23

María despertó sin haber soñado, con la cabeza despejada y tranquila. Abrió los ojos y miró a su alrededor. La cama, la habitación, no le eran familiares. Todo parecía anormalmente inmaculado, sin haber sido afectado por la ocupación humana, como una costosa habitación de hotel. Estaba perpleja, pero impasible; parecía que había una explicación a punto de surgir. Llevaba puesto un camisón que no había visto nunca.

De pronto recordó la Clínica Landau. Charlando con el técnico. Tomando prestado el marcador. El paseo por la habitación de recuperación. El anestesista pidiéndole que contase.

Sacó la mano de debajo de la sábana. Tenía la palma izquierda en blanco; había desaparecido el mensaje reconfortante que había escrito allí. Sintió que la sangre se le iba de la cara.

Antes de tener la oportunidad de pensar, Durham entró en la habitación. Durante un momento, se sorprendió demasiado para hablar… luego le gritó:

—¿Qué me has hecho? Soy la Copia, ¿no? ¡Estás ejecutando la Copia! —¿Atrapada en el programa de lanzamiento, con sólo dos minutos de vida?

Durham dijo con calma:

—Sí, eres la Copia.

¿Cómo? ¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo pude permitir que sucediese? —lo miró fijamente, desesperada por una respuesta, furiosa más que nada por la idea de que los dos podrían desaparecer antes de oír la respuesta, antes de entender cómo había conseguido romper todas sus complejas medidas de seguridad. Pero Durham se limitó a quedarse de pie en la puerta, con aspecto de diversión y embarazo… como si hubiese esperado una respuesta como aquélla, pero no pudiese creerla del todo ahora que sucedía.

Al final, ella dijo:

—Esto no es el lanzamiento, ¿no? Esto es más tarde. Eres otra versión. Me robaste, me estás ejecutando más tarde.

—No te robé —vaciló, luego añadió con cuidado—. Creo que sabes exactamente dónde estás. Y sufrí angustiosamente por despertarte… pero tenía que hacerlo. Están pasando muchas cosas que querrás ver, de las que querrás ser parte; no podía dejarte dormir mientras sucedía. Eso hubiese sido imperdonable.

María ignoró todo lo que le había dicho.

—Guardaste mi fichero de escán después del lanzamiento. De alguna forma lo duplicaste.

—No. El único lugar al que fue tu fichero de escán era la configuración del jardín del Edén. Como acordamos. Y ahora estás en Ciudad Permutación. En el universo TVC… ahora comúnmente conocido como Elíseo. Ejecutándose sólo sobre sus propias leyes.

María se sentó lentamente en la cama, llevándose las rodillas hasta el pecho, intentando aceptar la situación sin caer en el pánico, sin desmoronarse. Durham estaba loco, era impredecible. Peligroso. ¿Cuándo iba a meterse eso en el cráneo? De carne y hueso, ella probablemente hubiese podido romperle el puto cuello si hubiese tenido que hacerlo, para defenderse… pero si él controlaba aquel ambiente, ella no tenía ningún poder: podía violarla, torturarla, hacerle lo que quisiese. La idea de que él la atacaría seguía siendo ridícula… pero no podía depender de la forma en que él la había tratado antes. Era un mentiroso y un secuestrador. No sabía nada de él.

Pero ahora mismo se estaba portando tan civilizadamente como siempre; parecía tener intención de mantener la charada. Ella temía romper aquella apariencia de hospitalidad… pero se obligó a hablar con calma:

—Quiero usar un terminal.

Durham hizo un gesto al espacio sobre la cama, y apareció una terminal. El corazón de María se hundió; comprendió que se había estado aferrando a la remota posibilidad de que todavía siguiese siendo humana. Y eso todavía era posible. En una ocasión habían borrado la memoria de Durham y le habían engañado para que pensase que era una Copia, cuando simplemente era un visitante. O al menos él decía que había sucedido, en otro mundo.

Probó media docena de números, empezando con el de Francesca, y acabando con el de Aden. El terminal los declaró todos no válidos. No tuvo ánimos para probar el suyo. Durham la miraba en silencio. Parecía estar atrapado entre la simpatía genuina y cierta fascinación clínica… como si el hecho de intentar hacer un par de llamadas telefónicas pusiese en duda su cordura; como si ella estuviera metida en algún comportamiento bizarro y sicótico digno de atención médica: mirando al espejo en busca del objeto visto en el reflejo; hablarle a la tele… o hacer una llamada con un teléfono de juguete.

