Jenny oyó a Erich andar alrededor del dormitorio antes del amanecer.
—¿Te vas a la cabaña? —murmuró, tratando de salir del sueño.
—Sí, querida.
Su susurro fue casi inaudible.
—¿Regresarás para almorzar?
Cuando comenzaba a despertarse, se acordó de que le había contado que se quedaría en la cabaña.
—No estoy seguro.
La puerta se cerró detrás de él.
Jenny y las niñas hicieron su acostumbrado paseo después del desayuno. Los ponis habían reemplazado a las gallinas como atracción principal para Beth y Tina. Ahora corrían por delante de Jenny.
—Paraos —les dijo—. Aseguraos de que Barón está encerrado.
Joe se hallaba ya en el establo.
—Buenos días, Mrs. Krueger.
Su redondo rostro se abrió en una sonrisa. Aquel suave y arenoso cabello sobresalía debajo de su gorra.
—Hola, niñas.
Los ponis estaban inmaculados. Sus gruesas crines y colas habían sido cepilladas y brillaban.
—Los he almohazado para vosotras —explicó Joe—. ¿Habéis traído azúcar?
Aupó a las niñas para que les diesen el azúcar.
—¿Y ahora, qué os parecería sentaros en su grupa durante un par de minutos?
—Joe, me temo que no —intervino Jenny—. Mr. Krueger no aprueba que las niñas suban sobre los ponis.
—Quiero sentarme sobre el lomo de Tinker Bell —protestó Tina.
—Papá nos deja —replicó Beth de forma muy positiva—. Mamá, eres mala…
—¡Beth!
—Mala, mamá —repitió Tina.
Sus labios temblaban.
—No llores, Tina —le dijo Beth.
Alzó la vista hacia Jenny.
—Mamá, por favor…
Joe también la miraba.
—Bueno…
Jenny hizo un ademán. Luego pensó en el rostro de Erich cuando explicó que Joe se estaba tomando muchas libertades. No quería que Erich la acusase de haber, deliberadamente, ignorado sus deseos.
—Mañana… —afirmó decisivamente—. Hablaré con papá. Ahora, vamos a ver a las gallinas.
—Quiero montar en mi pony —gritó Tina.
Su manecita golpeteó en la pierna de Jenny.
—Eres una mamá muy mala…
Jenny bajó la mano. En un acto reflejo, dio una palmada en el trasero de Tina.
—Y tú, una niñita muy fresca…
Tina salió corriendo del establo llorando. Beth se colocó detrás de ella.
Jenny corrió tras las niñas. Se daban las manos y anduvieron hacia el granero. Cuando las atrapó, oyó a Beth decir con suavidad:
—No estés triste, Tina. Le contaremos a papá todo lo de mamá…
Joe se puso a su lado.
—Mrs. Krueger…
—Dime, Joe…
Jenny le ocultó el rostro. No deseaba que viese las lágrimas que humedecían sus ojos. Sabía, perfectamente, que cuando se lo pidiesen, Erich daría permiso a las niñas para subir a las grupas de los ponis del establo.
—Mrs. Krueger, me estaba preguntando… Tenemos un nuevo cachorro en nuestra casa. Vivimos al lado de la carretera, a un kilómetro de aquí… Tal vez a las niñas les agradaría ver a Randy. Les haría olvidarse de los caballitos…
—Joe, eso sería maravilloso…
Jenny siguió con las niñas. Se agachó delante de Tina.
—Siento haberte dado un azote, Picaruela. Yo quiero montar en Fire Maid tanto como tú quieres montar en tu pony, pero debemos aguardar hasta que papá diga que conformes… Ahora, Joe quiere llevarnos a ver su cachorrillo. ¿Queréis ir?
Anduvieron juntos, con Joe señalando los primeros indicios de la primavera que se aproximaba.
—Mire cómo la nieve está desapareciendo… En un par de semanas, toda la tierra se convertirá en un auténtico barrizal. Y esto a causa de que la helada está comenzando a desaparecer. Luego crecerá la hierba. —Y dirigiéndose a las niñas, les dijo—: Vuestro papá quiere que os construya una cerca para que podáis montar.
La madre de Joe se encontraba en casa; su padre había muerto hacía cinco años. Se trataba de una mujer muy pesada, en sus últimos años cincuenta, con una forma de obrar práctica y sin requilorios. Les invitó a entrar. La casita era confortablemente pobre. Chismes de recuerdo cubrían las mesas. Las paredes estaban decoradas con retratos familiares, colgados de manera indiscriminada.
