ha contado lo del perro. He comprendido que te trastornó un poco.
—Supongo que deberé empezar a comprender que las cosas son aquí diferentes. En Nueva York, todos somos unos trogloditas respecto de la imagen de un perro callejero que ha de ser matado. Y entonces alguien se presta a adoptarle y todos quedamos tan contentos…
Emily estaba mirando en torno a la habitación.
—No habéis cambiado nada, ¿verdad? —preguntó—. No sé si Erich lo ha mencionado, pero soy una diseñadora de interiores y, si yo fuese tú, me libraría de esos cortinajes. Seguramente son muy hermosos, pero las ventanas aparecen tan sobrecargadas que se pierden unas vistas gloriosas…
Jenny aguardó a que Erich la defendiese.
—Aparentemente, Jen no está de acuerdo contigo —respondió con suavidad.
Su tono y su sonrisa resultaron indulgentes.
«Erich, esto no es justo», pensó furiosamente Jenny. ¿Debería contradecirle? La primera mujer Krueger, en cuatro generaciones, que ha hecho una escena delante de los empleados. ¿Y qué pasaría con una escena delante de los amigos? ¿Qué decía Emily?
—… y no estaría nunca en paz conmigo misma de no estar cambiando las cosas, pero tal vez esto no te interesa. Aunque me pareció que eras también una artista…
El momento había pasado. Era ya demasiado tarde para corregir la impresión que Erich había dejado.
—No soy una artista —replicó Jenny—. Sólo tengo una licenciatura en Bellas Artes. Trabajé en una galería de Nueva York. Fue allí donde conocí a Erich…
—Eso he oído. Vuestro rápido romance ha causado sensación en estos contornos. ¿Cómo es nuestra rústica vida comparada con la gran metrópolis?
Jenny eligió con cuidado sus palabras. Tenía que deshacer la impresión que le parecía que Erich había dado, respecto de que ella se burlaba de la gente local.
—Echo de menos a mis amistades, como es natural. Echo a faltar el encontrarme con gente que me conoce y comentar cómo van creciendo las niñas. Me agrada la gente y hago amigos con facilidad. Pero una vez —lanzó una ojeada a Erich— que se dé por terminada mi luna de miel, confío en mostrarme activa en la comunidad.
—Informa de esto a tu madre —sugirió Mark.
Jenny pensó: «Que Dios te bendiga por hacer hincapié en ello». Mark sabía lo que ella intentaba hacer…
Emily se echó a reír; un sonido frágil y sin alegría.
—Por cuanto he oído, por lo menos has conseguido un amigo para que te distraiga…
Debía de estarse refiriendo a su reunión con Kevin. La mujer de la iglesia habría estado chismorreando por ahí. Sintió la mirada interrogadora de Erich y no quiso mirarle a los ojos.
Jenny murmuró algo acerca de cuidar de la cena y se dirigió a la cocina. Las manos le temblaban y apenas pudo quitar la bandeja de los asados del horno. ¿Y si Emily hubiese seguido con sus insinuaciones? Emily creía que ella era viuda; y decirle la verdad ahora sería tanto como tildar a Erich de mentiroso. ¿Y qué decir acerca de Mark? El asunto no había acabado de presentarse, pero, indudablemente, Mark también creía que Jenny era viuda.
De algún modo consiguió servir la comida en los platos, encender las velas y llamarles para que acudiesen a la mesa. «Por lo menos soy una buena cocinera —reflexionó—. Emily siempre podrá contarle eso a su madre».
Erich trinchó y sirvió las costillas al horno.
—Uno de nuestros propios novillos —explicó con orgullo—. ¿Estás segura de que no te repele, Jenny?
Se estaba burlando de ella. Pero no debía reaccionar en exceso. Los otros no parecieron haberse dado cuenta.
—Piensa, Jenny —continuó en el mismo tono de guasa—, que es el ternero de dos años que me señalaste en el campo el mes pasado, aquel que dijiste que parecía tan magnífico… Y ahora te lo vas a comer.
La garganta se le atenazó. Tuvo miedo de que le asaltasen las náuseas. «Por favor, Dios mío, por favor, no me dejes caer enferma».
