Lo más duro de todo radicaba en tener que aguardar. ¿Estaba Erich enfadado? ¿Se hallaba, simplemente, tan inmerso con la pintura que no deseaba quebrantar su concentración? ¿Se atrevería ella a ir a los bosques, tratar de encontrar la cabaña y enfrentarse con él?
No, no debía hacer aquello.
Los días parecían interminablemente largos. Incluso las niñas empezaron a encontrarse inquietas. ¿Dónde está papá? Aquélla parecía ser su constante pregunta. En aquel breve tiempo, Erich se había hecho terriblemente importante para ellas.
Que Kevin se mantenga apartado, era la súplica de Jenny. Que nos deje solas.
Pasaba el tiempo concentrándose en la casa. Habitación por habitación, reordenó los muebles, en ocasiones moviendo ligeramente sólo una silla o una mesa, a veces realizando ajustes más radicales. A su pesar, Elsa la ayudó a quitar lo que aún quedaba de las pesadas cortinas con encajes.
—Mira, Elsa —le dijo al final Jenny con firmeza—, esas cortinas tienen que quitarse, y no quiero hablar más acerca de consultar primero con Mr. Krueger. O me ayudas o no me ayudas…
Afuera, la granja tenía una apariencia gris y deprimente. Cuando la nieve se hallaba aún en el suelo, parecía una belleza a lo «Currier e Ives». Cuando llegase la primavera, Jenny estaba segura, el verde lujuriante de los campos y de los árboles sería algo magnífico. Pero ahora, el barro helado, los campos pardos, los oscuros troncos de los árboles y los cielos cubiertos le daban frío y deprimían.
¿Regresaría Erich a la casa para su cumpleaños? Le había contado que aquel día siempre se lo pasaba en la granja. ¿Tendría ella que cancelar la cena de cumpleaños?
Las noches eran interminables. En Nueva York, cuando las niñas estaban ya acomodadas en la cama, solía irse a su lecho con un libro y una taza de té. La biblioteca de la granja era excelente. Pero los libros de esta biblioteca no invitaban a la lectura. Estaban colocados en hileras exactas, al parecer más según el tamaño y el color que por el autor o el tema. Para ella, tenía el mismo efecto que unos muebles con cubiertas de plástico: odiaba tocarlos. Su problema quedó resuelto cuando, en uno de sus viajes al desván, se percató de la existencia de una caja que llevaba la indicación de LIBROS-CBK. Feliz, eligió un par de aquellos volúmenes tan manejables y de lectura tan fácil.
Pero aunque leía hasta horas avanzadas de la noche, encontraba cada vez más difícil el dormirse. Durante toda su vida, no había tenido más que cerrar los ojos para quedarse instantáneamente dormida durante horas y horas. En la actualidad, comenzó a despertarse con frecuencia, a tener sueños vagos, atemorizadores, en los cuales unas figuras ensombrecidas se deslizaban en su subconsciente.
El 7 de marzo, después de una noche particularmente inquieta, llegó a una decisión. Necesitaba más ejercicio. Después del almuerzo, fue en busca de Joe y lo encontró en la oficina de la granja. Su placer, sin ninguna afectación ante la visita, resultó tranquilizador. Con rapidez, Jenny se explicó:
—Joe, deseo comenzar hoy las lecciones de equitación.
*****
Veinte minutos después, se hallaba sentada a horcajadas de la yegua, tratando de seguir con la mayor precisión las instrucciones de Joe.
Se percató de que estaba disfrutando mucho con todo aquello. Se olvidó del frío, del fuerte viento, del hecho de que sus muslos se le llagaban, de que sus manos aguantaban con firmeza las riendas.
Habló con suavidad a Fire Maid:
—Ahora, por lo menos, debes darme una oportunidad muchachuela —sugirió—. Probablemente cometeré errores pero soy nueva en esto…
Al cabo de una hora, tenía ya la sensación de mover el cuerpo acompasadamente con la yegua. Localizó a Mark, que la observaba, y le hizo un saludo. El hombre se acercó.