María apartó furiosa la máquina flotante; se movió con facilidad, pero se detuvo tan pronto como apartó la mano. Una RV tonta y la física de conveniencia parecían el insulto final.

Ella dijo:

—¿Crees que soy estúpida? ¿Qué demuestra un terminal falso?

—Nada. Por tanto, ¿por qué no aplicas tus propios criterios? —dijo—: Ordenador central —y el terminal mostró un menú lleno de iconos con un texto que decía SERVICIOS INFORMÁTICOS DE CIUDAD PERMUTACIÓN—. Este interfaz no lo usa mucha gente hoy en día; es la versión original, diseñada antes del lanzamiento. Pero aun así, te ofrece tanta potencia informática como los últimos enlaces de copersonalidad.

Le mostró a María un fichero de texto. Ella lo reconoció inmediatamente; era un programa escrito por ella misma, para resolver un gran conjunto, deliberadamente difícil, de ecuaciones diofánticas. La salida del programa era la clave sobre la que se habían puesto de acuerdo para activar el acceso de Durham a las otras Copias, «después» del lanzamiento.

Él lo ejecutó. Escupió el resultado inmediatamente: una pantalla llena de números, el más pequeño de veinte dígitos de longitud. En cualquier ordenador del mundo real hubiese necesitado años.

María no estaba impresionada.

—Puedes habernos congelado mientras se ejecutaba el programa, para dar la impresión de que no pasaba el tiempo. O puedes haber generado la respuesta de antemano —hizo un gesto hacia el terminal—. Doy por supuesto que estás falseando todo esto: no hablas con un verdadero sistema operativo, no estás ejecutando el programa de verdad.

—Altera alguno de los parámetros en las ecuaciones y prueba de nuevo.

Lo hizo. El programa modificado se «ejecutó» igualmente rápido, produciendo un nuevo conjunto de respuestas. Rió con amargura.

—¿Y qué se supone que debo hacer ahora? ¿Verificarlo en mi cabeza? Podrías poner cualquier mierda en la pantalla; no sabría ver la diferencia. Y si escribiese otro programa para comprobar los resultados, también podrías falsear su operación. Controlas todo este ambiente, ¿no? Así que no puedo confiar en nada. Sea lo que sea que intente para comprobar tus afirmaciones, puedes intervenir para hacer que salga como tú quieres. ¿Es por esto por lo que siempre quisiste mi fichero de escán? ¿Para poder encerrarme aquí y bombardearme con mentiras… para poder «demostrarle» finalmente tus locas ideas a alguien?

—Ahora te comportas como una paranoica.

—¿Yo? Tú eres el experto.

Ella contempló la lujosa prisión. Las rojas cortinas de terciopelo se agitaron en una ligera brisa. Salió de la cama y cruzó la habitación, ignorando a Durham; cuanto más discutía con él más difícil le era tenerle miedo físicamente. Él había elegido aquella forma de tortura y estaba siguiéndolo.

La ventana miraba a un bosque de torres relucientes… sin duda perfectamente representadas según las leyes de la óptica, pero aun así demasiado perfectas para ser reales… como el decorado de una película expresionista de los años veinte del siglo anterior. Había visto los bocetos; era Ciudad Permutación… fuera cual fuese el hardware en que se estaba ejecutando. Miró abajo. Estaban a sesenta u ochenta pisos de altura, la calle era casi invisible, pero justo bajo la ventana, a una docena de metros a la derecha, un paso elevado se extendía hasta un edificio cercano, y podía ver a los ciudadanos marioneta, charlando en grupo de dos o tres, mientras caminaban a sus destinos imaginarios. Todo aquello parecía muy caro… pero la ralentización podía comprar un montón de potencia informática subjetiva, si eso era lo que se quería. ¿Cuánto tiempo había pasado en el mundo exterior? ¿Años? ¿Décadas?

¿Había conseguido salvar a Francesca?

Durham dijo:

—¿Crees que he robado tu fichero de escán y he ejecutado toda esta ciudad sólo por el placer de engañarte?