Emily se echó a reír.
—Erich, eres tan desagradable… ¿Te acuerdas de cómo solías hostigar así a Arden hasta hacerla prorrumpir en lágrimas?
—¿Arden? —preguntó Jenny.
Alargó la mano hacia su copa de agua. El nudo en su garganta comenzó a deshacerse.
—Sí. Con lo buena chica que era… La perfecta muchacha norteamericana. Loca por los animales. A los dieciséis años no tocaba la carne ni el pollo. Decía que resultaba algo bárbaro y que se haría vegetariana cuando fuese mayor. Pero supongo que cambió de opinión. Yo estaba en la Facultad cuando Arden se marchó.
—Rooney nunca ha perdido la esperanza de que regrese —comentó Mark—. Es increíble el instinto de las madres. Es algo que se ve desde el primer momento del nacimiento. El animal más entumecido sabe cuál es su cachorro y lo protegerá hasta dar la vida por él.
—No has comido nada, cariño —comentó Erich.
Una acometida de ira le hizo posible a Jenny enderezarse los hombros y mirar al otro lado de la mesa, directamente a los ojos de Erich.
—Y tú tampoco te has comido la verdura —le respondió.
Erich le guiñó un ojo. Sólo estaba bromeando.
—Tocado —le sonrió.
El timbre de la puerta les sobresaltó a todos. Erich frunció el ceño.
—¿Quién puede ser a estas horas…?
Su voz se extinguió mientras se quedaba mirando a Jenny. Ésta sabía en qué estaba pensando su marido. «Que no sea Kevin», rogó.
Y se percató en seguida, mientras empujaba hacia atrás su silla de que, durante toda la noche, no había hecho más que realizar frenéticas plegarias para invocar la intervención divina…
Un hombre fornido, de unos sesenta años, con macizos hombros, un enorme chaquetón de cuero y unos ojos entrecerrados y de gruesos párpados, había aparecido allí. Su coche se encontraba aparcado exactamente delante de la casa, un coche oficial con una luz roja en el techo.
—¿Mrs. Krueger?
—Sí.
El alivio la dejó insensible. No importaba lo que aquel hombre desease; por lo menos, no se había presentado Kevin.
—Soy Wendell Gunderson, el sheriff de Granite County. ¿Puedo entrar?
—Naturalmente. Llamaré a mi marido.
Erich se apresuró por el vestíbulo e irrumpió allí. Jenny se percató del instantáneo respeto que se reflejó en el rostro del sheriff.
—Lamento molestarte, Erich. Pero debo hacer unas preguntas a tu esposa.
—¿Hacerme unas preguntas?
Pero mientras lo decía, Jenny supo que aquella visita tenía algo que ver con Kevin.
—Sí, señora.
Desde el comedor oyeron el sonido de la voz de Mark.
—¿Podríamos hablar con tranquilidad durante unos minutos?
—¿Por qué no te unes a nosotros y te tomas un café? —sugirió Erich.
—Tal vez tu esposa preferiría responder a mis preguntas en privado, Erich.
Jenny sintió que el sudor le empapaba la frente. Fue consciente de que tenía húmedas las palmas de las manos. Las náuseas resultaron tan violentas que tuvo que oprimir con fuerza los labios.
—No existe el menor motivo para que no podamos hablar en la mesa —murmuró impotente.
Abrió el camino hacia el comedor, escuchando cómo Emily saludaba al sheriff con una sorpresa rápidamente disimulada, observó cómo Mark se retrepaba en su silla, una actitud que Jenny había comenzado a percatarse que llevaba a cabo cuando diagnosticaba una situación. Erich ofreció al sheriff una bebida, que éste rechazó «porque se encontraba de servicio». Jenny se apresuró a preparar las tazas de café.
—Mrs. Krueger, ¿conoce usted a Kevin MacPartland?
—Sí.
Sabía que le temblaba la voz.
—¿Ha tenido Kevin algún accidente?
—¿Cuándo y dónde le vio por última vez?