—Pareces muy buena. ¿Es la primera vez que subes a un caballo?
—Auténticamente la primera…
Jenny comenzó a descabalgar. Rápidamente, Mark asió la brida de la yegua.
—Por el otro lado —le explicó.
—¿Qué…? Oh, lo siento…
Bajó con facilidad.
—Pareces realmente buena, Jenny —le dijo Joe.
—Gracias, Joe. ¿El lunes te irá bien?
—En cualquier momento, Jenny.
Mark anduvo con ella hacia la casa.
—Has conseguido hacer un forofo de Joe.
¿Había alguna clase de advertencia en su voz?
Jenny trató de mostrarse tranquila.
—Es un buen maestro y creo que Erich estará complacido porque aprenda a montar. Será una sorpresa para él que haya comenzado a tomar lecciones.
—Realmente no lo creo —comentó Mark—. Te ha estado observando desde hace un rato.
—¿Observándome?
—Sí, durante cerca de media hora, desde el bosque. Pensé que no deseaba ponerte nerviosa.
—¿Y dónde está ahora?
—Estuvo en la casa durante un momento y luego regresó a la cabaña.
—¿Que Erich ha estado en la casa?
«Me parece que debo hablar de una forma estúpida», pensó Jenny, escuchando el asombro reflejado en su voz.
Mark se detuvo, la tomó por el brazo y la hizo girar hacia sí.
—¿Qué ocurre, Jenny? —preguntó.
De alguna forma, Jenny se lo imaginó como examinando a un animal, buscando la fuente de un dolor.
Estaban cerca del porche.
Jenny habló con envaramiento:
—Erich ha permanecido en la cabaña desde que regresó de Atlanta. Por eso me encuentro ahora tan sola. Estaba acostumbrada a encontrarme terriblemente atareada y rodeada de gente, y ahora… Supongo que me siento desconectada de todo.
—Veremos si te hallas mejor a partir de pasado mañana —le aconsejó Mark—. A propósito, ¿estás segura de que deseas invitarnos a cenar?
—No. Quiero decir que ni siquiera estoy segura de que Erich estará en casa. ¿Podemos dejarlo para el día trece? Esto separará algo la fiesta de cumpleaños del aniversario. Si no ha regresado aún para entonces, te telefonearé y vosotros dos podréis decidir si deseáis visitarme o salir y disfrutar solos.
Temió reflejar resentimiento. «¿Qué es lo que me pasa?», pensó alicaída.
Mark tomó las manos de ella entre las suyas.
—Acudiremos, Jenny, esté Erich en casa o no. Por eso es importante que Erich cuente conmigo cuando se encuentra en uno de sus momentos de mal humor. El resto de esta representación es que, cuando sale de esos malos momentos, todo lo que hace es magnífico: inteligente, generoso, talentudo, amable… Dale una oportunidad para salir mañana de sí mismo, y verás que, es el mismo Erich de siempre.
Tras una rápida sonrisa, le apretó las manos, se las liberó y se alejó. Suspirando, Jenny entró en la casa. Elsa estaba ya dispuesta para irse. Tina y Beth se sentaban en el suelo con las piernas cruzadas, con los lápices de dibujo en la mano.
—Papá nos ha traído libros nuevos para colorear —anunció Beth—. ¿Verdad que son muy buenos?
—Mr. Krueger dejó una nota para usted.
Elsa señaló un sobre cerrado que estaba encima de la mesa.
Jenny advirtió la curiosidad en los ojos de aquella mujer. Se deslizó la nota en el bolsillo.
—Gracias…
Cuando la puerta se cerró detrás de la asistenta, Jenny sacó el sobre del bolsillo y lo abrió. La hoja de papel, cubierta con unas letras mayúsculas en una caligrafía muy grande, contenía una sola frase: Deberías haberme aguardado para poder cabalgar conmigo.