—Es la explicación más simple.

—Es ridículo y lo sabes. Lo siento; sé que esto debe de ser doloroso para ti. Pero no lo he hecho a la ligera. Han pasado siete mil años; he tenido mucho tiempo para pensármelo.

Se giró para encararse con él.

¡Deja de mentirme!

Él levantó las manos, en gesto de contrición… e impaciencia.

—María… estás en el universo TVC. El lanzamiento salió bien, la hipótesis del polvo ha sido vindicada. Es un hecho, y será mejor que lo aceptes porque ahora eres parte de una sociedad que ha estado viviendo con él durante milenios.

»Y sé que dije que sólo te despertaría si el Planeta Lambert fallaba… si te necesitábamos para trabajar en la semilla de la biosfera. Vale, rompí mi promesa en ese punto. Pero… fue un error prometerte eso. El Planeta Lambert no ha fallado; tuvo más éxito de lo que soñabas. ¿Cómo podía dejarte dormir mientras sucedía?

Una ventana de interfaz apareció en el aire a su lado, mostrando un mundo azul y blanco medio iluminado.

—No espero que los continentes sean familiares. Le hemos dado al Autoverso un montón de recursos; siete mil años, para la mayoría de nosotros, han sido tres mil millones para el Planeta Lambert.

María dijo categórica:

—Estás malgastando el tiempo. Nada que me enseñes va a hacerme cambiar de opinión —pero miraba al planeta paralizada mientras Durham acercaba el punto de vista.

Rompieron las nubes cerca de la costa este de una gran isla montañosa, parte de un archipiélago que se extendía sobre el ecuador. La superficie rocosa desnuda de los picos era ocre; no de un mineral que hubiese incluido en el diseño original… pero el tiempo y la geoquímica podrían haber producido algo nuevo. La vegetación, que cubría casi toda la tierra restante hasta la orilla, tenía tonos azules y verdes. Al descender el punto de vista y clarificarse las texturas, María sólo vio «hierbas» y «arbustos»… nada ni remotamente parecido a un árbol terrestre.

Durham se centró en un prado no lejos de la costa —a unos cien metros, según la escala en la parte inferior de la imagen— y era más o menos lo que hubiese supuesto por las pistas en el paisaje, validadas de pronto. Lo que al principio parecía una nube de restos aéreos —¿algún tipo de semillas?— flotando sobre la hierba resultó ser un enjambre de brillantes «insectos» negros. Durham congeló la imagen, luego amplió una de las criaturas.

No era un insecto según la definición terrestre; tenía cuatro patas, no seis, y el cuerpo estaba claramente dividido en cinco segmentos: la cabeza; secciones con las patas delanteras, alas, y patas traseras; y la cola. Durham movió las manos y rotó la imagen. La cabeza era chata, no exactamente plana, con dos grandes ojos… si eran ojos: brillantes discos azulados, sin estructura aparente. El resto de la cabeza estaba cubierto de pelos delgados, formando una compleja estructura simétrica que le recordó a María los tatuajes faciales de un maorí. ¿Sensores de vibración… u olor?

—Bonito, pero has olvidado la boca.

—Colocan la comida directamente en una cavidad bajo las alas —rotó el cuerpo para enseñárselo—. Se adhiere a esas cerdas y la disuelven con una enzima que segregan. Uno pensaría que se caería, pero no es así… no hasta que no han terminado de digerir y absorber los nutrientes, y entonces una proteína en las cerdas cambia de forma y desaparece la adhesión. Todo su estómago no es más que una gota pegajosa colgando al aire libre.

—Podría habérsete ocurrido algo más plausible.

Durham rió.

—Exacto.

El único par de alas era de un marrón traslúcido, con aspecto de estar formadas por una capa delgada del mismo material del exoesqueleto. Cada una de las cuatro patas tenía una única articulación, y terminaban en estructuras plumosas. El segmento de cola tenía marcas marrones y negras como una diana, pero no había nada en el centro; un tubo oscuro salía de la parte de abajo del anillo, contrayéndose hasta formar una punta en aguja.