—Me alegro de conocerla, Mrs. Krueger. Mi Joe me está todo el tiempo hablando de usted. No hay que maravillarse de que diga que es usted muy bonita. Claro que lo es. Y, oh, Dios mío, cuánto se parece a Caroline… Yo soy Maude Ekers, Puede llamarme Maude…
—¿Dónde está el perro de Joe? —preguntó Tina.
—Vamos a la cocina —les invitó Maude.
La siguieron de muy buena gana. El cachorro parecía una combinación de pastor alemán y de perro de caza. De una forma tonta, forcejeaba sobre sus débiles patas.
—Le encontramos en la carretera —explicó Joe—. Alguien debió de arrojarlo desde un coche. Si yo no me hubiese presentado, probablemente se habría congelado hasta morirse…
Maude meneó la cabeza.
—Siempre está trayendo a casa animales extraviados. Mi Joe tiene el corazón más tierno que he conocido jamás… Nunca fue muy diligente con los deberes de la escuela, pero, permítame decírselo, tiene magia con los animales. Debería haber visto su último perro. Era una belleza. Y también tan listo como el demonio.
—¿Y qué le sucedió? —preguntó Jenny.
—No lo sabemos. Tratamos de mantenerlo encerrado, pero algunas veces se escapaba. Acostumbraba a seguir a Joe hasta la granja de ustedes. Pero a Mr. Krueger no le gustaba.
—No echo la culpa a Mr. Krueger —se apresuró a manifestar Joe—. Tenía una perra de pura raza, y no deseaba que Tarpy anduviese cerca de ella. Pero, un día, Tarpy me siguió y se encontró con Juna. Mr. Krueger se volvió realmente loco…
—¿Y dónde está ahora Juna? —quiso saber Jenny.
—Mr. Krueger se desembarazó de ella. Dijo que ya no tenía la menor utilidad puesto que se había quedado preñada de un mestizo…
—¿Y qué le ocurrió a Tarpy?
—No lo sabemos —explicó Maude—. Salió de nuevo otro día y ya nunca más regresó. Aunque tengo mis sospechas —insinuó con tono sombrío.
—Mamá… —dijo apresuradamente Joe.
—Erich Krueger había amenazado con matar de un tiro a aquel perro —continuó, con sencillez—. Si Tarpy había echado a perder a su perra de lujo, no le culpo de enfadarse por ello. Pero, por lo menos, podía habértelo dicho. Joe estaba pirrado por aquel perro —siguió diciéndole a Jenny—. Pensé que se iba a poner enfermo.
Tina y Beth se acuclillaron en el suelo al lado de Randy. El rostro de Tina reflejaba arrobo.
—Mamá, por favor, ¿no podríamos tener un perro?
—Se lo preguntaremos a papá —prometió.
Las niñas jugaron con el cachorrillo mientras Jenny tomaba con Maude café. La mujer comenzó, inmediatamente, a interrogarla. ¿Le gustaba la casa de los Krueger? Era muy bonita, ¿verdad? Debía de ser muy duro cambiar la ciudad de Nueva York por una granja. Jenny replicó que estaba segura de que sería feliz.
—Caroline también afirmaba eso —insinuó de nuevo sombríamente Maude—. Pero los hombres Krueger no son muy sociables. Se lo ponen muy difícil a sus mujeres. A toda la gente de por aquí les encantaba Caroline. Y respetaban a John Krueger. Lo mismo que a Erich. Pero los Krueger no son muy cariñosos ni siquiera con los suyos. Y no perdonan. Cuando se enojan, no se les pasa fácilmente…
Jenny sabía que Maude se estaba refiriendo a la actuación del hermano de ella en el accidente de Caroline. Rápidamente se acabó el café.
—Será mejor que regresemos…
La puerta de la cocina se abrió en el mismo instante en que se puso en pie.
—¿Quiénes…?
La voz era rasposa, como si las cuerdas vocales tuviesen dificultades. Se trataba de un hombre de cincuenta y tantos años. Sus ojos aparecían inyectados en sangre y eran difusos, con la agotada expresión de los fuertes bebedores. Se le veía penosamente delgado, hasta el punto de que la cintura de sus pantalones le colgaba por todas partes en torno de las caderas.
Se quedó mirando a Jenny, con los ojos acuciados pensativamente.
—Usted debe de ser la nueva Mrs. Krueger de la que he oído hablar…
—Sí, en efecto…
—Yo soy Josh Brothers, el tío de Joe.