—Mamá, mamá…
Beth le estaba tirando del chaquetón.
—Tienes muy mal aspecto, mamá.
Tratando de sonreír, Jenny bajó la mirada hacia aquella carita desconsolada. Tina estaba ahora al lado de Beth, con una cara que hacía pucheros, a punto de llorar.
Jenny estrujó la nota y se la metió en el bolsillo.
—No, cariñito, estoy bien… Simplemente, he estado rara durante un momento.
Pero no estaba tranquilizando a Beth. Una oleada de náuseas se había apoderado de ella mientras leía la nota. «Dios mío —pensó—, no puede querer decir esto. No me deja ir a las reuniones de la iglesia. No me deja usar el coche. Y ahora no quiere ni siquiera dejarme que aprenda a montar cuando él está pintando».
«Erich, no nos lo estropees —protestó en silencio—. No puedes conseguirlo todo. No puedes esconderte y pintar, y al mismo tiempo esperar que yo me siente con las manos cruzadas a aguardarte. No puedes ser tan celoso respecto de que yo no tema ser honesta contigo».
Miró a su alrededor insensatamente. ¿Debería tomar una decisión, hacer las maletas y regresar a Nueva York? Si existía aquí una posibilidad de impedir que sus relaciones quedaran destruidas, él debía ser aconsejado, recibir alguna ayuda para sobreponerse a esta posesividad. Si se iba, su marido sabría a qué atenerse.
¿Pero, adonde iría? ¿Y con qué?
No tenía ni un dólar en el monedero. No disponía de dinero para el billete, ni lugar adonde ir, ni trabajo. Y tampoco quería dejarle…
Tenía miedo de ponerse enferma.
—Será mejor que regrese —musitó.
Y se apresuró a subir las escaleras. Al llegar al cuarto de baño, tomó un paño frío y se humedeció la cara. Su rostro en el espejo reflejaba una palidez enfermiza y poco natural.
—Mamá, mamá…
Beth y Tina se encontraban en el umbral. La habían seguido al piso de arriba.
Se arrodilló delante de ellas, las atrajo hacia sí y las abrazó con fuerza.
—Mamá, me estás haciendo daño —protestó Tina.
—Lo siento, pequeñita…
Aquellos cuerpos cálidos y contoneantes junto al suyo, le devolvieron el equilibrio.
—Vosotras dos llegaréis a ser unas madres magníficas —les manifestó.
*****
La tarde se fue arrastrando con lentitud. Para pasar el tiempo, se sentó con las niñas delante de la espineta y comenzó a enseñarles a diferenciar las notas. Sin las cortinas resultaba posible mirar por las ventanas del salón y contemplar la puesta del sol. Las nubes habían desaparecido y el cielo resultaba gélidamente hermoso, con unas sombras malvas y anaranjadas, doradas y rosáceas.
Tras dejar a las niñas que siguiesen aporreando el teclado, avanzó hacia la puerta de la cocina que daba al porche occidental. El viento hacía que la mecedora allí se moviese levemente. Ignorando el frío, Jenny permaneció en el porche de pie y admiró los últimos instantes de la puesta de sol. Cuando las luces finales se disolvieron en una grisura, se dio la vuelta y entró de nuevo en la casa.
Un movimiento en los bosques captó su atención. Se quedó mirando hacia allí. Alguien la observaba, una figura entre sombras, casi escondida por el doble tronco del roble por el que Arden solía trepar.
—¿Quién está ahí? —preguntó Jenny con fuerza.
La sombra retrocedió entre los árboles, como tratando de regresar a la protección del monte bajo.
—¿Quién está ahí? —gritó de nuevo Jenny con dureza.
Consciente sólo de su cólera ante la intrusión en su intimidad, se quedó mirando a los escalones del porche, en dirección al bosque.
Erich salió de la protección del roble y, con los brazos extendidos, echó a correr hacia ella.