—Los lambertianos tienen cromosomas diploides, pero sólo un sexo. Dos de ellos pueden inyectar ADN, uno después del otro, en ciertos tipos de células de plantas; los genes se apoderan de la célula y la convierten en un cruce entre un quiste y un huevo. Normalmente eligen cierto punto en particular en el tallo de cierta especie de arbusto. No sé si llamarlo parasitismo o simplemente construcción de nidos a nivel molecular. La planta alimenta al embrión, y sobrevive al proceso en perfecta salud; y cuando los jóvenes salen, devuelven el favor esparciendo las semillas. Sus ancestros robaron algunos de los mecanismos de control del virus de una planta, hace mil millones de años. Se producen muchos intercambios genéticos como ése; aquí los «reinos» son bioquímicamente más similares que en la Tierra.

María se apartó de la pantalla. Lo más estúpido era que quería hacer preguntas, conocer los detalles. Dijo:

—¿Qué será lo siguiente? Ampliarás más y me mostrarás las pequeñas estructuras anatómicas, las células del insecto, las proteínas, los átomos, las celdas del Autoverso… ¿y se supone que eso va a convencerme de que todo el planeta está inmerso en el Autoverso? Descongelas esa cosa, la dejas volar por ahí… ¿y se supone que yo debo concluir que ningún ordenador real podría ejecutar un organismo tan complejo, modelado a un nivel tan profundo? Como si yo pudiese verificar personalmente que cada aleteo de las alas corresponde a una secuencia válida de algunos miles de billones de estados del autómata celular. No es diferente de los resultados de la ecuación. No demostraría nada.

Durham asintió lentamente.

—Vale. ¿Y si te mostrase algunas de las otras especies? ¿O la historia evolutiva? ¿Los registros paleogenéticos? Tenemos archivadas todas las mutaciones desde el año cero. ¿Quieres sentarte a mirarlo y ver si parecen auténticos?

—No. Quiero un terminal que funcione. Quiero que me permitas llamar a mi original. Quiero hablar con ella… y entre las dos quizá podamos decidir qué haré cuando salga de este manicomio y entre en mi propia cuenta JSN.

Durham parecía nervioso… y durante un momento pensó que finalmente había conseguido hacerle entender. Pero él se limitó a decir:

—Te desperté por una razón. Pronto vamos a establecer contacto con los lambertianos. Podría haber sido antes… pero ha habido complicaciones, retrasos políticos.

Ahora ella estaba completamente perdida.

—¿Contacto con los lambertianos? ¿Qué se supone que significa eso?

Él señaló al insecto inmóvil, con la parte trasera y los genitales todavía hacia ellos.

—Ésa no es una especie que elegí al azar. Es el pináculo de la vida en el Autoverso. Son criaturas conscientes y muy inteligentes. Casi no tienen tecnología, pero su sistema nervioso es unas diez veces más complejo que el de un humano, y pueden superarlo aún más en algunas tareas, realizan una especie de cálculo en paralelo en un enjambre. Tienen química, física y astronomía. Saben que hay treinta y dos átomos, aunque todavía no han descubierto las leyes fundamentales del autómata celular. Y están creando modelos de la nube primordial. Son criaturas sentientes, y quieren saber de dónde vienen.

María giró la mano frente a la pantalla, haciendo que apareciese la cabeza del lambertiano. Empezaba a sospechar que Durham creía cada una de las palabras que le decía… y en ese caso, quizás él no había creado personalmente a aquellos alienígenas. Quizás otra versión de él —¿el original de carne y hueso?— los engañaba a los dos. Si ése era el caso, estaba discutiendo con la persona equivocada… ¿pero qué se suponía que debía hacer? ¿Empezar a lanzar peticiones de libertad al cielo?

Dijo anonadada:

—¿Diez veces más complejo que el cerebro humano?