El electricista responsable del accidente… Jenny sintió, inmediatamente, que Erich se pondría furioso si se enteraba de aquel encuentro.
—Ya veo por qué la ha elegido Erich —dijo con pesadez Josh.
Se volvió hacia su hermana.
—Tan dulce como lo era Caroline, ¿no te parece, Maude?
Sin aguardar una respuesta, le preguntó a Jenny:
—Supongo que se habrá enterado del accidente…
—Sí, así es…
—La versión Krueger. Pero no la mía.
Resultaba claro que Josh Brothers estaba a punto de contar una historia muchas veces repetida. Jenny podía percibir el olor a whisky de su aliento. Su voz adquirió un tono declamatorio.
—A pesar del hecho de que iban a divorciarse, John estaba loco por Caroline.
—¡Divorciarse! —le interrumpió Jenny—. El padre y la madre de Erich iban a divorciarse…
Aquellos cansados ojos se volvieron astutos.
—Oh, ¿no le ha hablado Erich de ello? Le gusta pretender que fue algo que nunca sucedió. Aquí hubo montones de habladurías, permítame decírselo, cuando Caroline ni siquiera intentó conseguir la custodia de su único hijo. De todos modos, el día del accidente yo me encontraba trabajando en la vaquería, cuando entraron Caroline y Erich. Caroline iba a marcharse aquella tarde. Era el día del cumpleaños de Erich, y éste sostenía su nuevo palo de hockey y tenía los ojos llorosos. Me hizo unos ademanes para que me fuese; ésa fue la razón de que colgase la lámpara de un clavo. Oí a Caroline decir: «Al igual que este ternerito ha de ser separado de su madre…». Entonces, cerré la puerta detrás de mí, para que pudiesen despedirse. Un momento después, Erich comenzó a gritar. Luke Garrett le dio puñetazos a Caroline en el pecho y le hizo la respiración boca a boca, pero todos sabíamos que no había nada que hacer. Cuando resbaló y se cayó en el depósito, agarró el cable y arrastró con ella la lámpara. Aquel voltaje pasó a través de su cuerpo… No tenía la menor posibilidad…
—Josh, cállate —le espetó Maude con dureza.
Jenny se quedó mirando a Josh. ¿Por qué Erich no le había dicho que sus padres se iban a divorciar, que Caroline iba a abandonarle a él y a su padre? ¡Y haber sido testigo de aquel espantoso accidente! No cabía maravillarse de que Erich se hallase tan terriblemente inseguro ahora, con tanto miedo de perderla…
Sumida en sus pensamientos, recogió a las niñas y murmuró una despedida.
Mientras caminaba de regreso a casa, Joe le habló con timidez a Jenny:
—Mr. Krueger no quedará muy complacido, cuando se entere de que mi madre ha hablado demasiado y que ha conocido usted a mi tío.
—No se lo diré, Joe, te lo prometo —lo tranquilizó.
La carretera comarcal, al regresar a la «Granja Krueger», estaba muy tranquila a últimas horas de la mañana. Beth y Tina corrían delante de ellos, agarrando alegremente la ya suelta nieve. Jenny se sintió deprimida y asustada. Pensó en las innumerables veces en que Erich le había hablado de Caroline. Ni una sola vez hizo la menor insinuación acerca del hecho de que Caroline planeaba abandonarle.
«Si por lo menos tuviese un amigo aquí —pensó Jenny—, alguien con quien pudiese hablar…». Recordó cómo ella y Nana habían sido capaces de conversar sobre cualquier problema que se presentase en sus vidas, cómo ella y Fran se tomaban un café después de meter a las niñas en la cama, e intercambiaban confidencias.
—Mrs. Krueger —musitó Joe—, tiene usted aspecto de encontrarse realmente mal. Confío en que mi tío no la haya alterado. Yo sé cómo habla mamá acerca de los Krueger, pero, por favor, no se lo tome a mal…
—Claro que no —repuso Jenny—. Pero, Joe, ¿harías una cosa por mí?
—Cualquier cosa…
—Por el amor de Dios, cuando Mr. Krueger no esté cerca, llámame Jenny. Por aquí, estoy empezando a olvidarme de mi auténtico nombre.
—Te llamo Jenny en cualquier momento en que pienso en ti…
—Estupendo…
Jenny se echó a reír, sintiéndose mejor. Luego miró de reojo a Joe. La abierta adoración que reflejaba su cara resultaba inconfundible.
«Oh, Dios querido —pensó—, si me mira así alguna vez delante de Erich, se armará una buena».