*****
—Pero, cariño, sólo estaba bromeando. ¿Cómo pudiste creer, ni por un momento, que lo escribiera en serio?
Tomó de sus manos aquella arrugada nota.
—Vaya, tiremos esto…
La metió en la estufa.
—Ves, ya no existe…
Desconcertada, Jenny se quedó mirando a Erich. No había en él la menor traza de nerviosismo. Sonreía con facilidad, meneando la cabeza divertido hacia ella.
—Resulta difícil de creer que te lo hayas tomado en serio, Jenny —le explicó.
Luego se echó a reír:
—Creía que te halagaría el que pretendiera estar celoso.
—¡Erich!
Su marido le rodeó la cintura con los brazos y frotó su mejilla contra la de ella.
—Hum…, qué gusto…
Ni una palabra respecto del hecho de no haberse visto durante toda una semana. Y aquella nota no era ninguna broma. Erich la estaba besando en la mejilla.
—Te amo, Jen…
Durante un momento, se mantuvo rígida. Se había prometido no tolerarle todo aquello, las ausencias, los celos, lo de su correo. Pero no quería comenzar una discusión. Le había echado de menos: De repente, toda la casa le pareció de nuevo alegre.
Las niñas oyeron la voz de su padre y entraron corriendo en la habitación.
—Papá, papá…
Él las tomó en sus brazos.
—Eh, me parece que tocáis muy bien… Supongo que muy pronto empezaremos las lecciones. ¿Os gustaría?
Jenny pensó que Mark tenía razón. «Debo tener paciencia, darle tiempo». La sonrisa de Erich pareció auténtica cuando miró hacia ella por encima de las cabezas de las niñas.
La cena tuvo un aire festivo. Jenny preparó carbonada y una ensalada de endivias. Erich trajo una botella de Chablis del botellero.
—Cada vez me es más duro trabajar en la cabaña, Jen —le explicó—. Especialmente, cuando sé que me estoy perdiendo cenas como esta de ahora.
Hizo cosquillas a Tina.
—Y no es nada divertido permanecer alejado de la familia.
—Y de tu hogar —repuso Jenny.
Aquél parecía un buen momento para revelar los cambios que había efectuado.
—No has mencionado en absoluto si te gustan los cambios que he introducido por aquí…
—Soy muy lento en reaccionar —replicó él con jovialidad—. Déjame pensarlo.
Aquello resultaba mejor que lo que ella había esperado. Jenny se levantó, rodeó la mesa y le puso los brazos en torno del cuello.
—Tenía tanto miedo de que te enfadases…
Erich alargó la mano y le acarició el cabello. Como siempre, la sensación de su proximidad la puso en tensión, alejando las dudas e inseguridades.
Beth acababa de abandonar la mesa. Ahora regresó a la carrera.
—Mamá, ¿quieres a papá más que a nuestro otro papá?
«¿Por qué, por todos los santos, se le había ocurrido hacer aquella pregunta ahora?», se preguntó Jenny con desesperación.
Trató con desesperanza de encontrar una respuesta. Pero sólo pudo contestar con la verdad:
—Quise a vuestro primer padre, sobre todo, por ti y por Tina. ¿Por qué deseas saber eso?
Luego se dirigió hacia Erich:
—Hace semanas que no mencionan a Kevin…
Beth señaló a Erich:
—Porque este papá me ha preguntado si le quiero más a él que a nuestro primer papá.
—Erich, no me gustaría discutir esto con las niñas…
—Ni a mí tampoco —respondió contrito—. Supongo que estaba únicamente ansioso por comprobar si el recuerdo hacia él estaba comenzando a difuminarse.
La rodeó de nuevo con los brazos.
—¿Y qué me dices de tu memoria, cariño?