—Sus neuronas emplean polímeros conductores para llevar la señal, en lugar de usar membranas de potencial. Las células en sí son comparables en tamaño a las de los humanos… pero cada axón y dendrita lleva varias señales —Durham cambió el punto de vista tras los ojos del lambertiano, y se lo mostró. Una neurona de un nervio óptico, de cerca, contenía miles de moléculas como cuerdas elaboradamente atadas, ocupando toda la longitud del cuerpo de la célula. Al final, cada polímero se unía a una especie de vesícula, el delgado cable molecular empequeñecido por la pequeña bolsa de membrana retraída del mundo exterior—. Hay casi tres mil neurotransmisores distintos; todos son proteínas, construidas con tres subunidades, con catorce posibilidades para cada subunidad. Un poco como los anticuerpos humanos… el mismo truco para generar un amplio espectro de formas. Y se unen a sus receptores tan selectivamente como un anticuerpo a un antigen; cada sinapsis es una centralita bioquímica de tres mil canales, sin cruces. Ésa es la base molecular del pensamiento lambertiano. Que es más de lo que tenemos tú y yo —añadió sardónico—: una base molecular para algo. Todavía ejecutamos el viejo modelo a retales del cuerpo humano… ampliado y modificado según el gusto, pero todavía basado en los mismos principios que la primera Copia parlante de John Vines. Hay un proyecto a largo plazo para darle a la gente la posibilidad de ser implementados a nivel atómico… pero aparte de las complicaciones políticas, incluso los más entusiastas encuentran continuamente mejores cosas que hacer.

Durham movió el punto de vista a través de la pared celular y lo giró para ver el final de la neurona. Cambió el esquema de colores del atómico al molecular, para resaltar los neurotransmisores individuales con sus propios tonos distintivos. Luego descongeló la imagen.

Varias de las grises vesículas de membrana lípida se abrieron, arrojando una riada de motas de brillantes colores; al pasar por el punto de vista, se identificaban como glóbulos irregulares y complejos de gran variedad de formas. Durham volvió a mover el punto de vista hacia delante, y se dirigió al otro extremo de la sinapsis. Al fin, María pudo distinguir los receptores codificados en color en la pared celular de la neurona receptora: moléculas de cadena larga se doblaban para formar estrechos anillos zigzagueantes, con depresiones en la superficie expuesta.

Durante varios minutos, observaron cómo miles de neurotransmisores diferentes rebotaban en un receptor, hasta que Durham se aburrió y le dijo al software:

—Muéstranos un encaje.

La imagen se puso borrosa durante un segundo, y luego volvió a la velocidad original al llegar a la diana unas moléculas de forma correcta. Chocó con el receptor y se ajustó en su sitio; Durham movió el punto de vista por la membrana celular a tiempo para mostrar cómo la sección inmersa del receptor cambiaba su configuración en respuesta. Dijo:

Eso catalizará ahora la activación de un segundo mensajero, que alimentará energía en el polímero adecuado… a menos que allí haya un mensajero inhibidor que bloquee el acceso —le habló de nuevo al software; tomó el control del punto de vista, y les mostró cada uno de los sucesos que Durham había descrito.

María agitó la cabeza deslumbrada.

—Dime la verdad, ¿quién orquestó todo esto? ¿Tres mil neurotransmisores, tres mil receptores, tres mil mensajeros secundarios? Sin duda podrías mostrarme la estructura individual de cada una de ellas, y sin duda realmente se comportarían tal y como tú dices. Incluso escribir el programa para falsear todo esto sería un trabajo enorme. ¿A quién se lo encargaste? No hay muchas personas que pudiesen hacerlo.

Durham dijo con amabilidad.

—Te lo encargué a ti. No puedes haberte olvidado. ¿Una semilla para una biosfera? ¿Una demostración de que la vida en el Autoverso podía ser tan diversa y elaborada como la vida en la Tierra?

—No. De la A. hydrophila a esto llevaría…

—¿Miles de millones de años en tiempo del Autoverso? ¿Potencia informática varios órdenes de magnitud más allá de los recursos de la Tierra del siglo XXI? Eso era lo que el Planeta Lambert necesitaba y es lo se le ha dado.

María se alejó de la pantalla hasta que no pudo moverse más, luego se deslizó por la pared junto a la ventana de cortina roja y se sentó sobre la moqueta. Se puso la cara entre las manos e intentó respirar lentamente. Se sentía como si la hubiesen enterrado en vida.

¿Le creía? Ya parecía no tener importancia. Hiciese lo que hiciese, él iba a seguir bombardeándola con «pruebas» como aquéllas, consistentes con sus afirmaciones. Ya estuviese mintiendo deliberadamente o no —y ya hubiese sido él mismo engañado por otra versión de sí mismo, o la «hipótesis del polvo» fuese después de todo cierta— él nunca iba a dejarla salir de allí de vuelta al mundo real. Mentiroso sicótico, víctima al igual que ella o tranquilo proveedor de la verdad, él era incapaz de liberarla.