Se metió las manos en los bolsillos y luego las cerró en forma de puño. Naturalmente que había salido todo a luz… Pero ¿por qué de esta manera? «Oh, Erich, lo siento», pensó.
No podía mirar a su marido.
—El veinticuatro de febrero, en el centro comercial de Raleigh.
—¿Es Kevin MacPartland el padre de sus niñas?
—Es mi anterior marido y el padre de mis hijas.
Escuchó cómo Emily resoplaba.
—¿Cuándo habló por última vez con él?
—Telefoneó la noche del siete de marzo, a eso de las nueve. Por favor, dígame… ¿Le ha sucedido algo?
Los ojos del sheriff se acuciaron al máximo.
—La tarde del lunes, nueve de marzo, Kevin MacPartland recibió una llamada telefónica durante un ensayo en el teatro «Guthrie». Explicó que su ex esposa tenía que verle para hablarle acerca de las niñas. Pidió prestado un coche a uno de los otros actores y salió media hora después, a eso de las cuatro y media de la tarde, prometiendo regresar por la mañana. Eso fue hace cuatro días, y no se ha sabido más de él desde entonces. El coche prestado sólo tenía seis semanas y el actor que se lo había dejado acababa de conocer a MacPartland, por lo que es fácil comprender que se halle un tanto preocupado. ¿Me está diciendo que no le pidió verse con él?
—No, no lo hice.
—¿Puedo permitirme preguntarle por qué se puso en contacto con su ex marido? Todos los de aquí teníamos entendido que era usted viuda…
—Kevin deseaba ver a las niñas —replicó Jenny—. Se refirió a que quería paralizar el proceso de adopción.
La sorprendió cuan poca vida reflejaba su voz. Podía ver a Kevin como si se encontrase en aquella estancia: su caro suéter de esquí, el largo pañuelo echado sobre el hombro izquierdo, su pelo rojo oscuro tan cuidadosamente peinado, todas sus poses… ¿Habría representado, de forma deliberada, una desaparición para turbarla? Ella le había prevenido de que Erich estaba enfadado. ¿Tendría la esperanza de destruir el matrimonio de Jenny antes de concederle la menor oportunidad?
—¿Y qué le contó usted?
—Cuando le vi, y cuando hablé con él por teléfono, le pedí que nos dejase tranquilas.
Su voz fue haciéndose más y más aguda.
—Erich, ¿estabas enterado de esa reunión y de la llamada telefónica del siete de marzo?
—Sabía lo de la llamada telefónica del siete de marzo. Estaba aquí cuando tuvo lugar. No sabía lo de la reunión. Pero puedo comprenderlo. Jenny conocía mis sentimientos respecto de Kevin MacPartland.
—¿Estabas en casa con tu mujer la noche del nueve de marzo?
—No, en realidad aquella noche me quedé en la cabaña. Estaba terminando un nuevo lienzo.
—¿Sabía tu mujer que planeabas estar fuera?
Se produjo un largo silencio.
Fue Jenny la que lo rompió:
—Claro que lo sabía.
—¿Y qué hizo usted aquella noche, Mrs. Krueger?
—Estaba muy cansada y me fui a la cama poco después de que hubiese dejado acomodadas a mis niñitas en su habitación.
—¿Habló con alguien por teléfono?
—Con nadie. Me quedé dormida casi inmediatamente.
—Comprendo. ¿Y está usted segura de que no invitó a su ex marido a visitarla durante la ausencia de su esposo?
—No, claro que no… Nunca le pediría que viniese aquí…
Era como si Jenny pudiese leer sus mentes. Naturalmente, no la creían.
Su plato sin tocar estaba en la mesita auxiliar. La grasa, al congelarse, había ido formando un estrecho reborde en la carne de buey, con un centro carmesí. Se acordó del cuerpo de Randy volviéndose rojo de sangre mientras se derrumbaba entre las rosas; pensó también en el pelo rojo oscuro de Kevin.
Ahora el plato daba vueltas y vueltas. Tenía que respirar aire fresco. Ella misma también giraba. Echando hacia atrás su silla, forcejeó por ponerse en pie. Su último recuerdo consciente fue la expresión de Erich —¿era preocupación, o enfado?—, mientras su silla golpeaba contra la mesita auxiliar que tenía detrás de ella.