*****
Jenny se tomó mucho tiempo con el baño de las niñas. En cierto modo, resultaba relajante observar su poco complicado placer al chapotear en la bañera. Las envolvió en unas gruesas toallas, regocijándose ante sus robustos cuerpecitos y eliminando los recientes anillitos de champú. Sus manos temblaron mientras les abotonaba los pijamas. «Estoy comenzando a ponerme nerviosa —se burló de sí misma—. Empiezo a considerar deshonesto que la menor cosa que Erich diga la tome por su lado peor. Maldito Kevin…».
Escuchó los rezos de las niñas.
—Que Dios bendiga a mamá y papá —entonó Tina.
Luego hizo una pausa y alzó la vista.
—¿Deberíamos decir que Dios bendiga a los dos papas?
Jenny se mordió los labios. Era Erich quien había empezado esto… No iba a decirles a las niñas que no rezasen por Kevin… Sin embargo…
—¿Por qué no decís esta noche que Dios bendiga a todos? —sugirió.
—Y a Fire Maid, a Mouse, a Tinker Bell y a Joe… —añadió Beth.
—Y a Randy —le recordó Tina—. ¿No tenemos también un cachorrillo?
Jenny las arrebujó bien en la cama, percatándose de cómo cada noche le resultaba cada vez más cuesta arriba dirigirse al otro piso. Cuando estaba sola, la casa parecía tan grande, tan silenciosa… En las noches de viento, se producía un melancólico quejido entre los árboles que penetraba en el silencio.
Y ahora, cuando Erich se hallaba aquí, no sabía qué esperar. ¿Pasaría la noche en la casa o regresaría a la cabaña?
Se dirigió al piso de abajo. Erich había hecho café.
—Debe de haber sido terrible para ti el haber estado tanto tiempo sola con ellas, cariñito…
Jenny había planeado pedirle las llaves del coche, pero no le dio la menor oportunidad. Levantó la bandeja con el servicio de café.
—Sentémonos en el salón delantero y déjame asimilar todos tus cambios.
Mientras le seguía, Jenny se percató de lo bien que le sentaba, con su cabello rubio oscuro, aquel suéter blanco de punto. «Mi magnífico, exitoso y talentudo marido», pensó. Y con un ribete de ironía recordó a Fran cuando comentaba:
—Es demasiado perfecto…
En el salón, Jenny le indicó cómo había movido alguno de los muebles y quitado aquellos excesivos adornos haciendo así posible el apreciar las piezas más bonitas de la estancia.
—¿Y dónde lo has guardado todo?
—Las cortinas están en el desván. Las cosas pequeñas en el aparador de la despensa. ¿No te parece que queda mejor poner debajo del Recuerdo de Caroline la mesa de caballete? Siempre he creído que los dibujos del sofá distraían al estar tan cerca del cuadro.
—Tal vez…
Jenny no acababa de estar segura de su reacción. Nerviosa, intentó llenar el silencio con un poco de conversación.
—¿Y no opinas que, con la luz de esa forma, se ve mejor al nene… a ti? Antes tu rostro quedaba más bien en la sombra.
—Así queda algo extravagante. La cara del niño nunca se previó que se viese tan definida. Como especializada en Arte, y trabajando en una galería pictórica de primera, deberías percatarte de ello, Jenny.
Erich se echó a reír.
¿Trataba de bromear? Jenny tomó su taza de café y se percató de que le temblaba la mano. La taza se le deslizó de su diestra y el café se derramó por el sofá y por la alfombra oriental.
—Jenny, querida… ¿Por qué estás tan nerviosa?
El rostro de Erich mostró unas arrugas de preocupación. Con la servilleta comenzó a enjugar la mancha.
—No lo frotes —le previno Jenny.
Se apresuró hacia la cocina y sacó una botella de agua de seltz del frigorífico.
Con una esponja, frotó con furia las manchas.
—Gracias a Dios aún no me había puesto la crema —murmuró.
Erich no dijo nada. ¿Consideraría destruidos el sofá y la alfombra, de la misma forma que había hecho con el empapelado del comedor?