Su original todavía estaba allá fuera… con el dinero para salvar a Francesca. Aquél era el sentido de todo ese juego alocado, el beneficio por arriesgar su alma. Si podía recordarlo, agarrarse a esa idea, quizá pudiese mantenerse cuerda.

Durham siguió hablando; ignorando su aflicción o dispuesto a darle el coup de grace.

—¿Quién podría haber concebido todo esto? Sabes el tiempo que necesitó Max Lambert para traducir una bacteria del mundo real. ¿Crees realmente que encontré a alguien que pudiese fabricar un nuevo pseudoinsecto de la nada… y menos aún uno inteligente?

»Vale: no puedes cotejar personalmente el comportamiento macroscópico frente a las reglas del Autoverso. Pero puedes estudiar todos los caminos bioquímicos, seguirlos hasta la especie ancestral. Puedes observar cómo crece un embrión, célula a célula; siguiendo los gradientes de las hormonas de control, las capas de tejidos diferenciados, la formación de los órganos.

»Todo el planeta es para nosotros un libro abierto; puedes examinar lo que quieras, inspeccionarlo a cualquier escala, de los virus a los ecosistemas, desde la activación de una molécula de pigmento retiniano hasta los ciclos geoquímicos.

»Ahora mismo viven en el Planeta Lambert seiscientos noventa millones de especies. Todas siguiendo las leyes del Autoverso. Se puede demostrar que todas descienden de un único organismo que vivió hace tres mil millones de años; y cuyas características espero que conozcas de memoria. ¿Realmente crees que alguien pudo haber diseñado todo eso?

María lo miró furiosa.

—No. Claro que evolucionó; debe de haber evolucionado. Ahora puedes callarte… has ganado; te creo. Pero ¿por qué tuviste que despertarme? Voy a perder la cabeza.

Durham se agachó a su lado y le puso una mano sobre el hombro. Ella empezó a sollozar sin lágrimas mientras intentaba diseccionar su pérdida en partes que pudiese empezar a comprender. Francesca ya no estaba. Aden ya no estaba. Todos sus amigos. Toda la gente que había conocido: de carne y hueso, en la red. Toda la gente de la que había oído hablar: músicos y escritores, filósofos y estrellas de cine, políticos y asesinos en serie. Ni siquiera estaban muertos; sus vidas no se encontraban en el pasado, completas y comprensibles. Estaban dispersos a su alrededor como polvo: sin sentido, desconectado.

Todo lo que había conocido había quedado reducido a ruido blanco.

Durham vaciló, luego con torpeza le pasó los brazos alrededor. Ella quería hacerle daño, pero en su lugar se asió a él y lloró, con los dientes apretados, los puños tensos, temblando de furia y pena.

—No vas a perder la cabeza —dijo él—. Aquí puedes vivir cualquier vida que quieras. Siete mil años no son nada; no hemos perdido la vieja cultura… todavía tenemos las bibliotecas, los archivos, las bases de datos. Y hay miles de personas que quieren conocerte; gente que te respeta por lo que has hecho. Eres un mito; eres una heroína de Elíseo; eres la durmiente fundadora decimoctava. Celebraremos un festival en honor a tu despertar.

María lo apartó a un lado.

—No quiero eso. No quiero nada de eso.

—Vale. Tú decides.

Ella cerró los ojos y se apoyó en la pared. Sabía que debía parecer una niña malhumorada, pero no le importaba. Dijo con virulencia:

—Has tenido la última palabra. La última risa. Me has devuelto la vida sólo para restregarme en la nariz la prueba de tus preciosas creencias. Y ahora quiero volver a dormir. Para siempre. Quiero que todo esto se desvanezca.

Durham permaneció en silencio durante un momento. Luego dijo:

—Puedes hacerlo si eso es lo que quieres de verdad. Una vez que te muestre lo que has heredado, una vez que te muestre cómo controlarlo, tendrás el poder de aislarte del resto de Elíseo. Si decides dormir, entonces nadie será capaz de despertarte.

»¿Pero no quieres estar allí, en el Planeta Lambert, cuando tengamos el primer contacto con la civilización que te debe la existencia?