*****
Cuando despertó, yacía en el sofá del salón. Alguien mantenía un paño frío encima de su cabeza. Le hacía tanto bien… Le dolía mucho la cabeza. Había algo acerca de lo cual no quería pensar.
Kevin.
Abrió los ojos.
—Me encuentro bien… Lo siento…
Mark estaba inclinado sobre ella. Su rostro reflejaba gran preocupación. Resultaba raramente consolador.
—Tómatelo con calma —le dijo.
—¿Puedo hacer algo por ti, Jenny?
Había una corriente subterránea de excitación en la voz de Emily. «Está disfrutando con esto —pensó Jenny—. Es la clase de persona que desea encontrarse metida en todo».
—Querida…
El tono de Erich traslucía solicitud. Se acercó a ella y le tomó ambas manos.
—No tan cerca —le previno Mark—. Déjala respirar…
Su cabeza comenzó a aclararse. Lentamente se sentó, mientras su falda de tafetán crujía al moverse. Sintió que Mark deslizaba unas almohadas detrás de su cabeza y espalda.
—Sheriff, puedo responder a cualquier pregunta que me haga. Lo siento… No sé qué me sucedió. Estos últimos días no me he encontrado del todo bien.
Los ojos del sheriff parecían ahora más grandes y brillantes, como si proyectasen un intenso foco sobre ella.
—Mrs. Krueger, seré lo más breve posible. ¿No telefoneó usted a su ex marido el nueve de marzo para solicitar una reunión, ni se presentó él aquí esa noche?
—Eso es…
—¿Y por qué les habría dicho a sus colegas que usted le había llamado? ¿Qué propósito hubiera tenido al mentir de esa manera?
—Lo único en que puedo pensar es que, a veces, Kevin solía decir que iba a visitarme a mí y a las niñas cuando deseaba desembarazarse de otros planes. Si estaba en proceso de abandonar a una chica para ir con otra, a menudo empleaba esto como excusa.
—¿Puedo preguntar por qué se halla usted tan trastornada ante su desaparición, si es que cree que puede encontrarse con otra mujer?
Sus labios estaban tan rígidos que le resultó muy difícil articular las palabras. Habló con lentitud, como un maestro que pronuncia bien para una clase de lenguaje de primer curso.
—Debe usted comprender que aquí existe una terrible equivocación. Kevin había sido admitido en el teatro «Guthrie» para la compañía de repertorio. Eso es cierto, ¿verdad?
—Sí, lo es.
—Pues debe velar por él —siguió Jenny—. Nunca pondría en peligro esta oportunidad. Para Kevin, ser actor es la cosa más importante de su vida.
Todos se marcharon minutos después. Jenny insistió en acompañarles hasta la puerta principal. Jenny se imaginaba ya la conversación que tendría lugar en cuanto Emily informase de todo a su madre:
—No es viuda… Era a su ex marido a quien estaba besando en aquel restaurante… Y ahora él ha desaparecido… El sheriff, obviamente, cree que Jenny está mintiendo… Pobre Erich…
—Trataré este asunto como el de una persona desaparecida… Distribuiremos algunos avisos… Ya le mantendremos informada, Mrs. Krueger.
—Gracias, sheriff.
Ya se había ido. Mark se estaba poniendo el abrigo.
—Jenny, debes irte a la cama. Tienes bastante mal aspecto.
—Gracias a los dos por haber venido —les manifestó Erich—. Siento que la velada haya terminado tan mal.
Pasó el brazo alrededor de Jenny. La besó en la mejilla.
—Esto es una prueba de lo que sucede cuando uno se casa con una mujer con pasado, ¿no es así?
Su tono era más bien divertido. Emily se echó a reír. El rostro de Mark no mostró la menor emoción. Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, Jenny, sin proferir una palabra, se quedó mirando la caja de la escalera. Todo cuanto deseaba era irse a la cama.
La asombrada voz de Erich la detuvo.
—Jenny, ¿verdad que no estás planeando irte de la casa en ese estado y por la noche?