Pero el agua de seltz obró maravillas.
—Creo que lo hemos conseguido…
Jenny se puso lentamente de pie.
—Lo siento, Erich.
—Cariño, no te preocupes. Pero ¿no puedes decirme por qué te encuentras tan fuera de quicio? Pareces trastornada, Jen. Aquella noche, por ejemplo… Hace unas semanas habrías adivinado que sólo te estaba tomando el pelo. Querida, tu sentido del humor constituye una de las partes más deliciosas de tu personalidad. Por favor, no lo pierdas…
Jenny sabía que su marido tenía razón.
—Lo siento —repitió de nuevo con tono miserable.
Iba a contarle a Erich lo de su encuentro con Kevin. Pasase lo que pasase, debía despejar el ambiente…
—La razón de que esté tan…
Sonó el teléfono.
—Responde tú, por favor, Jenny…
—No debe de ser para mí.
Sonó de nuevo.
—No estés tan segura. Clyde me ha dicho que la semana pasada ha habido una docena de llamadas telefónicas y luego han colgado, alguien que no ha querido dejar grabado su mensaje… Ésa es la razón de que le haya dicho que conecte el teléfono por las noches…
Con sensación de fatalidad, Jenny le precedió a la cocina. El teléfono sonó por tercera vez. Sabía antes de descolgarlo que se trataba de Kevin.
—Jenny, no puedo creer que, al final, haya podido dar contigo. ¡Ese maldito contestador automático! ¿Cómo estás?
La voz de Kevin traslucía optimismo.
—Estoy muy bien, Kev.
Sintió fijos en su rostro los ojos de Erich; éste se inclinó por encima del teléfono como si pudiese escuchar la conversación.
—¿Qué quieres?
¿Hablaría Kevin acerca de su encuentro? Si se lo hubiese dicho primero a Erich…
—Quiero que compartas la buena noticia. Pertenezco ya oficialmente a la compañía de repertorio del «Guthrie», Jen…
—Me alegro mucho por ti —respondió envarada—. Pero, Kevin, no quiero que me llames. Te prohíbo que me telefonees. Erich está aquí delante y le trastorna mucho ver que te pones en contacto conmigo.
—Escucha, Jen. Voy a decirte lo que deseo. Dile de mi parte a Krueger que puede romper aquellos documentos de la adopción. Me dirigiré al tribunal para detener el proceso de adopción. Tú puedes quedarte con la custodia, Jen, y pagaré la pensión alimenticia. Pero esas niñas son unas MacPartland, y así seguirán. ¿Quién sabe? Tal vez algún día Tina y yo podremos hacer un número de Tatum y Ryan O'Neal. Es una auténtica pequeña actriz. Oh, Jen. Me voy pitando. Me llaman. Me pondré de nuevo en contacto contigo. Adiós…
Jenny colgó con lentitud el teléfono.
—¿Puede impedir la adopción? —preguntó.
—Que lo intente… Pero no lo conseguirá…
Los ojos de Erich eran ahora fríos y su tono helado.
—Un número de Tatum y Ryan O'Neal, Dios mío… —murmuró Jenny, sin acabar de creérselo—. Casi le admiraría si pensase que deseaba a las niñas, que realmente las quería… ¡Pero esto…!
—Jenny ya te predije que estabas cometiendo un error al permitirle que te pidiera dinero… —le explicó Erich—. Si le hubieses llevado ante los tribunales por no pagar la pensión alimenticia, ya te habrías librado de él hace dos años…
Como de costumbre, Erich estaba en lo cierto. De repente, se sintió infinitamente débil y le acometió de nuevo aquella ligera náusea que ya había experimentado antes.
—Me voy a la cama —le dijo Jenny abruptamente—. ¿Te quedarás aquí esta noche, Erich?
—No estoy seguro…
—Comprendo…
Jenny comenzó a alejarse en dirección del vestíbulo, la cocina y la caja de la escalera. Pero sólo había dado unos cuantos pasos, cuando Erich se colocó a su lado.
—Jenny…
Se dio la vuelta.
—¿Qué quieres, Erich?
Los ojos del hombre reflejaban ahora ternura, con un rostro preocupado pero amable.
—Ya sé que no es culpa tuya el que ese MacPartland te esté molestando. Te prometo que lo sé… No debería preocuparme por ti…
—Pues las cosas se me ponen mucho más difíciles cuando te enfadas…
—Ya arreglaremos esto. Déjame hacer las cosas bien los próximos días. Me sentiré mejor entonces. Trata de comprender. Tal vez se trate de que mi madre me prometió, antes de que muriese, que siempre estaría aquí el día de mi cumpleaños. Tal vez por eso me veo tan deprimido alrededor de esa época. Siento su presencia, y su pérdida, tanto… Intenta comprenderme; haz un esfuerzo por perdonarme cuando te lastime. No quiero hacerlo, Jenny. Te amo…
Se abrazaron.
—Erich, por favor —le suplicó Jenny—, que éste sea el último año en que reacciones así. Veinticinco años. Veinticinco años… Caroline tendría ya cincuenta y siete años… Aún la ves como una mujer joven cuya muerte constituyó una tragedia. Y lo fue, pero es algo ya pasado. La vida debe seguir. Puede ser buena para nosotros. Permíteme compartir tu vida, compartirla de verdad. Trae aquí a tus amigos. Llévame a ver tu estudio. Concédeme un cochecito para que vaya de compras, o a una galería de arte o con las niñas al cine cuando estés pintando…
—Quieres poderte ver con Kevin, ¿verdad?
—Oh, Dios mío…
Jenny se apartó.
—Déjame que me vaya a la cama. Realmente no me encuentro bien.
Erich no la siguió por las escaleras. Jenny fue a visitar a las niñas. Estaban dormidas. Tina se movió un poco cuando la besó.
Se dirigió al dormitorio principal. El leve olor a pino que siempre permanecía en la habitación parecía esta noche más pesado. ¿Era porque se sentía mareada? Sus ojos se deslizaron hasta el bol de cristal. Mañana trasladaría aquel cuenco al cuarto de los invitados. «Oh, Erich, quédate esta noche —rogó en silencio—. No te vayas sintiéndote así». ¿Y si Kevin comenzaba a molestar ininterrumpidamente con sus llamadas? ¿Y si conseguía detener la adopción? ¿Y si hacía valer sus derechos a unas visitas regulares? Aquello sería insoportable para Erich. Destruiría su matrimonio.
Se metió en la cama, determinada a abrir su libro. Pero le resultó imposible concentrarse. Tenía los ojos pesados y su cuerpo le dolía en lugares desacostumbrados. Joe la había prevenido de que la equitación le produciría algo parecido.
—Notarás unos músculos cuya existencia no conocías —le había sonreído.
Finalmente apagó la luz. Un poco después escuchó unos pasos en el vestíbulo. ¿Erich? Se retrepó sobre un codo, pero las pisadas continuaron por las escaleras que llevaban al desván. ¿Qué estaba haciendo allí? Unos minutos después, le oyó volver a bajar. Debía estar arrastrando algo. Se oía resonar algo cada unos cuantos pasos. ¿Qué estaba haciendo?
Iba ya a levantarse para investigarlo, cuando escuchó unos sonidos procedentes del piso de abajo, los ruidos de unos muebles al ser movidos.
«Claro», pensó.
Erich había ido al piso de arriba a buscar la caja de las cortinas. Y ahora estaba volviendo a ordenar los muebles, dejándolos en sus sitios originales.
Por la mañana, cuando Jenny bajó, las cortinas colgaban de nuevo, las mesas, las sillas, cada pieza de las baratijas se hallaba en su lugar, y las plantas de ella habían desaparecido. Más tarde, las encontró en el contenedor de las basuras, detrás del granero.